“Muktzeh” es un vocablo hebreo (מוקצה) que significa separar, dejar a un lado, apartar; y es también la palabra que da nombre a la nueva pieza de la coreógrafa israelí Dana Raz, que estrenó el pasado 31 de octubre en el teatro de Laboral, en Gijón, y con la que intenta asentar compañía en Asturias. “Muktzeh”, palabra de hermosa fonética, como muchos otros vocablos hebreos, alude a aquellas actividades, objetos y útiles que deben volverse obligatoriamente innecesarios. Hace referencia a lo que exige la regla para poder celebrar (con_celebrar), con pleno aura de bien físico y espiritual, la fiesta del Shabbath, otro término hebreo que literalmente significa cesar (parar). El Shabbath es una fiesta semanal que practican los judíos (ortodoxos) desde el viernes al atardecer hasta que aparecen las estrellas en la noche del sábado.
Todavía persiste para territorios y mentalidades occidentales, y eso que estamos a golpe de clic, que esa estricta observancia sea objeto y motivo de curiosidad, entre otras cosas porque enriquece y amplía nuestro punto de vista sobre una franja territorial (Oriente Medio) que vemos en permanente conflicto en televisión o internet, eso que informativamente se conoce como territorio caliente. Estando nuestros ojos más acomodados a catálogos y principios ad hoc que a ese tipo de sueltas no sueltas. Justo es decir que buena parte de los territorios que comprenden el arco mediterráneo son deudores de ese charme de lo sabático, más como importación del usufructo del concepto que del concepto en sí mismo. Occidente ha desarrollado su desahogo semanal en la franja que va del ocio o súper-ocio más programado hasta el más light de los recogimientos. Uno de tantos filtros que el mundo moderno usa y sostiene: puro consumo; o sea, dinero.
Raz, que cuenta desde 2012 con su carta de presentación creativa en Asturias y también en Madrid, sigue afanándose en interrogarse por las cosas que le preocupan, una inquietud plausible desde el principio de su carrera como creadora (y que la honra), y también por su condición de origen y escuela, que la dotan de conocimientos para abordar asuntos desde una óptica bastante completa, y con pauta, cuando menos, reflexiva. Y ese es el punto de partida de la autora con este su Muktzeh, una hermosa pieza, de una hora de duración aproximadamente, donde, a través de varios cuadros, hila su petición de dejar a un lado esos algos que sobran, lo que de verdad está de más, con el ánimo de construir una ciudadanía más igualitaria y más inteligente.
Y lo que sobra, para la israelí, no es otra cosa que “la importancia y el grado de intolerancia que adquieren las creencias religiosas en general y del signo que sean en la sociedad del siglo XXI”, una sociedad, dice la coreógrafa, “que ahora es más plural y donde las oportunidades se multiplican”, así que “las creencias religiosas no deberían actuar como freno”. Sin embargo, “se sigue viendo en ellas demasiada radicalidad, y esas ideas no pueden coger, en algunos países, tanto margen social”, termina Raz. Así que se concluye que su obra intenta abordar el hecho religioso como algo a lo que uno debería acogerse por añadidura, no verse incluido desde el propio nacimiento; entre otras cosas, porque en algunos países eso ya genera desigualdad social y económica desde la cuna, como en el caso del judaísmo o el islamismo, por ejemplo.
Salmos de boda para funeral
Muktzeh arranca como si fuéramos de esponsales: en procesión y con virginal velo, aunque probablemente y sin pretenderlo la escena tiene bastante aire de neorrealismo italiano: un cortejo que en lugar de una boda pudiera ser un funeral, un paseíllo que cruza en diagonal el escenario y que anticipa cierto olor a tragedia. Es, digámoslo así, el rito nupcial visto desde la pena, pues la novia va de largo, pero atada en corto por una cuerda. Este primer cuadro, que se resume con un uso en masa del cuerpo de la mujer, deviene en un ímpetu coreográfico que asusta por la gran agilidad que tanto los bailarines como la propia Raz exhiben en escena. Estos compases iniciales son, con mucho, lo más gimnástico y acrobático de la obra, pero no pierden nunca la fluidez de la danza, el apunte artístico. Qué buena intervención la del bailarín cordobés José Antonio Luque, cuya capacidad para la torsión y la sinuosidad es de esas que embelesa: la mirada se pega. Bien hecho.
Se usa como argumentario, pues, a la mujer monigote, muñeca zarandeada a más no poder para el abastecimiento carnal, una visión que da paso directo a la visualización de las consecuencias de considerar lo estricto de la ortodoxia como algo que nunca se pliega, ni siquiera ante la evidencia. Y es ahí cuando ya se entra en otra cosa: la subordinación constante, no solo de un sexo a otro, sino el derecho para ello que supuestamente un texto milenario otorga.
Ánimo para cambiar la ortodoxia
La bailarina Paula Fernández, discípula directa de Raz (la vimos en “Las hermanas de Cervantes”, 2016), ha asumido ya por completo el código dancístico de la hebrea; y lo hace en una pequeña intervención o solo, tras la primera eclosión de la pieza, para ofrecernos un momento de calma y respiro, como si nos dijera: Hay que volver a leer. Acto seguido, Fernández interviene junto a Luque en un bonito paso a dos, que cuajan estupendamente, por el que sabemos de la importancia de ir acercando posturas entre sexos. Se notó candor.
Las evoluciones y fraseos de conjunto están logradísimos –ya se vio el quehacer coreográfico de Raz en este sentido en Wolves (2016) –, inmiscuyéndose plenamente en un contemporáneo más bailado, que engarza alternando degradados, juegos en redondo y asincronías que hacen que el espectador entienda el sentido del baile como elemento en cadena, como un algo matemático, una progresión aritmética. El logro se hace bastante preciso y precioso; y el elenco, para ser el estreno de la pieza, se mostró a la altura de la prueba. Significativo se hizo el fraseo del trío de mujeres llevando siempre los movimientos a la extenuación, hasta que llegamos al cuadro de las cuerdas, el momento del diálogo del todo de todos frente a la (gran) atadura. Este cuadro se alza como el más lírico y metafórico de todos por lo que auspicia de simbólico. Seis enormes cuerdas se descuelgan rectas para atarse y desatarse a ellas, según la conversación en danza. Y esto hace alusión directa al cambio que emana del inicio de cualquier proceso.
Ánimo para abordar un proceso
No es fácil hablar sobre la presión que puede llegar a ejercer la religión y atribuirle una identidad bailada; por eso la utilización de elementos escenográficos se hace imprescindible: ayudan a entender. La parte final de la pieza exhibe, sin abandonar del todo la norma ortodoxa del hecho religioso, la posibilidad de un camino alternativo, apuntado mediante el uso de un atuendo igual para todos, primero de una forma y luego de otra; es un todos iguales/todos diferentes. El traslado a ese aura más esperanzadora se hace mediante una música más dinámica, más reconocible, y la danza moderna, bien acompasada, comparece en escena. Qué buenos momentos bailados; cómo se notó que a los bailarines les gustó hacer esta parte, y qué buenas secuencias coreografiadas con ese aire de free-jazz que deja tanto sabor en la piel y tanto olor en el aire. Espléndido también el dos a dos de varias series en fila de arriba abajo del escenario. Buen empaste.
Ya ha quedado dicho en otras ocasiones, pero la israelí, además de disponer de su propia forma de decir, sigue argumentándose en la intensidad de la grafía de la forma coreográfica, y, en según qué momentos, dentro de una misma pieza, todo eso se pondera todavía más arriba por más exceso de esa misma intensidad. Un arrastre al que sumerge a sus bailarines y por el que una buena parte del público ya la reconoce. Es lo que se llama instinto contemporáneo; nada de decir que es brutal, un calificativo tan manido y estereotipado como vulgar.
Raz, a través de Dana Raz Dance Projects, aspira a consolidar profesionalmente su compañía como proyecto artístico y humano, y ello con todas las especificidades que conlleva montar algo así en un país distinto al tuyo, o sea, el nuestro. “He tenido que ir aprendiéndolo todo poco a poco; es un proceso lento en el que intervienen muchos factores. Es duro y hay poco apoyo”, concluye. Ejemplo de ese afán expansivo y consolidador es el hecho de que esta recién estrenada pieza viajará completa a Israel, donde será presentada próximamente.
Así que esa necesidad de realizar un esfuerzo conjunto, de afrontar el hecho del cambio con un margen de maniobra más amplio, es cautivadora por sí misma; tanto que hay que hacer bueno el hecho de que las ideas con luz propia, las cosas que hace Dana, a semejanza de una lamparita de aceite, generan transferencia.
Ficha artística
Muktzeh, 2019
Dana Raz Dance Projects
Dirección artística y coreografía: Dana Raz
Composición original: Juan José Ochoa
Estilismo: Dana Raz y Cös
Diseño de luces: Chus Carmeli
Escenografía: Luis Antonio Suárez
Elenco: BjorK Bakker, José Antonio Luque, Danza Raz, Paula Fernández, Delphine Audioine, Alfonso López, Romain Brault, Inés De Vilhena y Yeseul Ahn.
Muktzeh, estreno absoluto en el Teatro de la Laboral. 2019, Gijón.
Yolanda Vázquez es periodista especializada en danza
@yolazmartin