Son las cuatro de la mañana y a este año le quedan ya pocos días. Un año maldito, decían el otro día en el periódico. Un año maldito, sin duda. Hemos sentido miedo, y ansiedad, y el peso de un mundo que desconocíamos hasta ahora. Miro hacia atrás y me veo ilusionado en el mes de febrero, hablando con Esther Prieto -mi editora- de la novela que acababa de finalizar. Aquella tarde, en Gijón, fue la última vez que contemplé el mar hasta muchas semanas después. Y luego, ya en marzo, me veo en este mismo rincón, el rincón de leer y escribir, corrigiendo esa novela que se publicaría en septiembre, tratando de no pensar demasiado en todo lo que teníamos encima. La incertidumbre es otro peso. Me veo en este mismo rincón leyendo, viendo series y películas, planificando nuevos proyectos literarios, escribiendo. Escribí un relato y un poema sobre Berlín. Y los dos, relato y poema, llevan ese nombre, Berlín, en el título. Todavía sigo fascinado con la complejidad de esa ciudad. Escribiendo, sí. Tratando de huir de una realidad que por momentos nos desbordaba.
Tanta muerte alrededor.
También, mirando hacia atrás, me veo en la cocina, elaborando recetas viejas y recetas nuevas, escuchando emisoras que no hablasen del virus y sus consecuencias, emisoras que sólo emitían música. La música que sonaba era lo de menos. La música, la que fuera, Lou Reed o Edith Piaf, contra el ruido del exterior. He utilizado tanto el horno que dos pequeñas quemaduras han dejado cicatrices en uno de los dedos de mi mano izquierda. Hechos cotidianos. Detalles sin importancia. Limpiar el horno es la cara B de cualquier plato suculento. Digamos que todo sigue teniendo un precio.
Muchos días raros.
Tengo una idea para una nueva novela, pero es pronto para hablar de eso.
He cuidado de mis padres, y he visto cómo se cuidaban el uno al otro. Cuando todo estaba cerrado, mi madre le cortó el pelo a mi padre. Tengo pensado escribir un cuento sobre eso.
Leí la última novela de Sara Mesa el día que salió a la venta, de un tirón, escribí sobre el libro antes de toda esta algarabía (justificada) en torno a ella. Su cuento ‘Escarabajos’ también es soberbio.
No me interesa demasiado la Navidad. La Navidad quedó en la infancia y en la infancia de algunos cuentos de Truman Capote. Esos cuentos, y los otros del escritor, también son mi patria.
Me interesa seguir vivo y que todo a mi alrededor no sufra demasiadas alteraciones.
Esa nueva novela, cuya idea no desparece ni en los días más raros, ya tiene título.
Alguien va a cantar pronto una canción.
Han reeditado ‘La vida material’, de Marguerite Duras. El ejemplar que tengo está muy manoseado. Esa será la disculpa para volver a comprarlo.
Llueve demasiado. Supongo que es el paisaje apropiado para todos estos días raros.
La lluvia también me recuerda a la Duras.
Veo cómo esa lluvia ensucia los cristales. Escucho su sonido.
Por ahora es suficiente.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades