Corría el año 1968 y llegaba a Friburgo de Brisgovia, donde iba a participar en un curso internacional de Literatura Alemana Contemporánea. El rector de la Universidad, como suele ser habitual, nos invitó, a los participantes de más de una treintena de países, a un encuentro con él de bienvenida, donde tomaríamos por primera vez contacto con los profesores y compañeros. Fuimos pasando y constituyendo pequeños grupos para estrechar la mano del alumno más próximo, diciendo nuestros nombres y procedencia. En uno de aquellos grupos, una estudiante checoslovaca, Jana Stehlikova, al oírme decir mi lugar de origen exclamó: “¡Oh, España! ¡Velázquez, Goya…!”
Esta anécdota, hoy difícilmente repetible, me servía como inicio de mis clases de la asignatura Movimientos Artísticos Contemporáneos, en la Facultad de Ciencias de la Información de Navarra, pretendiendo con ello llamar la atención de mis alumnos sobre lo que para muchos significaba un país como el nuestro: un pueblo de artistas.
Con demostrada creatividad hemos sabido durante siglos llevar la bandera de la vanguardia artística hasta en momentos de máxima desmoralización o dramáticas circunstancias, como es fácil comprobar con una Historia del Arte y la Cultura en las manos. No habita ningún complejo de inferioridad en nuestros artistas plásticos, en nuestros músicos, en nuestro teatro, en nuestra danza ni en toda nuestra desbordante literatura.
Ningún político que rija nuestros destinos debería vivir de espaldas a esta poderosa realidad y ello tendría que obligarle a apostar por favorecer ese ámbito de entusiasmo necesario, que incentivara nuestra más valiosa condición y el mejor regalo que ofrecer al mundo.
Un artista es un “amanuense del espíritu”, decía Borges, que cumple una función social, que es, además de conmover y acompañar, reconducir nuestra mirada de fuera a dentro, invitándonos a la reflexión. En nuestra contemporaneidad eso se presenta como prioritario, dado que debemos atravesar la piel banal de los acontecimientos cotidianos y el vértigo de la profusa información que nos inunda. Para escuchar y traducir lo que realmente somos.
En su última visita a Madrid, en 1991, el escultor británico, nacido en la India, Anish Kapoor, dijo: “No tengo mensajes que ofrecer al mundo, pero tengo interrogantes. Trabajar en el estudio es una especie de ritual pensado para dejar que las obras se produzcan a sí mismas”.
De igual modo, nuestro Joan Miró hablaba de su lenguaje como una voz que le había sido impuesta. Así es el origen misterioso del arte. Traductor del espíritu.
El ser humano, adivina sus límites y no desea consumirse en ellos. Reclama, exige y solicita la experiencia del otro para sentirse completo. Necesitamos que “se transforme en canto lo que permanece mudo”. En palabras de Rilke.
Sin embargo, qué difícil se presenta hoy esta ambiciosa tarea de aprehender el mundo y ayudar así a conformar el rostro humano…

Vivimos un tiempo de oscuridad y barbarie. El ruido lo inunda todo y, lo que es peor, exalta la ignorancia: “que mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento”, según Asimov. Mirar el mundo, pensarlo, se ha convertido en algo extremadamente difícil. Encontrar en él un camino, una salida, con la presión de dogmáticas imposiciones de todo tipo, un acto de heroico desafío.
Y qué curiosa paradoja cuando nunca hubo tantas e infinitas posibilidades de diálogo e indagación como las que el mundo de hoy, con sus técnicas de comunicación nos ofrece. Acabamos de comprobarlo en nuestro obligado confinamiento pandémico global. Encuentros “on line”. Grupos de músicos reunidos para componer, tocar o cantar juntos, desde los lugares más remotos, con emocionantes resultados… Recibir un regalo cada mañana al despertar, el de la voz dormida casi siempre en nuestras bibliotecas, de tantos poetas, por medio de un escueto vídeo, como ha hecho, sin desmayo, nuestro gran poeta y profesor Jorge Urrutia, durante meses…Cuánto podría ser posible en este tiempo de comunicaciones inmediatas…
¡Cómo es de inútil nuestra labor si no contamos con los ojos y los oídos de los otros, para completar el sentido de una obra! Y no solo para beneficio de la propia obra, sino de todos sus receptores. La falta de ese necesario frontón está provocando, las más de las veces, que el artista o escritor ante su frustración, se vuelva desmoralizado de espaldas y produzca una obra hermética y finalmente endogámica, ahondando el cada vez más evidente divorcio con la sociedad de su tiempo, de la que debe nutrirse, y a la que debe aprender a escuchar, para hablar de lo que fuimos. Nuestra función social se desdibuja, y puede llegar a perderse. O caer en el puro entretenimiento. Es el mundo del espíritu frente al feroz materialismo que todo lo invade.
François Cheng ya advertía en sus Cinco meditaciones sobre la belleza que no debemos olvidar que son dos los misterios que constituyen permanentemente los extremos del Universo: el mal y la belleza. La barbarie está siempre ahí. Es una fuerza atávica contra la que debemos luchar. Militar en la belleza se presenta más necesario y urgente que nunca, y lograr entregar tras el final de la vida un testigo de luz y de esperanza. El artista, el escritor, recibió un don gratuito de cuya responsabilidad debe responder.
Cuando desde sus siete años recibo un precioso dibujo de mi nieta Olaya, que no le importaría estoy segura, firmar a Keith Haring, respiro aliviada. Y me uno mentalmente a mi grupo escultórico Camino de compasión, con la voluntad de cumplir mi itinerante destino, avanzar hermanada con ellos, con todos los hombres . Y siempre que entro en el Museo del Prado, para uno u otro afán, no lo abandono sin pasar a ver, para mí el mayor compendio de la historia de la pintura, que es, el Perro semihundido, de Goya, porque la conmovedora y extraordinaria cabecita del can, con toda su verdad, no solo me recuerda el dicho popular de que Dios creó al perro para hacernos ver lo mucho que nos amaba, sino que despierta en mí el deseo irrefrenable de volver a entrar en el taller, esperando que ocurra el milagro: ¡Hacer otra escultura! Para allí, una vez más, oír la voz de Leonard Cohen cantar incansable: “I´m guided by a signal in the heavens. I´m guided by this birthmark on my skin. I´m guided by my beauty of our weapons. First we take Manhattan, than we take Berlin…”.

Esperanza d’Ors es artista