Yo tenía ganas de fiesta, de que acabara el invierno y volver a nadar en el mar. Y recordar estíos en los que la programación musical de Gijón hacía posible esa triple ambición. Unas ansias que fueron bruscamente cortadas cuando apareció la programación de este año, llena de divos, noches sabineras y hermanos bluseros escapados de centros de la tercera edad.

La climatología del mes de julio confirmó el desastre previsto, justo hasta el momento en que el Ayuntamiento de A Coruña avanzó la lista de grupos que actuarían en la 32 edición del Festival do Noroeste. Y allí comenzó a salir el sol: Pretenders, Neneh Cherry, Maria del Mar Bonet, Maria Arnal y Marcel Arnau, Ana Curra, Viva Suecia, Christina Rosenvinge, Temples, Nuria Graham, Tulsa, Esteban y Manuel, Espejos y Diamantes, La Plata, Maia Makovsky o Angel Stanish entre otros. Una marea de conciertos que justificaban la escapada y el abandono de foros estivales en Gijón. Y si a eso se añade la presencia de Belle&Sebastian la huida estaba tardando.

El grupo escocés forma parte de la banda sonora de mis dos últimas décadas y los he visto en varios directos, desde el mítico concierto en la carpa pequeña de Benicassim en 2001, el del año siguiente en el escenario grande del mismo festival, pasando por el de 2004 en Madrid teloneados por Adam Green, el de 2010 en Santander, el de Barcelona en 2011, el de 2013 en Paredes de Coura y el de 2015 en Oporto.

Así que los efectos novedad y sorpresa ni estaban ni se les esperaba. O eso parecía. Por eso, el grupo jugó la baza y sabía que nosotros sabíamos lo que iban a ofrecernos en la playa de Riazor. El septeto, acompañado de invitados para arreglos de viento y cuerdas, ocupó la parte delantera de una pantalla gigante que no paró de emitir cortometrajes, videos de sus canciones, formas de colores o fotografías utilizadas en las portadas de sus últimos discos. En ese aspecto, ganada la batalla desde el minuto uno hasta el final, en que proyectaron unas imágenes caseras de los años sesenta recogiendo una boda local grabadas en la Torre de Hércules. Iconografía pop en estado puro.

En cuanto al apartado musical, con diez músicos en el escenario, el resultado melódico fue bastante elocuente. Los conciertos de Belle&Sebastian son como las flores de verano, eclosionan de repente y llevan al espectador a visualizar la perfección pop. En A Coruña arrancaron con la cinematográfica “Act of the Apostle I” de su disco “The Life Pursuit” y continuaron con la tarareada “I´m Cucko” momento en el que el público entró en éxtasis y fue el comienzo de constantes ovaciones en cada una de de las aberturas de sus canciones más notables. Y claro, llegó la inmediata complicidad con Stuart Murdoch, el cantante que se movía y bailaba poniendo poses sin parar de sonreír. Un claro contraste con la hierática y escultural postura del grupo, solo rota por Stevie Jackson, el guitarrista cofundador que cantó con ironía “conozco algunos amigos míos, piensa en ellos todo el tiempo, ¿por qué mi vida no puede ser así?” primeras estrofas del electro dowtempo “Perfect Couples”. O la sonrisa de Sarah Martin cuando dejó el violín para cantar “Pobre chico, nunca podría estar a la altura de tu imaginación” con la que empieza “Poor boy” una de las últimas canciones del grupo.

 

Debe ser complicado elaborar un set, con tantas y tan buenas canciones acumuladas a lo largo de veinte años, y complacer a todos los asistentes. El concierto se repartió en una selecta combinación de clásicas y delicadas canciones de amor no correspondido, como “Another Sunny Day” o “Jonathan David”, y nuevas canciones como “We Were Beautiful” o “Show Me the Sun” Y en éstas, influido por el espacio, la gente y la brisa marina, Stuart Murdoch decide cambiar el set. Reunión de urgencia y carreras de los músicos en busca de otros instrumentos resuelta en segundos por las tablas acumuladas en tantos años.

Los espectadores veteranos supimos que todo iba a cambiar con los primeros acordes de “The Boy with the Arab Strap”. Estaba claro, invitación de Murdoch a subir al escenario a una docena de veinteañeros para bailar con él y cantar “colorea mi vida con el caos de la incertidumbre”. Insisto en la edad, porque yo estaba en la primera fila y Stuart y yo nos cruzamos la mirada, pero su gesto fue algo así como “ya no estás en edad”: A cambio subió al que llevaba una riñonera, símbolo de que vuelve lo peor de los años ochenta. Después del baile, todos se sentaron en el borde del escenario y hablaron con Stuart en un más que correcto inglés, que delata el provecho sacado a la etapa Erasmus. Los agraciados tuvieron una segunda oportunidad con la pegadiza I Didn’t See It Coming”.

A medida que el concierto llegaba a su fin, cobró sentido la frase “quiero que el mundo se detenga” que Stuart repitió una y otra vez para dar más énfasis a “I Want the World to Stop”. En esos momentos el público ya se había entregado a la luminosidad de su generoso y ultra festivo setlist. Un breve descanso y retornaron con “Funny Little Frog” reivindicando que ““puedo ser yo mismo y cantar” para pasar a una introducción silenciada que daba a una bella explosión, “The party line” la canción más electrónica de la banda. En esos momentos Riazor era una inmensa pista de baile en la que miles de personas gritaban “salta al ritmo de la línea de la fiesta, no hay nadie aquí excepto tu cuerpo querida, quédate” Literal. Nos quedamos a aplaudir y ovacionar a una de las bandas más consistentes e irresistibles de las dos últimas décadas.

Jose Antonio Vega es colaborador de laEscena
@joseanvega64