La llama doble de la que escribió Octavio Paz. La azul y la roja. La del amor y la del deseo. Las dos continúan presentes en el corazón de la mujer protagonista de ‘La voz humana’, el texto de Jean Cocteau al que ahora, en un exquisito mediometraje, ha vuelto a acercarse Pedro Almodóvar. El fuego, por tanto. El fuego como símbolo de un amor y un deseo que sigue vivo. El fuego que arrebata y consume. El fuego que dio vida y que ahora sólo ofrece sufrimiento. El fuego en el cuerpo y en el alma de la mujer: la llama roja y la azul. El fuego antes de la apoteosis final. La nieve, al otro lado, como metáfora del corazón del hombre que se ha ido. Del hombre que ya no ama a esa mujer, que la ha abandonado. El hombre que sólo quiere recoger sus maletas y huir. Que ya ha huido (sin las maletas), en realidad, dejando a la mujer que una vez amó hundida en su dolor y desesperación. El hombre que ya no es arrebatado por ninguna llama, ni roja ni azul. La nieve como metáfora, sin intención poética en este caso.
Pedro Almodóvar había situado a este personaje, el de la mujer abandonada, en el centro de una película redonda como es ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’. Allí, la mujer abandonada, una inmensa Carmen Maura, estaba rodeada de teléfonos rojos y situaciones humorísticas, graciosas, delirantes. Pero ella, como la protagonista de Cocteau, sufría, se desesperaba, lloraba, esperaba la llamada de quien había sido su pareja en los últimos tiempos. La llama doble continuaba ardiendo. El fuego, cuando ardía la cama que la pareja había compartido, ofrecía unos escasos minutos de liberación. El dolor y el fuego.
Era difícil estar a la altura de aquella interpretación de la Maura, que en su momento fue comparada con la mismísima Anna Magnani, quien también había dado vida a la mujer abandonada que espera la llamada de su amor. Y eso es mucho decir porque en Magnani todas las llamas dobles se multiplican por dos. El fuego que sale de lo más profundo y se manifiesta a través de unos ojos que expresan todos los sentimientos posibles. Los ojos de la Magnani, qué más decir.
Tilda Swinton, en esta nueva versión, ha conseguido, como sus predecesoras, estar a altura. Se mete en la piel de esta mujer con la desesperación y la angustia que el papel requiere y con una voz tan oscura, dolorida y perfectamente modulada que consigue que te identifiques de inmediato con su problema. La llama doble que aún arde. La fragilidad que deja el abandono del hombre que ha amado, que sigue amando. La fragilidad y la rabia.
Almodóvar ha rodado una pieza impecable, donde los escenarios se entremezclan (el escenario real en el que transcurre la historia y el escenario desnudo de la nave en la que fue construido) y donde el rojo se convierte en negro para volver de nuevo al rojo. Esta vez con el añadido de un efecto liberador que da paso a otro estado. Un estado donde la llama doble se irá consumiendo con el paso de los días y las noches hasta extinguirse definitivamente, dejando, eso sí, las profundas cicatrices que siempre traen consigo los amores verdaderos cuando, por los motivos que sean, desaparecen.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades