"Lugares poco señalados"

En los últimos trabajos de Teresa Villamea se intuye una indagación estética que podríamos traducir, por la poética que desprende, en una búsqueda interior. “Lugares poco señalados” es un paso más en esa introspección que tuvo en “Tiempo en suspensión” uno de sus puntos de referencia. En aquella muestra de 2017 advertimos la importancia que para la creadora poseen los momentos vividos en la naturaleza, instantes retenidos en la memoria a través de los sentidos, fragmentos de pintura poseedora de asuntos trascendentes para la vida. Poco después vino “Pintura en expansión” (2019), una experiencia sobre el poder sugestivo del arte y de la materia prima que lo conforma, capas de pigmento, colores y marañas que, desde la abstracción, manifiestan la fluidez de un obra viva, que la artista concibe como un canto a la pintura en sí.

Existe ahora un encuentro entre algunas de estas aportaciones, fondos abstractos de efectos atmosféricos que proceden de la experimentación técnica, y capas de acuarela o acrílico bajo manchas y grafismos de tinta china que aportan densidad matérica y acentúan el carácter perenne, sólido y atemporal, de una naturaleza fragmentada. La autora profundiza en el referente para llegar a su esencia, unas veces, mediante una aproximación que lo desdibuja, transformando un sencillo organismo vivo en protagonista, el musgo sobre un tronco, una hoja de helecho o el vuelo de los vilanos de las flores se ven elevados a la categoría de paisaje; otras, alejándose de él, para mostrar la majestuosidad de los bosques y las montañas.

Ahora tenemos la oportunidad de admirar fragmentos extraídos de la naturaleza que, a través de la mirada de esta pintora, se han metamorfoseado en personales paisajes humanos. La elección de un motivo, el ser señalado por la artista, transforma una naturaleza indeterminada, en un paisaje íntimo, un escenario propicio para dejar de ser simples espectadores y convertirnos en protagonistas. Dice Rachel Carson en Primavera silenciosa que “aquellos que contemplan la belleza de la tierra encuentran reservas de fuerza que durarán hasta que la vida termine. Hay una belleza tan simbólica como real en la migración de las aves, en el flujo y reflujo de las mareas, en los repliegues de las yemas de las plantas preparadas para la primavera”.

El interés de las obras de Teresa Villamea está en la carga simbólica que desprenden, que se adivina en una sutil captación del fluir de la vida y el paso del tiempo, que procede de una observación del entorno desde diversos puntos de vista en momentos distintos, pero también, en introducir referentes iconográficos de raíz romántica y existencial: un árbol desnudo que se recorta en el paisaje, el vuelo silencioso e inquietante de un ave de paso o la sólida levedad de una nube en el cielo. Pero no existiría tal poesía sin nuestra mirada, su pintura, como el paisaje, requiere de nuestra complicidad, es fruto de la interacción y la percepción sensible de cada ser humano. Por eso, más allá de la mirada perceptiva del motivo, hay aspectos ligados a la experiencia íntima de la contemplación y que conciernen a lo visible pero, sobre todo, a lo invisible, a esa memoria contenida en los troncos, ramas y corteza de los árboles, en la erosión natural de los acantilados o en la presencia inmutable de las montañas. El paisaje nos recuerda nuestra propia naturaleza efímera, su principio y su final. También hay algo enormemente reparador en él, “la garantía de que el amanecer viene tras la noche, y la primavera tras el invierno”.

Sala de exposiciones del Ayuntamiento de El Franco, A Caridá
Hasta el 15 de septiembre


Santiago Martínez
 es profesor de Historia del Arte
saguazo@yahoo.es