El viento vino con la noche. Un movimiento de ventanas, persianas, tendales. El rumor de algunos árboles cercanos. Y la constante sensación de que los días van tachándose en el calendario sin mucho sentido. Quizá el único sentido ahora mismo consista en bordear el precipicio para tratar de no ser engullidos por él. El espacio es reducido, pero puede llegar a serlo mucho más: hay que tener esto en cuenta. Vaso medio lleno, vaso medio vacío. La balanza se dispara, según la hora del día o de la noche, y no hay lugar para excesivas variaciones. Medio lleno, medio vacío. Arriba, abajo. Supongo que asusta demasiado desconocer el sentido de la corriente y por eso huye el equilibrio.
A la mañana siguiente, muy temprano aún, las bolsas de basura que alguien había dejado al lado de una papelera estaban reventadas por el vendaval. Todo aquel conglomerado nauseabundo que un niño señaló con la mano que su madre le dejaba libre. Podías sentir la risa debajo de su minúscula mascarilla. La misma risa del viejo que, sentado en un banco, con la mascarilla alrededor del cuello, desayunaba un trozo de pan y un cartón de vino estrujado.
Cuando pasé por su lado, el viejo me preguntó: ¿Tienes un cigarro, Pepe?
Al hombre que venía detrás de mí, le hizo la misma pregunta: ¿Tienes un cigarro, Pepe?
Los dos seguimos a lo nuestro. No contestamos.
Pepe. Ese nombre, en la voz cavernosa de aquel viejo, me trajo a la memoria la figura de mi abuelo paterno. Murió en 1980, pero recuerdo perfectamente su boina negra, sus manos curtidas por el duro trabajo y su Ducados siempre entre los dedos. Era un buen hombre, prematuramente envejecido.
También recuerdo, como si hubiese sucedido ayer, la descomunal bronca que me echó aquella tarde al descubrir que estaba jugando con la Nancy de mi hermana.
Eran otros tiempos, lo sé, pero aquel daño se sigue haciendo.
Reviso ‘El amor del capitán Btando’, de Jaime de Armiñán. Y me sorprende su modernidad y la sabia manera de saltarse la censura. Está rodada en 1973, en este país. El republicano que regresa casi cuarenta años después a su pueblo, la maestra de ideas muy progresistas, el joven que se enamora de ella.
Los pechos desnudos de Ana Belén (1973).
Y aquellas sombras negras, siempre al acecho.
Qué bien refleja en sus historias irlandesas Edna O´Brien la presencia de esas sombras negras. Siempre al acecho y siempre contra el deseo.
Se ha muerto Cloris Leachman. Memorable en ‘La última película’. Tan frágil y tan atormentada.
Del Teatro Pavón Kamikaze, que ya ha echado el telón definitivamente, puedo decir muchas cosas. Quizá la más importante sea: Yo estuve allí. Y allí no había rastro de esas sombras negras que, por momentos, aún continúan al acecho.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades