El miedo de los niños. La picardía de los adolescentes. La supervivencia de los jóvenes. Hombres escondidos. Mujeres que inventan toda clase de recursos para salir adelante. Pervertidos adinerados. Señoras burguesas que miran para otro lado cuando algo no les agrada. El estraperlo. La prostitución. La censura. La crueldad. La miseria moral y humana. Los vencedores y los vencidos. La manera de evolucionar de unos y otros. El paisaje devastado por la guerra, la mugre y la suciedad. Las heridas del conflicto. Esas heridas que dejarán hondas cicatrices y el dolor de unos puños que golpean. Un hombro o un pecho femenino, desnudos ambos, entrevistos en una ventana o en una pantalla de cine. Dos guardias civiles, en ese mismo cine, que obligan a la pareja de enamorados y a todos los demás espectadores a entonar el ‘Cara al sol’. “Más alto, más alto, que no se os oye, el brazo arriba, viva Franco, viva España, viva, viva, viva”. Una copla, o unas cuantas, para hacer más llevadero el pan duro y el caldo aguado. “A la lima y al limón”. Si te dicen que caí. Que te lo dirán. Te lo dirán, seguro, las voces de aquella esquina. Miradas furtivas entre visillos, susurros, acusaciones. Vidas silenciadas, adormecidas. Vidas que arrastran el miedo a cuestas frente a esas otras vidas que imponen su mando con autoridad y violencia, sin rastro de humanidad o compasión. Voces que se contraponen, que se ajustan, que se deslizan unas sobre las otras. Voces que conforman una de las novelas más impresionantes de nuestra literatura, ‘Si te dicen que caí’. Voces cuyo eco aún no ha dejado de sonar porque son tan poderosas como la prosa que las describe.
A Juan Marsé no le convenció en su momento la adaptación que Vicente Aranda hizo para el cine de su novela, pero yo creo, con la perspectiva del tiempo (treinta años han pasado ya) y pese a la dificultad del empeño y algunos desequilibrios, que la película refleja muy bien aquel mundo tan sórdido y tan gris, la crueldad, la desesperanza, las derrotas y esa caligrafía de los sueños que, a pesar de todo, está tan presente en todas sus historias.
Otras voces. Las que conforman otra de sus grandes novelas, ‘Rabos de lagartija’. Voces que aparecen y desaparecen, que construyen con sus historias particulares un complejo puzle donde la crueldad y la fantasía, en desigual proporción, vuelven a estar muy presentes. Más vencedores y vencidos. Víctimas y verdugos. Y una ternura que se abre paso entre la brutalidad de los tiempos y otorga luminosidad donde parecía imposible que hiciese su aparición.
La manera de narrar vuelve a ser poderosa. Como lo es en ‘Últimas tardes con Teresa’, ‘Caligrafía de los sueños’ ‘Un día volveré’ o ‘La oscura historia de la prima Montse’, por apuntar sólo algunos títulos. En realidad, ni siquiera en esas dos o tres novelas menores, deja de serlo. Las descripciones y los diálogos sirven para construir una serie de historias que forman parte de lo mejor de la narrativa española. Quedan todas esas voces, sí: masculinas y femeninas (Victoria Abril, Charo López o Ana Belén son algunas de las actrices que dieron vida en el cine o la televisión a esos personajes), como un legado impresionante al que regresar. Y la coherencia a la hora de narrar, de arañar la memoria y de posicionarse de un escritor deslumbrante.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades