"Primera línea", collage, 28,5 x 76 cm., pieza única

El que tenga una canción tendrá tormenta, el que tenga compañía soledad
el que siga buen camino tendrá sillas, peligrosas que lo inviten a parar
pero vale la canción buena tormenta y la compañía vale soledad
siempre vale la agonía de la prisa aunque se llene de sillas la verdad.
Historia de la silla, Silvio Rodríguez

Es posible que mi acercamiento inicial a los trabajos de Fernanda Álvarez se debiera a mi interés profesional que me lleva a observar las distintas tipologías y estilos de mobiliario desde un perspectiva documental; los muebles de asiento y descanso que suele representar, se han ido convirtiendo en iconos personales que es difícil desvincular de sus trabajos. Profundizar en sus propuestas, mirándolas desde cerca -por sus discretos formatos y el detallismo que contienen- favorece un diálogo íntimo con el espectador. Partiendo del dominio del grabado y otras técnicas de estampación, se observa un desplazamiento hacia el mundo del collage y el ensamblaje, lenguajes que contribuyen al enriquecimiento de su personalísimo discurso.

Desde hace años sigo los pasos de esta artista, disfrutando la experiencia de sentir cada una de sus nuevas propuestas surgidas de una temática sencilla y unas técnicas cargadas de emoción como en Jardines Imperfectos de la Galería Texu en 2010, una serie de estampas litográficas sobre tela y collage, o la muestra de la Factoría Cultural de Avilés Cuerpo Sólido ligada al Festival Miradas de Mujer del 2014, y en sus diversas colaboraciones con la sala aLfaRa como Nana para la pequeña Ofelia (2007), Paraísos (2008), litografías sobre tela con alfileres y perlas, o en proyectos más recientes como Grietas , en 2015. Ahora en “Los cambios” volvemos a encontrarnos con un auténtico inventario de muebles que, como comenta la propia artista “icónicamente son un elemento poderoso, que me llama y me retiene, con esa semejanza al cuerpo humano (patas, brazos…). Así que siguen siendo mi autorretrato”.

En la Feria de Arte Contemporáneo de Oviedo de 2016 en el stand de la galería Amaga pude admirar uno de sus trabajos titulado Borrar el pasado, intuí que las decididas tachaduras, sobre las sillas y sillones, muy expresivas, significaban una especie de tabula rasa que desencadenarían nuevos campos de exploración en los que esos iconos iban a perder protagonismo; sin embargo, ahora, que contemplo “Los cambios” advierto que la artista plantea una nueva vuelta de tuerca a su trabajo, reafirmándose en un lenguaje que ha hecho suyo, con el que parece sentirse cómoda para seguir indagando en el mundo de la creación. En la nueva obra que nos ofrece en la galería Amaga de Avilés, sin perder un ápice de su íntimo discurso y manteniendo la coherencia que le caracteriza, ha vuelto a ir más allá con sus resultados, son rigurosos, arriesgados y de una gran rotundidad técnica.

La muestra nos recibe con una de las obras que le da título: Los cambios (imagen 1) y sobre la que ya centró su interés el crítico Rubén Suárez, sirviéndole de inspiración para los comentarios que dedicó a la artista y su trabajo; la pieza realmente es exquisita y se ve enriquecida por un marco transformado en contendor de sus mundos personales. Junto a ella, unas obras de pequeño formato (imagen 2), presentan el despiece de las partes estructurales, patas y apoyabrazos de sillones que así, desmembradas, diseccionadas, evidencian, desde su desnudez, la necesidad de llegar a los engranajes que mueven nuestro confort, nuestras emociones y que me han recordado los cuadernos y dibujos de patronaje y, especialmente, los manuales ilustrados de los grandes ebanistas de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX como Thomas Chippendale y su Gentleman and Cabinet Maker’s Director o Percier y Fontaine Recueil de Decorations Interieures.

«Los cambios», vista de la exposición, sala Amaga.

 

Una vista general de la exposición (imagen 3) ayuda a entender los recursos de Fernanda Álvarez, sus aportaciones iconográficas, compositivas y técnicas, la riqueza de matices que, subrayan, su reafirmación sobre cómo, distintos lenguajes creativos y expresivos, son capaces de convivir en un mismo y mínimo espacio, comunicándose o enfrentándose, en una realidad que nos concierne; esto lo observamos cuando nos acercamos a las obras y advertimos la rotundidad de sus títulos: Campo de Batalla, Batallón (imágenes 4-5), Primera línea (imagen de portada) y una serie muy especial, Retaguardia (imagen 6), delicadas y radicales piezas que reafirman -como tríptico- el sentido estético y crudo de la realidad plástica y vital. El hecho de destacar la presencia de este tipo de mobiliario, teniendo en cuenta su funcionalidad y sus connotaciones -integradas tanto en el ámbito doméstico como en el privado- y también ligadas a las metáforas o prosopopeyas a partir de sus semejanzas con el cuerpo humano, irradian definidas formas icónicas, que identificamos con “lo clásico” o “lo moderno” y, con una pluralidad de conceptos y lenguajes trasladables a nuestra singularidad; por todo ello me ha recordado el recurso de la artista colombiana Doris Salcedo que ya en la Bienal de Estambul de 2003 sorprendió con una reflexión sobre la urgente necesidad de comunicación entre los seres humanos con 1550 sillas entre dos edificios de la ciudad, o Sillas vacías en el palacio de justicia de 2002. Ambas artistas participan de una misma sensibilidad que afecta a la comunicación y el respeto entre las personas.

Queda claro que, como la propia artista afirma, en esta muestra hay también “una reflexión sobre los cambios de estado, los cambios de superficie, los límites, las fronteras… Y es por eso que, con las formas individualizadas, en las sillas se proponen todo tipo de transiciones: línea de dibujo, gofrado, tela, rayados…”. Existe algo de inventario en la presentación directa de los muebles, un catálogo de propuestas, posibilidades y experiencias que abarca desde el asiento de una sala de espera a la silla del comedor o el confortable sillón del salón (uno de sus principales protagonistas) que propicia el descanso, el aislamiento del mundo, pero también un acercamiento peligroso al estado de letargo. Está aquí la reflexión sobre la soledad y el abandono, el de poder dejarse llevar y perderse. En este sentido no quiero dejar de mencionar el trabajo de madurez de la artista surrealista Dorothea Tanning y su serie de intervenciones pseudo-escultóricas como Rainy Day Canapé donde el mueble de descanso toma características antropomórficas, casi monstruosas, protuberancias inquietantes nacen de esa armonía del individuo con el mueble, que te arropa y te destruye.

Es evidente que existen conexiones autobiográficas en cada una de estas piezas y que la artista consigue proyectarlas en nosotros; porque el arte, como la vida, es un campo de batalla necesario, duro y bello, y siempre, cuando artistas avant-garde como Fernanda Álvarez, crean desde la sinceridad y el compromiso, se producen cambios e inflexiones necesarios para seguir adelante. Así se advierte en los trabajos más autorreferenciales de la artista Louise Bourgeois, en los que también los muebles tienen protagonismo y son rescatados del olvido del desván como Pasaje peligroso, una de sus celdas más conocida; aunque quizá, el encuentro más sincero entre ambas creadoras se produce en Lady in waiting, una especie de cabina de madera y cristal en cuyo interior encontramos un viejo sillón estampado, un exvoto necesario para exorcizar los temores y curar las heridas. En “Los cambios” el lenguaje de Fernanda es esencial, concentrado y silente.

«Los cambios» de Fernanda Álvarez
Galería de Arte Amaga
c/ José Manuel Pedregal, 4. Avilés
hasta el 26 de febrero
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Santiago Martínez
 es profesor de Historia del Arte
saguazo@yahoo.es