El poema es deslumbrante. Diría más: Se trata de uno de esos poemas que te atraviesan y se quedan ahí, incrustados en tu interior durante algún tiempo. Son palabras que no se van y tampoco quieres que se vayan, pese a su dureza y su crueldad. Comienza así: Son el lugar donde empieza todo desplazamiento. Los pezones de mi madre. En él, Robert Hass (San Francisco, 1941) vuelve a la infancia. A varios episodios de la infancia. A aquella tarde en la que su madre, alcohólica, se desmaya después de unas cuantas copas bajo un naranjo y él, el niño, quiere pensar que se ha quedado adormilada después de compartir juntos un picnic, «bajo la suave luz y el aroma de las flores del naranjo». Puedes sentir esa suave luz y ese aroma con total nitidez. Puedes sentir la angustia de ese niño de diez años ante el grave problema de su madre (la cara hinchada, colorada, deformada ya por el constante consumo) y también puedes sentir esa manera de engañarse, de pensar que están ahí, en el parque, tranquilamente, descansando después de un agradable almuerzo. El engaño de ese niño de diez años es tan real que te alcanza y pasa a formar parte de los engaños de tu propia niñez. Lo esencial de los grandes poemas.

Y vuelves a tus cosas, a tus quehaceres cotidianos, y la imagen, y la suave luz y el aroma de las flores del naranjo, te acompañarán en cada tarea. La imagen es tan poderosa que no se borra. Tampoco quieres que lo haga. El niño, desvalido, que saca fuerzas de esos lugares recónditos de su interior en los que jamás pensó hasta ese momento, y se engaña como ese otro niño, cualquiera de nosotros, que ha descubierto la verdad sobre los Reyes Magos y sigue mirando hacia otro lado, embebido por la dulce mentira que aún no ha terminado de estrellarse del todo contra la realidad que le aguarda a partir de ese momento, desmenuzada ya buena parte de la primera inocencia. Largo camino aún por recorrer. Largo camino hasta que logre transmitir con palabras -las palabras precisas- aquel instante demoledor.

No busca Hass el efectismo, ni herir sensibilidades con temas tan profundos, dolorosos y delicados. El alcoholismo de una mujer que le lleva a desmayarse en un parque, ajena a todo, incluida la presencia de su propio hijo de diez años. ¿Qué busca entonces? Puede que no busque nada. De hecho, creo que no busca nada. Si acaso, y es evidente que lo consigue, la palabra precisa para transmitir una tarde que no será una tarde cualquiera, sino la tarde en la que sintió el desamparo, el frío, el engaño, el miedo. El picnic imaginario. La madre que no se ha desmayado, sino que se ha quedado adormilada en su imaginación. Las grandes mentiras. La estafa que viene siendo la vida. Descubrir todo eso bajo la luz suave y el aroma de las flores del naranjo, en esa tarde que marcará un antes y un después, que abrirá una brecha definitiva. Allí donde “existen todas las clases de vacío y de plenitud/ que cantan y no cantan”.

«Los pezones de mi madre» está incluido en el poemario «El sol tras el bosque», publicado por Trea y con traducción de Andrés Catalán.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades