Nada es del todo lo que parece y casi todo se parece más o menos a lo que no es. Creo que este es el principio que básicamente rige el funcionamiento de la mayor parte de las categorías con que hacemos hasta cierto punto inteligible cuanto nos rodea. Otra cosa es que vivamos empeñados en la idea de que las palabras son instrumentos de precisión y que, como el patrón metro, se dejan aplicar a todo y por cualquiera sin la menor variación. Cómo no va a ocurrir que sea rara la conversación que no acaba en tumulto y el tumulto que no roce la pelea. La mayor parte de nuestras discusiones, aunque no lo aparenten, son acerca del lenguaje con que las entablamos. Y es el lenguaje el que casi siempre acaba ganándolas todas.
¿Es el trap una variante del rap? ¿Son lo mismo el rap y el hip-hop? ¿Es el hip-hop música o poesía? ¿Hay poesía en la cadencia de un programa de lavado? ¿Es más música que poesía? ¿Se convierte en música si lo sampleo en una pieza de hip-hop, rap o trap? ¿Dónde acaba la música y empieza el ruido? ¿Dónde acaba la música empieza el ruido? Respuesta: uno no llegará a ninguna parte si se pasa la vida planteándose preguntas como estas. Olvídenlas. Traten de no hacer tantas concesiones al lenguaje (sin saber que lo hacen) y serán capaces de pensar de modos muchísimo más productivos.
Yo volví caer en la trampa, una vez más, mientras leía Las chicas al frente. La verdadera historia de la revolución Riot Grrrl, un libro fabuloso escrito por Sara Marcus en 2010 y editado este año 2023 por Contra en español (trad. Ibon Errazkin). Sin embargo, Marcus no se plantea en todo el libro qué pueda ser eso de una «banda riot girrrl». No por ello dejó de poder escribir 400 páginas, excelentemente documentadas y escritas, sobre el movimiento feminista asociado al punk de los años noventa del pasado siglo en ambas costas de los Estados Unidos. Al contrario, todo un capítulo (el noveno) está dedicado a plasmar el rechazo que la cuestión provocaba en las mismas riot grrrls: «– No nos interesa lo más mínimo», fue la respuesta de una de ellas al ser abordada por una reportera de televisión a la salida de un concierto con la pregunta del millón: ¿qué es una riot grrrl? (p.256).
Existe, evidentemente, el prototipo (eso que ahora llaman el «canon») de banda riot grrrl, igual que existe el de banda punk, que, a principios de los noventa, lo dice la propia Marcus, se correspondía con la fórmula, radicalmente masculinizada, «Black Flag, los Clash, Sex Pistols, Ramones» (p.63). El homólogo riot girrrl sería el cuarteto de ases compuesto por Bikini Kill, Bratmobile, Heavens to Betsy y Huggy Bear. Pero la lógica del prototipo es la de la aproximación (el más o menos), no la de la pertenencia (el sí o no). Lo que abre un divertido juego de disputas que puede ser el acompañante perfecto de una lectura en grupo de Las chicas al frente. Siguen algunos ejemplos.
¿Siguió siendo Le Tigre, el proyecto post Bikini Kill de Kathlenn Hanna, una banda riot grrrl? ¿Lo es Sleater-Kinney, la banda post Heavens to Betsy de Corin Tucker? ¿Lo es más Le Tigre o Sleater-Kinney? ¿Dejaron estas últimas el riotismo atrás cuando la musicalmente exuberante St. Vincent tomó el mando de la producción (sobreproducción, en verdad) de su disco de 2019 (The center won’t hold)? ¿Ya eran riot grrrls, en 1977 y en el continente europeo, The Slits y The Raincoats? ¿Lo fueron The Go-Go’s, pioneras de la new wave, L7, del grunge, o las primeras Bangles, del paisley underground? ¿The Muffs o Throwing Muses, bandas mixtas con dominantes presencias femeninas? ¿Lo eran X-Ray Spex o The Adverts, en pleno punk británico, con Poly Styrene, Lara Logic o Gaye Advert en sus filas? ¿Lo fue Elastica, la banda también dominante y poderosamente femenina de Justine Frischman, que sirvió un poco para lavar la cara del muy masculinizado britpop en la década de los noventa? Pues la respuesta es: sí, sí, sí, sí, sí, sí y sí… aunque con diferente grado de aproximación al sí. (¡Qué bonitas son las preguntas y qué aburridas pueden llegar a ser las respuestas, sobre todo si te las da ChatGPT™ de OpenAI©!)
Podemos extremar el juego aún más. ¿Eran riot grrrls María Emilia, María Eugenia y María Laura (Fernández Rousse), aquellas trillizas de oro que, en plena eclosión del punk, aportaban coros y danzas a las giras mundiales de Julio Iglesias? Pues sí, claramente entran en el espacio de la categoría, aunque en lo más profundo de su compleja rizomática conceptual, sirviéndole de algo parecido a un negativo fotográfico. ¿Y, ya puestos, qué decir del propio Julio Iglesias? Seguro que ya pueden adivinarlo. Exacto: pura zona bentónica, puro polo negativo conceptual, pero parte de la categoría, al fin y al cabo. De hecho, mucho más importante y definitorio de lo que pueda significar ser una riot grrrl, aunque a la inversa, que cualquier punto intermedio de la categoría.
La lógica riot grrrl es, en fin, difusa, aunque potente, y tal vez potente precisamente por ser difusa. Sara Marcus desenreda con precisión y viveza la historia de este movimiento político y artístico vocacionalmente minúsculo, protagonizado sin afán de protagonismo por chicas empoderadas al margen de cualquier poder, que consiguieron en los años noventa del pasado siglo que el tradicional eje de influencia punk Nueva York/Los Ángeles se elevara en el oeste y descendiera en el este para ser reemplazado por el mucho más fresco y libérrimo Olympia, WA/Washington DC. Esa fue la extensa falla geológica cuyas tensiones hicieron temblar los fundamentos del muy masculinizado punk norteamericano para convertirlo en un nuevo frente defensivo/agresivo, más lo segundo que lo primero, de la causa de las mujeres en la sociedad y, de rebote, de la justicia social en un sentido más general.
Ahora bien, como en realidad ya he señalado, la potencia de este movimiento sísmico no solo se hizo sentir en el futuro más inmediato (ahí están los Gossip de Beth Ditto, las Vivian Girls de Cassie Ramone y Frankie Rose, los Downtown Boys de Victoria Ruiz, las Savages de Jehnny Beth… la lista sería inmensa). También actuó retrospectivamente y nos permite hoy recuperar, apreciar y disfrutar con todo su brillo corruptor lo que, en su momento, las circunstancias o las maniobras de la industria solo permitían ver como elementos excepcionales de la aportación femenina al lado más corrosivo de la música pop: las ya mencionadas Slits, Raincoats, X-Ray Spex o The Go-Go’s, las británicas Au Pairs, Delta 5 o Girls at Our Best!, los suizos Kleenex/LiLiPUT, las neozelandesas Look Blue Go Purple, las españolas Las Chinas o Vulpess… Todas ellas fueron riot grrrls. Aún lo son. Porque así es la lógica del descubrimiento artístico, como en el fondo también del descubrimiento científico: cada genialidad que abre una nueva ventana a la inteligibilidad del mundo reorganiza al mismo tiempo la jerarquía del genio pretérito. Ocurre, casi siempre, que en el centro estaba el dogma, el saber esclerotizado, y en la periferia los primeros pasos hacia el saber presente. No se fíen nunca de los catedráticos, ni de los académicos. Ni siquiera de los Premios Esto y Aquello. La sabiduría viva suele estar en otra parte.
Cualquier chica que empuñe una guitarra y la exhiba con una actitud que cualquiera pueda interpretar como el famoso «this machine kill fascist» de Woody Guthrie es una riot grrrl. Cualquier chica que empuñe cualquier instrumento musical arrebatadamente es una riot grrrl. Cualquier chica que empuñe con arrebato cualquier máquina que sirva para liquidar fascistas (sirven las canciones, los libros, el trato que nos damos los unos a los otros) es una riot grrrl. Cualquier chica que empuñe lo que sea que pueda servir para hacerla a ella y hacernos a nosotros disfrutar contracorriente es una riot grrrl. Incluso si no empuña nada. Porque, como titula Sara Marcus uno de los capítulos del libro, «todas las chicas son riot grrrls».
Por suerte, también todos los chicos podemos ser riot grrrls. Con una condición: saber observarlas, valorarlas y arrebatarse como lo hacen ellas, sin que importe no hacer del todo bien lo que sea que uno haga. Que se note que está aprendiendo y que nunca dejará de hacerlo, mostrando que importa más el experimento que la experiencia y que solo vale la pena experimentar arrebatadamente, como si haciéndolo fuera posible ponerlo todo patas arriba.
Sara Marcus. 2023. Las chicas al frente. La verdadera historia de la revolución Riot Grrrl. Contra (traducción de Ibon Errazkin).
Guillermo Lorenzo
Dpto. Filología Española, Área de Lingüística General. Universidad de Oviedo