Comedian, de Maurizio Cattelan

No sería nada desatinado plantearnos que los caminos del arte son impredecibles e inescrutables. Resulta complicado atisbar o incluso descubrir qué direcciones van a emprender las corrientes artísticas, tan genéricas y tan sui géneris a la vez, y tan volubles como la Historia y la sociedad en sí. De esos dos conceptos, precisamente, se nutre esa disciplina que llamamos ‘arte’, sin los cuales, languidecería.

Seguramente, casi todos habremos escuchado en algún momento de nuestra vida que el arte comunica; algo matizable, pues el arte no se limita a comunicar, sino a transmitir, a expresar conceptos, a manifestar lo impronunciable, lo intransmisible de viva voz, lo que mora en nuestra alma, a denunciar aquello a lo que la sociedad no osa hacer frente. En el arte, los elementos partícipes en el proceso comunicativo pueden concebirse según el habitual esquema del emisor (un artista) que elabora un mensaje (la obra de arte) que recibe e interpreta un receptor (el espectador).

Esa es otra de las claves a la hora de hablar del arte: la interpretación del mensaje. Con razón, podríamos pensar que necesitamos de un contexto previo para comprender el mensaje que nos busca infundir el autor y no ha de ser así forzosamente. Piensen en Comedian, la obra de Maurizio Cattelan que devino, hace dos años, en toda una referencia sobre la comprensión del arte. Lo cierto es que, para los menos y también para los más duchos en materia artística, Comedian no representaba más que un plátano sellado a una pared. Cattelan, por su parte, afirmó que pretendía “ridiculizar al mercado artístico”. Otras interpretaciones concebidas por el público aludían a la censura de expresión: el plátano simbolizaba una sonrisa constreñida por una cinta aislante opresora.

Esto ejemplifica, por tanto, que la interpretación artística es subjetiva, aunque se construye en base a los elementos presentes en la obra. No obstante, la interpretación no ha quedado siempre a la voluntad del receptor: en el románico, tan solo influía lo que el emisor, la Iglesia, transmitiese a un receptor, a un público global que captaba el mismo mensaje objetivamente: no había diferencias personales interpretativas puesto que los capiteles, por ejemplo, se referían a escenas que presentaban el único significado dado por la Biblia. Por otro lado, no hay que olvidar que el arte se configura también a partir de lo empírico, de las vivencias del sujeto (ya sea éste el artista o el receptor), de su historia, de su arraigo en la sociedad: si Picasso no hubiese vivido en los años 30, marcado por la Guerra Civil, Guernica no habría probablemente existido, o quizá sí, pero el conflicto bélico no habría, con mucha seguridad, marcado del mismo modo a un Picasso nacido en el siglo XXI. El receptor, inevitablemente, también hace uso del empirismo o de su idiosincrasia al interpretar el mensaje: un acatólico o un ateo no sentirán forzosamente la misma pasión que un ferviente cristiano al ver La última cena, de da Vinci. Esta influencia de lo personal, de lo vivido y sentido por cada uno no empobrece ni mina, contrariamente a lo que se podría alegar, el proceso y resultado comunicativos en el arte, pues ni el mensaje ni su trasfondo se pierden o se deslíen por la injerencia de nuestros sentimientos.

Aquí entra en juego otra cuestión insoslayable: ¿puede el arte no transmitirnos nada? La respuesta merece ser sometida a debate: algunos podrían argumentar que el estar frente a una obra no conlleva necesariamente que sintamos algo, pero para otros, es innegable que siempre experimentamos algún sentimiento, aunque sea inexpresividad o incomprensión. El arte tiene la capacidad maestra de sacar nuestro lado más humano y de no sacarnos nada (ni una lágrima ni una sonrisa), lo que demuestra que, en cualquier proceso comunicativo artístico obligatoriamente se establece una danza, una comunicación fluida, incluso si el receptor no capta del todo el mensaje que el emisor busca comunicar, pero en su afán y esfuerzo por comprenderlo, se genera un vivaz dinamismo. Hay, por tanto, interacción entre las dos partes. Un ejemplo de viva comunicación artística es el que nos ofrecen las esculturas de la Grecia Clásica y del Renacimiento: su fluidez y vitalidad enriquecían y enaltecen, aún hogaño, el proceso comunicativo, implicando al espectador en él, ¿pues quién no osa unir las manos de Adán y Dios al apreciar la famosa obra de Miguel Ángel? ¿Quién no siente curiosidad por estudiar la cinética del Discóbolo, de Mirón? En este sentido, es inequívoco que el arte ha de transmitir y de aportar, pero cada vez son más las voces que alertan de que una gran parte de las obras artísticas actuales se realizan para gustar y no para transmitir o hacer reflexionar al espectador.

La creación de Adán, fresco de Miguel Ángel

Inevitablemente, el canal, es decir, por dónde se transmite el arte, está cambiando. Tradicionalmente, disfrutábamos del arte en museos o galerías. Hoy día, el público puede acceder a golpe de clic a casi cualquier obra disponible en la red, lo que resulta, indubitablemente, sencillo, económico y cómodo, pero que entraña, al mismo tiempo, el planteamiento de la pérdida de matices a la hora de percibir la obra. Es quizá algo naíf pensar que al espectador le recorre la misma sensación al apreciar una obra frente a él que al desplazarla con su cursor, perdiendo la rugosidad, tacto, historia, olor, cualidades o remates de la obra. Esto evidencia que el entorno, el lugar, el modo y el medio por los que se establece esa comunicación, presencial o virtual, influyen inexorablemente en la recepción del mensaje al disiparse ciertos rasgos propios de la obra; si bien ese extravío de características inherentes a la pieza artística no implica que se diluya totalmente el sentido del mensaje, es decir, lo que la obra transmite.

El receptor, el público al que llega el arte también ha evolucionado. En nuestra sociedad, este suele quedar restringido a un público calificado de “esnob”, “sibarita” o “erudito”, pero no siempre ha sido así. La tendencia, de hecho, puede que esté cambiando: en 2020, durante los confinamientos debido a la pandemia de coronavirus, florecieron las exposiciones virtuales y, el arte, en consecuencia, llegó a un mayor número de personas. ¿Implica esta inopinada emergencia telemática la apertura de una nueva etapa en cómo el receptor consume el arte y en que éste ya no sea estrictamente concebido como pudiente y cultivado? El arte ha de democratizarse y así está sucediendo desde hace cierto tiempo, pues los encuentros online con los artistas se están frecuentando, lo que genera y facilita que el espectador indague sobre los planteamientos del artista, su obra y sus pretensiones. La lucha contra ese esnobismo que permanece enquistado en el arte ha de ser perenne, pero la lid no se ganará a no ser que se emplee un lenguaje inteligible y que llegue a los más variopintos públicos, independientemente de su consumo habitual o no de cultura.

Es inevitable conjeturar que, si evoluciona el perfil del receptor que disfruta del arte, podrían transformarse las funciones sociales del arte. Probablemente, hoy día, es ilógico imaginar al arte como un gran emisor capaz de influenciar a la ciudadanía, tal y como hacen los medios de comunicación. Si el arte asumiese, en este momento, la misma función comunicativa social de los medios, quizá sería víctima de descrédito o de ataques. Indubitablemente, el arte cumplió una función comunicativa social antaño: el ejemplo más primitivo se encuentra en las representaciones en las cuevas durante el Paleolítico y Neolítico. No obstante, actualmente no estamos en esa coyuntura prehistórica en la que cada uno es un nómada cuyas únicas dedicaciones son cazar y pintar en grutas. No. La sociedad ha evolucionado diametralmente y, con ella, las formas de influenciar a la población: hemos pasado de usar el arte para funciones admonitorias y punitivas (véase el citado caso del románico) a emplear las redes sociales como la fuente de las mayores amenazas y aflicciones que se pueden cernir sobre los individuos. De momento, el arte no parece ser, por tanto, el canal adecuado para influenciar decisivamente a los ciudadanos. Teorías comunicativas como la de la “Aguja Hipodérmica”, de Harold D. Lasswell que asegura que “los medios inyectan información previamente tratada y filtrada, de manera que el contenido se da por cierto y bombardean, asimismo a una audiencia pasiva, homogénea y masificada, sin capacidad de respuesta personal a los mensajes”, otrora extrapolables a lo artístico, quedan ahora intransferibles a ese dominio.

Por ahora, el arte no está a ese nivel y sería un fracaso que adquiriese ese rol; al menos, al ver el panorama político, interpersonal y comunicativo de nuestra sociedad. El arte comunica, transmite y hace reflexionar. Esperemos que siga siendo el motor de nuestra evolución, que ayude a fomentar el espíritu crítico y la capacidad de argumentación y raciocinio. Cualidades cuya posesión es, a día de hoy, todo un arte.

BIBLIOGRAFÍA:
– Jiménez, David (2021). Apuntes de la asignatura “Historia del Arte”, El románico, Comunidad de Madrid.
– Jiménez, David (2021). Apuntes de la asignatura “Historia del Arte”, El Renacimiento, Comunidad de Madrid.
– Cordero, Elena (2021). Apuntes de la asignatura “Teorías de la Comunicación”, Fuenlabrada: Universidad Rey Juan Carlos. https://www.aulavirtual.urjc.es/moodle/pluginfile.php/9952372/mod_resource/content/3/PPT%2017-23-24%20de%20Septiembre.pdf
– Abril, Gonzalo (1997), Teoría general de la información. Madrid: Cátedra.
– Aguado, Juan Miguel (2004), Introducción a las Teorías de la Información y la Comunicación, Murcia: Universidad de Murcia.
– Saperas, Enric (2018), Manual de teorías de la comunicación. Una introducción a las teorías clásicas. Madrid: Ommpress.
– Deca, (16/04/18). “¿Cómo funciona la comunicación en el arte?”, Decademia, https://decademia.com/como-funciona-la-comunicacion-en-el-arte/.
– TeoCom, (26/04/21). “10 principales TEORÍAS de la COMUNICACIÓN”, YouTube, https://www.youtube.com/watch?v=_UeEq8cMdMA&t=596s.
P- royectoambulante, (09/03/20). “LA TEORÍA DE LA AGUJA HIPODÉRMICA: CARACTERÍSTICAS Y EJEMPLOS”, PROYECTO AMBULANTE, https://www.proyectoambulante.org/teoria-de-la-aguja-hipodermica/.

FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE:
– (21/09/20). “El plátano pegado a la pared de Maurizio Cattelan ya es una pieza de museo”, ABC.
– “La creación de Adán”, Wikipedia.

Alberto Carmena García es doble grado de Periodismo y Relaciones Internacionales