Marina Abramović lleva toda su vida luchando por la consideración del arte de acción –performance– como disciplina. Y, en estos días, cuando se escucha el reconocimiento hacia su obra y su persona, parece que todos sus esfuerzos han hallado recompensa. Es necesario considerar que su obra “forma parte de la genealogía de la performance” pero, sobre todo lo es, valorar que su trabajo posee “un componente sensorial y espiritual anteriormente no conocido”, aspecto que sobresale como una de las aportaciones más importantes de una creadora que, desde el inicio de su andadura, en los años 70 en Belgrado, su ciudad natal, se encontró con un rechazo radical hacia sus efímeras y provocadoras acciones.

La performance es una disciplina artística que nunca ha pretendido agradar, ni tiene como premisa la búsqueda de la belleza (quizá sí de la belleza interior), por el contrario, profundiza en aspectos ocultos de la existencia, de nuestra propia naturaleza humana, exponiendo nuestros miedos y contradicciones, desenmascarando ese lado oscuro para liberarnos de ataduras. Esta es otra de las singularidades de sus trabajos, son una indagación constante en esos asuntos enraizados y silenciados en el ser humano que, a través de impactantes acciones en las que ocupa el papel de medium, emergen de nuestro interior para ser liberados. En este sentido sus acciones poseen un carácter propiciatorio y sanador.

Hace 25 años, RoseLee Goldberg, historiadora especializada en arte de acción, publicó Performance Art, un trabajo sobre las aportaciones y evolución de este tipo de creación plástica a lo largo del siglo XX; dedica un capítulo al ritual en el arte, señalando distintos enfoques del arte performático, como las acciones vienesas, encabezadas por Hermann Nitsch, que plantean un trabajo ligado a las vanguardias y a aspectos expresionistas y psicológicos, mientras que artistas del entorno estadounidense, como la creadora Joan Jonas, se involucran en ámbitos de las tradiciones tribales, donde la figura del chamán tiene absoluto protagonismo. En este sentido, encuentro en la obra de Marina Abramović una fusión de ambas visiones. Su papel como intermediaria necesaria, como detonante y transmisora de experiencias y de energía es clave, como lo es su cuerpo como material de trabajo. Ella misma, en Derribando muros, libro autobiográfico, comenta: “Había sentido que mi cuerpo no tenía fronteras, límites… Y eso me embriagaba. Ese fue el momento en que supe que había hallado mi medio. Ninguna pintura, ningún objeto que pudiera crear podría alguna vez darme esa clase de sentimiento, y era un sentimiento que yo sabía que desearía buscar, una y otra y otra vez”.

La artista ha sometido su cuerpo a situaciones extremas porque, tal y como cree, «sólo te cambian las cosas que no te gustan, no las que te gustan». Ha llevado su cuerpo al extremo del llanto y de la sangre, en situaciones profundamente conmovedoras, con el objeto de conectar con el espectador. Es en esa conexión donde se encuentra la autenticidad y valía del acto creativo. La implicación con el público ha sido imprescindible en todos sus proyectos, hablando de temas que nos tocan en lo más hondo. Destaco, por su impacto sensorial y emocional, “Balkan Baroque”, proyecto desarrollado en la Bienal de Venecia de 1997, planteado como un ritual de purificación étnica para aquellos países que tuvieron que ver con la desintegración bárbara de la antigua Yugoslavia. Abramović involucra a los visitantes para que perciban el dolor provocado por el cruento conflicto. La mayoría de sus proyectos poseen este espíritu catártico, son acciones comprometidas, de una sensibilidad a flor de piel, “The house with the ocean view” de 2002 está destinado a la población que, en Nueva York, quedó impactada ante la devastación de las Torres Gemelas, o “Dangerous Games”, de 2008, en torno al reclutamiento de niños para la guerra.

La artista ha convertido la performance en una forma de vida. El arte es una “necesaria acción” para ella, indaga en las maneras de elevar la conciencia del ser humano, porque allí es donde se encuentra lo mejor de cada persona. El dolor, la muerte y el sufrimiento, son los miedos del cuerpo que están en la esencia de sus propuestas, a través de sus acciones, su propio cuerpo y la energía que desprende, pueden llegar a ser aliviados. El performance artístico es un arte transformador; transforma de una manera que otras formas de arte no hacen, porque es un arte vivo.

Para Marina Abramović el espectador tiene un papel esencial, el público, con la artista, configura cada acción artística, propiciando una relación simbiótica cuya clave se encuentra en la condensación de energías y que, alcanzó su máxima expresión en “The Artist is Present”, realizada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 2010, una performance vacía de contenido y de acción, desnuda, silenciosa, pero capaz de desencadenar conexiones vitales y elevar el espíritu del espectador: “Había tanto dolor y soledad, hay tantas cosas increíbles al mirar en los ojos de otra persona, porque en la mirada de un extraño, que ni siquiera dice una palabra, todo sucede”.

[Artículo publicado en La Nueva España el viernes, 22 de octubre de 2021]

Santiago Martínez es profesor de Historia del Arte
saguazo@yahoo.es