Raymond Carver

Hay muchos días en los que huyo del ruido. De cualquier lugar donde el ruido rompa mi necesidad de silencio. No es una tarea sencilla. Hay ruidos por todas partes: en las calles, en las redes, en los parques. Incluso a primeras horas de la mañana, cuando salgo a caminar, el ruido empieza a imponerse. La gente tiene necesidad de hablar, de exteriorizar sus sentimientos, de contar su vida. Lo puedes percibir en el supermercado, en el estanco, en la farmacia, en la mesa más alejada de esa terraza donde te sientas a tomar un café o una infusión a media mañana. Por eso me gustan esos escasos espacios donde apenas se percibe el ruido. Una sala de exposiciones, una biblioteca, un rincón apartado del Campo San Francisco. Esos espacios en los que ahora, debido a la mascarilla y el miedo, tampoco puedes permanecer mucho tiempo.

La mascarilla, dicen, seguirá siendo necesaria todo el año que viene.
Los miedos de Carver nunca desaparecen.
«Miedo a la confusión».

Me detengo en una vieja fotografía que, buscando otra, aparece por casualidad. El abrigo, de viejo, se cayó a pedazos. El sol decoloró una de las patillas de las oscuras gafas y luego la otra. La chaqueta, que tanto me gustaba, se llenó de bolas. La barba, en el proceso de volverse casi blanca por completo, destrozó la bufanda. A la bolsa no hubo zapatero que pudiese arreglarle el asa. Y la gorra, que recorrió varios países, me la robaron una noche que bebimos demasiado. Queda lo demás, todavía. Y las ganas de perseguir de nuevo las huellas de aquel viaje. Bilbao, 2011.

Leo que Marianne Faithfull no podrá volver a cantar debido a las consecuencias del coronavirus que padeció el año pasado. En abril llegará su nuevo disco. Será el último, según lo dicho anteriormente. Escalofrío.

Umbral era, ante todo, un hombre herido. Si lo lees en profundidad, te das cuenta de ello. Y a raíz de ahí, surge todo lo demás. La genialidad y la máscara.

Eras una mujer buena y sin demasiada suerte. Me gustaba hablar contigo cuando nos encontrábamos por las calles del barrio. Sonreías, pese a todo, y confiabas. La vida era aquel momento, aquella charla. El mundo, en paralelo, parecía ajeno a nosotros. La última vez que te vi, febrero del año pasado, aún no sabíamos lo que nos esperaba. Yo leía las galeradas de la última novela de Elvira Lindo en un bar tranquilo y te acercaste tímidamente, como si temieses molestar. Querías decirme que te habían gustado mis relatos de aquellas mujeres en los bares. Aparté el libro y te pregunté si te apetecía tomar algo. Aceptaste. Pasamos un buen rato. A veces no son necesarios mayores planteamientos. Ya era de noche cuando, bajo la luz escasa de las farolas, nos despedimos. ¿Quién diría entonces que sería la última vez que nos encontraríamos?

«Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado.
Miedo a la muerte.
Ya he dicho eso».
Raymond Carver. 

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades