Ana Curra y Alberto García-Alix

Hay una especie de melancolía en las calles de las ciudades que amamos. Y también una especie de silencio que lo recorre todo y que solo quiebra, en las ciudades con mar, el rumor -suave, enfurecido- de las olas que se van acercando a la orilla. A Gijón también le sucede. Sigue conservando la belleza en algunos de esos rincones únicos que tantas veces hemos recorrido, pero no se escapa de la melancolía ni del silencio. Tampoco es que estemos apuntando conceptos negativos. Aunque supongo que ahora mismo todo eso es la consecuencia lógica de lo que nos está sucediendo. Ahí siguen las mascarillas, la distancia social, las manos enrojecidas de tanto gel hidroalcohólico, las cifras de contagios y de muertes. Los camareros limpiando concienzudamente las mesas. Las camareras anotando los menús en pizarras desgastadas. Y luego está el miedo, que no concede tregua. Aunque a ratos disimulemos, ¿quién se libra de ese miedo?

Sin embargo, de repente, en cualquier rincón surge esa belleza a la que aludo. Como el agua que se cuela por cualquier rendija. Y, por unos instantes, todo vuelve a ser como antes. O muy parecido.

No creo que seamos ingenuos. Solo tratamos de seguir hacia delante. Cuestión de supervivencia, dicen.

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Paseo con mi madre, temprano. Cerca de un colegio público alguien ha escrito con letras grandes y rojas: “BOYERAS DAIS ASCO”. Mi madre, distraída con la conversación, no se percata de la pintada. No le digo nada.

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Ese mismo día, un poco más tarde, suena el teléfono. Una voz mecánica dice el nombre de mi madre. Una fecha, una hora, un hospital. La hora de la vacuna.

Nos ponemos contentos. Y también un poco nerviosos.

Todo es incertidumbre en estos tiempos.

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Leo a Alberto García-Alix, el fotógrafo que también escribe. ‘Moriremos mirando’. Esos textos que escritos aquí y allá, en un tiempo y otro, conforman ahora una especie de autobiografía fascinante. Otros tiempos, otras ilusiones, otros motivos, otros argumentos. Parece todo lejano, pero está ahí, en la memoria. En nuestra memoria. Gentes de Madrid y gentes que, desde pequeñas ciudades, observábamos sus trabajos. Querer llegar a la capital y ver. Querer llegar y tocar. Querer llegar. Y ya está. La juventud. El ansía. La esperanza. Hombres con cara de locos, mujeres desnudas. Barrios, motos, tatuajes, cazadoras de cuero negro, jeringuillas, gatos. Ana Curra nunca se mostró tan misteriosa delante de una cámara. La cámara de Alberto. Otra dimensión. Belleza que hiela y que también incendia. Por dentro. Para luego brotar de unos ojos poderosos y tristes.

Aquel miedo, tan diferente. Puede que esté aquí de nuevo. Quién sabe.

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Hace muchos años, en la parte de abajo del Varsovia de Gijón, bar emblemático entonces, luces rojas y negras, luces azules y negras, luces negras y negras, alguien me besó. Luego, al negarme a seguir sus pasos, se echó a llorar.

Yo lo único que quería era bailar. Se lo había advertido.

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No me interesan las opiniones de Victoria Abril sobre la pandemia. Soy consciente de que una persona famosa debe medir sus palabras. Soy consciente, sí. Lo repito. Pero hay que ir más allá: su talento es la interpretación, no la medicina. Sus palabras, a mi juicio, fuera de todo contexto. Su talento, inmenso.

Treinta años de ‘Amantes’. Treinta años de aquel Oso de Plata en el festival de Berlín. Pocas actrices están a su altura. Gena Rowlands consiguió ese mismo premio por ‘Opening night’.

Si lo miras bien, no hay demasiada justicia en el mundo.

Todo es cuestión de suerte. Creo que ya lo he dicho.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades