Marta, ya despierta, me dijo: Tengo que darte una mala noticia. Todas las mañanas, antes de irse a trabajar, se despide de mí. Es también una forma de saludarnos, lo sé, pero ese regalo viene bajo el envoltorio de una despedida. Después, suelo seguir durmiendo. Unas veces me da tiempo a oír cómo se cierra la puerta tras ella y otras veces no. Miré la hora en mi teléfono y vi que ni siquiera eran las cuatro, y quizá esto sea todo lo que deba decir, que hoy, al despertarme, creí que era ya de día, pero todavía era de noche.
Han pasado seis horas desde entonces y aquí estoy, movido por la energía estúpida que acompaña a la tristeza más profunda, la de alguien que lleva a cabo su misión en el nombre de otro pero no recuerda ya cuál puede ser esa misión. Si hubo una primera vez, que la hubo, no sé cuál fue. Si hubo un comienzo, no sé qué vino más tarde. Famous Blue Raincoat es la historia que siempre quise contar y sólo él pudo escribir. Con esto quiero decir cuánto me importaba, cuánto me sigue importando, ¿no es eso lo que dicen todas las canciones?
Son muy pocos los que merecen su sombrero.
Él era uno de ellos.
Y ahora las naranjas otra vez naranjas.
Celebró a su manera el amor y la escritura: lo que no nos puede salvar, pero nos libra de la necesidad de salvarnos. Para Handke, Butragueño era alguien capaz de tirarse al barro y salir limpio. Lo mismo se podría decir de él. Nick Cave supo a qué quería consagrar su vida en cuanto escuchó uno de sus discos. No fue el único, claro, pero es el primero que se me viene a la cabeza. Si algo sabe quien ama su oficio, y yo amo el mío con toda mi alma, es quiénes son los buenos, y que los buenos son los otros.
Aprendimos tanto de él.
Que en el tumulto debe uno callar, y hablar tan solo de lo que sucedió antes o de lo que sucedió después. Que uno se aferra al micro con rigor y delicadeza para ser destilado, para fluir a través de él. Que decimos: Qué vamos a hacer con esto, cuando eso, a lo que llamamos esto, lleva ya un rato haciendo algo con nosotros. Que el baile depende de los párpados y no de los pies. Que lo último que necesita un caballero para ser un caballero es una espada sobre su hombro. Que cuando nos preguntamos cuántos nos quedan lo que estamos diciéndonos en realidad es cuántos nos faltan. Que tal vez no siempre tengamos flores a mano, pero para eso están las palabras.
Chus Fernández es escritor