Hablar del meme como un artefacto cultural, tal y como lo considera Ryan M. Milner[1], puede parecer un tanto exagerado e incluso pretencioso. Sin embargo, también nos permite abandonar comprensiones simplistas y acercarnos a su carácter complejo y multifocal en relación con la creación de colectividades digitales. El origen de este concepto se lo debemos a Richard Dawkins, quien en 1976, lejos de la expansión de internet y del meme moderno, teorizó sobre la existencia de unidades culturales que, al igual que los “genes” en las ciencias biológicas, constituían la estructura primordial de las culturas humanas. Con esta afirmación, buscaba dar cabida a una teoría cultural que recogiera la relevancia de la fluidez, mutabilidad e imitación (del griego “mimeme”). La cultura no es algo dado y definido de antemano, sino que los seres humanos la construimos diariamente a través de ese proceso imitativo de unidades culturales que Dawkins llamó memes.

Como todo texto, es decir, como producto destinado a la interpretación cultural, el meme de la actualidad se configura a través de lógicas que nos conectan con la globalización, la mediación y accesibilidad tecnológica y la cohesión identitaria de quienes los crean y difunden, recuperando esas dinámicas de repetición y apropiación originales del concepto.

Un meme no es solo un meme.

La RAE lo define como una “imagen, video o texto, por lo general distorsionado con fines caricaturescos, que se difunde principalmente a través de internet”. Esta acepción recoge la comprensión generalizada y probablemente adultocéntrica de que el meme es una diversión fugaz, producto del aburrimiento de las generaciones millennial y Z, que tiene por objetivo principal expresar el lado cómico, paródico e irónico de la cultura pop contemporánea. En este sentido, el meme sería algo así como un entretenimiento fútil, algo que en algunos casos es cierto, pero que no debemos confundir con ser un elemento sin significación. Todo meme, por absurdo que nos parezca su humor, análisis o parodia, refiere a significados culturales concretos.

Sumado a esto, el meme es un producto audiovisual que tiene la habilidad de trastocar los medios hegemónicos de difusión y reproducción del conocimiento y que, a su vez, evidencia el carácter participativo y fugaz de la era de los móviles. Considerar el meme como un artefacto político nos evade de las simplificaciones o incluso menosprecios que dirigimos contra la cultura pop y la juventud para poner el foco en características como la replicabilidad, interactividad e inmediatez.

Cierto es también que uno de los grandes potenciales de este artefacto es su carácter multidisciplinar. El meme se ha diversificado, adquiriendo formas más contundentes políticamente e incluso articulándose como fragmentos de crítica cultural que abarcan temas variados como la salud mental, la educación sexual, la psicología o la filosofía (@culomala, @fluorrazepam2, @kafkahuetes, @freud.intensifies). Ya no solo buscan remitirnos a un sentimiento de nostalgia colectiva, sino que también se inscriben en prácticas propias del ciberactivismo, operando desde la vivencia personal. El meme tiene la capacidad de articular los discursos públicos a través de la participación tecnológica. Una interacción que pone en relación lo micro, entendido como cotidianidad y experiencia personal, con lo macro, las abstracciones discursivas y la colectividad virtual. Una rearticulación del conocido lema feminista “lo personal es político”, también en el universo digital.

 

El meme, como fracción de una crítica política más compleja, puede considerarse como un mecanismo de interpelación colectiva en tanto que elemento de cohesión identitaria. Me refiero aquí a ese sentimiento de pertenencia grupal, algo que, por inocente que parezca al hablar del meme, tiene una importancia trascendental como elemento comunicativo. Tal y como señala Donal Carbaugh[2], existen prácticas comunicativas concretas en las que se negocia la identidad colectiva con especial énfasis. Son fórmulas de comunicación que configuran ese proceso de sentirse parte de un grupo, lo que se denomina membering. Los memes, indudablemente, son parte de esta construcción de colectividades emocionales digitales; han sido ideados para recoger un sentimiento a veces disperso y poco definido en el sentir general, pero que cristaliza, concretándose en el tiempo y el espacio. Es así como puede entenderse su capacidad de potenciar la visibilidad de un grupo, de reorganizar y modificar la agenda política del mismo, e incluso desactivar aquellas ofensivas que se dirigen contra sus intereses.

Es en este contexto donde nace el meme del aliado feminista.

Este meme, con tintes claramente políticos, representa en tono jocoso y burlón al “aliado feminista”, es decir, a ese hombre interesado en el activismo por la igualdad de género. Es esta una representación en la que se describen los límites de su participación política o incluso se le niega; se ironiza sobre su potencialidad disruptiva respecto al sistema patriarcal y se cuestiona la honestidad de su deconstrucción.

Este tipo de meme no nace en la soledad del espacio virtual, sino junto con otros discursos que se engloban bajo una crítica de la masculinidad contemporánea que, por otro lado, lleva dándose de manera consistente en la producción académica desde los años setenta. La masculinidad hegemónica ha sido señalada a grandes rasgos como aquella que garantiza la soberanía de lo masculino sobre lo femenino mediante lo que Celia Amorós denominó “pactos patriarcales”[3], es decir, un espacio de reconocimiento entre iguales que se materializa en un sentido de “fratría” y respeto intermasculinos.

Si el meme es un producto muy variado en cuanto a tipologías y perspectivas, también lo es de acuerdo con sus posibles interpretaciones. En el caso de los memes del aliado están condicionados por los debates que se plantean en el seno del activismo y la teorización y que oscilan a grandes rasgos entre tres tendencias que Jokin Azpiazu recoge en su colaboración con la revista feminista “Pikara Magazine” “¿Qué hacemos con la masculinidad: reformarla, abolirla o transformarla?”.

Por un lado, podemos considerar que el meme de la “nueva masculinidad” emula las críticas que se han vertido desde los años ochenta ante el encumbramiento de un hombre autocatalogado como sensible, empático y tolerante, que comenzó a ganar protagonismo e incluso a tomar la palabra dentro de los estudios feministas. Pero estas críticas parecerían no dirigirse exclusivamente contra el proceso de deconstrucción de una masculinidad nociva socialmente, sino contra el aplauso colectivo al hecho de que los hombres abandonen formas violentas de relación. Es llamativo cómo aquello que les ocurre a los hombres se ve automáticamente amplificado, absorbiendo el interés colectivo, mientras que los “asuntos de mujeres” y “feministas” son limitados en términos de visibilidad de las esferas culturales. Curiosamente, la deconstrucción, potenciada por el activismo y la producción teórica feminista, es alabada, mientras que el feminismo sigue defendiéndose de las acusaciones de “ideologización” y de ser un movimiento anti-hombres que persisten desde hace siglos.

Con esto, no pretendo argumentar que estos memes sean un producto que emana únicamente de la rabia, algo que, por otro lado, es absolutamente legítimo cuando hablamos de reivindicación de derechos políticos, sino más bien comprenderlo como una unidad de significado inserta en una red discursiva más amplia: entre el mencionado ciberfeminismo, la crisis de la masculinidad contemporánea y la disolución del ansiado sujeto político del feminismo occidental. Esta rabia parte entonces no ya de un sentimiento irracional —una crítica que enraíza con la construcción misógina de la mujer hipersensible e histérica—, sino de una queja alta y clara sobre los principios en los que se estructura la visibilidad política. Al margen de su carácter pedagógico o no, este tipo de textos también materializan un malestar común dentro del (ciber)activismo: la intromisión de determinadas masculinidades en los (ciber)espacios de reivindicación feminista.

 

También puede ser interpretado, este tipo de meme, como una crítica a la recurrente y automática tendencia a la trascendencia: los hombres se deconstruyen mejor y más rápido que las mujeres; y también una alerta sobre la necesidad de deconstruir el proceso mismo de deconstrucción como algo medible, ético y finito. La deconstrucción, entendida como una ruptura de lo unívoco y homogéneo —en este caso haciendo referencia a los mandatos patriarcales—, no implica en ningún caso una guía moral. La deconstrucción es, en términos filosóficos, una cartografía del centro productor de conocimiento, es decir, una hermenéutica de los procesos por los que se construye un texto cultural, aquí la hegemonía masculina. Podría decirse, entonces, que se nos ofrece un mapa, pero no se nos indica en qué punto se encuentra la salida. La deconstrucción no es nada sin una ética feminista que la coordine. Es más, la deconstrucción no es un objetivo alcanzable en sí mismo: no hay meta final. Es, más bien, un enunciado de autoconsciencia: de negarse a tomar parte en la reproducción del orden desigual de género.

Una de las principales cuentas que crean estos memes sobre el “aliado feminista” es @mememasculinidad. Su perfil es un claro ejemplo de las principales argumentaciones que se aportan para negar la capacidad de transformación de la masculinidad y así lo afirman contundentemente quienes la administran: “La idea [de la creación de la cuenta] surge porque no creemos que la masculinidad se pueda ‘mejorar’. Es una idea mala per se”. Una perspectiva que enlaza con los debates sobre la abolición del género en el feminismo de los años setenta. La masculinidad, en esta línea, puesto que solo puede darse como una configuración dentro de un sistema de relaciones opresivas de poder sobre lo femenino, debe ser abolida. Cualquier transformación será entendida como un parche en términos de modulación adaptativa y no como transformación subversiva.

Pero es que, además, la manera en la que se articula este planteamiento es, de por sí, contraria a los patrones patriarcales de representación de la masculinidad: nada en lo masculino puede ser paródico. Este es otro enfoque que destacan desde @mememasculinidad: “Además, como siempre se trata con mucha solemnidad, pensamos que decir esto mediante el humor y en formato meme podía cambiar la forma de enfocarlo. Hablar en serio de la masculinidad es demasiado masculino, por así decirlo”. Este meme es, pues, un rechazo a esa genealogía masculina basada en la autoridad para definir los límites de lo correcto, paródico y admisible. Trastocar esa “solemnidad” es una forma de ridiculizar para desarticular esa dominancia de género en la que la masculinidad representa lo sagrado e innombrable.

 

Asimismo, retomando la postura “transformadora”, podemos entender estos memes desde otra perspectiva, la de delimitar un sujeto de participación masculina dentro del activismo por la igualdad de género. Habitualmente, las referencias al sujeto político suelen ir asociadas al feminismo y a las luchas por la flexibilidad o no de la categoría “mujer”. Sin embargo, es menos frecuente preguntarnos por cuál es el sujeto participativo que pretendemos construir en el activismo de los hombres. Si buscamos que se produzca una deconstrucción en términos colectivos —la única sustancialmente significativa para trascender los cambios aislados o individuales —, necesitamos definir esa participación.

El meme del aliado feminista asume las funciones de un golpe sobre la mesa por la lentitud y la tibieza del cambio a la par que es un pegamento restitutivo con el que se pretende que los hombres no se desvinculen tan rápidamente de su machismo. Es una sospecha, plenamente fundada, de que la alegación de estar deconstruido puede mostrarse como un salvoconducto exculpatorio en un mundo en el que ya no parecen tener cabida las mismas formas masculinas del macho alfa.

El sociólogo Lionel Delgado[4] señala, entre otros, dos problemas fundamentales que pueden surgir de la crítica sistemática al aliado feminista a través de la mofa y el meme: primero, la asociación esencialista entre hombre y machismo, de tal manera que pareciera no haber una opción posible de rechazar los patrones hegemónicos de la masculinidad. Y, en segundo lugar, y de forma especialmente significativa, el impacto que estas representaciones tienen en la definición de un modelo de deseabilidad social. En otras palabras, si tanto los hombres machistas como el feminismo critican esta posición “aliada”, ¿estamos dando espacio para poder desarrollar referentes que sirvan para animar al cambio a otros hombres?

Con todo, considero fundamental señalar algo que permite contextualizar el dilema: el meme del “aliado” interpela con tanta fuerza a un deseo de cohesión grupal feminista como intenta ser una llamada de atención a los propios hombres. Si bien se espera que reciban el mensaje, lo que se persigue con más énfasis es el intercambio emocional que media el artefacto del meme y que interpela a una identidad colectiva. El meme del “aliado” es una llamada de atención para que desde el activismo feminista se ponga en duda a dichos hombres; y, a la par, es un espantapájaros para aquellos que bien están articulando su cambio o bien quieren hacerlo: “estamos vigilando”. Este hecho, que en ocasiones es vivido por algunos hombres como algo casi traumático o incluso como un ataque directo a su autonomía, no parece suponer ningún problema cuando en la articulación de la masculinidad tradicional quienes “vigilan” son otros hombres. Entiéndase aquí “vigilar” dentro de la mencionada fratría de los “pactos patriarcales”. Estos memes reconfiguran la concesión tradicional de los permisos de la identidad colectiva: ahora son ellos quienes deben atravesar el escrutinio bajo los términos feministas.

No quiero negar la sensibilidad de aquellos hombres que se autodefinen como aliados o feministas y que sienten cierto escozor o rechazo ante estos memes. Pero creo que es necesario tener muy presente que la deconstrucción no se produce necesariamente a través de una política de la dulzura. Como señala Jokin Azpiazu en “Masculinidades y feminismo” (2017), debemos comprender el potencial de la incomodidad para remover los adentros de la masculinidad, visibilizando sus pilares constitutivos. Esto nos permite adoptar una postura constructiva en la interpretación de este fenómeno.

El feminismo también debe pensar sobre la masculinidad, sobre los hombres y sobre los modelos deseables socialmente. Esto podría configurarse como un acompañamiento, alejado de la sombra de la eterna pedagogía femenina, pero que coordinara el conflicto identitario que surgiría en la identidad masculina. Respecto a la existencia de referentes, quizá sea necesario asumir que el espacio de los modelos pedagógicos no es el ocupado por los memes del aliado, su cometido es otro y, por lo tanto, simplemente debemos buscar en otro lugar.

 

 

[1] Ryan M. Milner (2012). “The World Made Meme: Discourse and Identity in Participatory Media”. [Tesis doctoral]. University of Kansas.
[2] Donal Carbaugh (2005). Cultures in Conversation. Nueva York. Psychology Press.
[3]Celia Amorós (1992). “Notas para una teoría nominalista del patriarcado”. Asparkía: investigación feminista. (1). Pp. 41-58.
[4] Lionel S. Delgado (15 nov. 2020). “A la caza del aliado o la muerte de la ‘nueva masculinidad’”.

(El autor quiere agradecer a @culomala y @mememasculinidad por permitirle usar sus memes para ilustrar este texto y a Judit Vela por su tiempo y sus consejos)

Este artículo ha sido publicado originalmente en eLAnuario 2021 de LaEscena, publicado en el mes de mayo de 2021

Iván Gómez Beltrán es colaborador de ElAnuario de LaEscena