La última sala X que había en Madrid aún estaba abierta cuando Omar A. Razzak rodó el documental ‘Paradiso’. Esa noche, Rafael, el proyeccionista que además era el encargado de mantener cuidado el cine, acaba de echar la verja. Un perro pasa por delante. Poco después, lo hace su dueño. Dos sombras en la noche. Aunque la jornada ha terminado, aún resuenan los gemidos de las actrices porno, las escuetas y directas palabras de sus compañeros de trabajo: «chúpame la polla». Más gemidos. Luisa, la taquillera que está a punto de jubilarse, sale a la calle. Y juntos, ya cerrado el local hasta el día siguiente, esperan en la parada sus respectivos autobuses. La noche se cierne sobre sus cabezas. Cabe imaginar la soledad de esas vidas. El autobús de ella llega primero. Se despiden. Él, Rafael, se queda adormilado en el asiento del suyo. La noche madrileña es, en este caso, un entramado de soledades, lejos de bullicios y modernidad. Mañana será otro día. Y los hombres -clientela más o menos fija- que frecuentan el local en busca de una caricia compartida, una cita clandestina o un rato de compañía y evasión, volverán a merodear por allí, de la sala al baño de caballeros, siempre el mismo trayecto de ida y vuelta. Un refugio como cualquier otro. Una lata de cerveza, un cigarrillo y una pequeña charla en el descanso de la proyección. Recuerdos de pasados que la memoria engrandece y dignifica. Vidas de hombres homosexuales en épocas grises y difíciles para quien no tiene la sexualidad de la mayoría. Muchas vidas silenciadas. Mucho miedo. Esos ecos que siguen latiendo entre el temor y la osadía, la última copa y las cajetillas de Winston, las canciones del pasado (Bambino y su desgarro como referentes esenciales), la soledad del presente y la incógnita del futuro. Y ahí, en la sala X, aún abierta cuando se rodó este emotivo documental que puede verse ahora en Filmin, los hombres pueden desahogarse con otros hombres, recordar aquel pasado, ya son otros tiempos, aunque el miedo nunca desaparecerá del todo, es inevitable. Rafael, el proyeccionista que habla de cine con la taquillera, perfuma el local con un ambientador barato. Viendo el documental, puedes percibir nítidamente ese olor. El olor de los viejos cines. Se dejan entrever los cuerpos de las actrices porno, las palabras de los actores porno, que nunca se salen del guion, «chúpame la polla». Se oyen ahora los gemidos entremezclados. La caricia que no se disimula en la oscuridad. El sexo que ahuyenta, como siempre, numerosas soledades. Hay más inocencia que picardía en ese refugio. El mundo, con todas sus complicaciones, queda al otro lado de la verja. Siempre al otro lado. Hay una voz que escucha los recuerdos o los anhelos del otro, de los otros. Pasado y presente. El cine Duque de Alba, la última sala X que había en Madrid, pronto se transformará en un local cultural, donde también se beberá cerveza, se presentarán libros y se verán películas interesantes. Todo eso sucederá cuando Luisa, la taquillera, se jubile. Ya queda poco, dice Rafael, el proyeccionista, una de esas noches en las que ambos esperan sus respectivos autobuses. La noche madrileña al fondo, desde otra perspectiva.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades