Hoy se publica «Mundos inmóviles derrumbándose» el nuevo disco de Nacho Vegas. Sus seguidores han podido escuchar la totalidad del nuevo álbum del gijonés (o casi, hasta que lo escuchen en soporte físico) tal y como fue concebido en su conjunto.

Y por fin, otros que por azares ventajosos del amor conocemos este trabajo desde hace tiempo y hemos vivido sus diferentes etapas, podemos ahora romper nuestro silencio para compartir con el mundo, o con esos dos mundos al menos, cómo nos ha derrumbado el nuevo trabajo del cantautor.

Un día lejano ya, en octubre, puse la oreja en una audición casera, y después de la oreja me fue imposible no poner mente y sobre todo corazón. Recuerdo que era un martes festivo, día de la Hispanidad (fíjate tú!), y nuestra única tarea dominical era escuchar este disco como se merecía después de tanto trabajo, tanto desvelo y tantas horas de convivencia, amor, profesionalidad y amistad. Llevábamos cuatro rondas seguidas, en voluntario bucle, sin cansarnos, y su belleza y verdad me empujaron directamente al papel y a la escritura.

«Mundos inmóviles derrumbándose» es un disco que rezuma verdad. Y es tan agradable encontrarse en estos nuestros días de robots humanoides y de humanos ciborgs cosas de verdad… Se siente que su autor está en este disco en cada letra, en cada melodía, en cada arreglo, en cada pequeña y gran decisión. Existe en él esa voluntad de renacer que todos vivimos en cierta medida cada día, pero sobre todo después de cada aplastamiento, y de hacerlo en equipo, entre amigos, cuidando y dejándose cuidar.

Gracias, Nacho, también por poner voz, pensamientos, sentimientos, palabras, a tanto que cambiar en esta nuestra configuración defectuosa de mundo, de todos esos mundos posibles descartados e implicados en éste, que diría el amigo Dolezel; este mundo o mundos que debieran moverse y no estar y ser inmóviles, porque en esa peligrosa quietud se anuncia el declive, la implosión, el derrumbe. Y Nacho nos lo canta, lo describe y advierte; lo alerta, lo denuncia y sentencia; lo llora y lo ríe, y hasta lo entierra, para luego hacerlo renacer, en forma de otro nuevo amor, una nueva vida, un cerezo en flor, un licor de magaya… La inmovilidad y el paroxismo traen ese derrumbe en nuestro gran mundo capitalista pero también en nuestros mundos pequeños, que en definitiva son enormes y de los que conocemos su impacto y dimensiones precisamente cuando se desmoronan y nos aplastan.

No descubro nada cuando digo que Nacho Vegas es un poeta fantástico (y para defender esto sí creo tener conocimientos). Pero también es un filósofo de nuestro tiempo (y esto lo sé porque pienso con él y reconozco su análisis y pensamiento). Además es un músico de los que son música, de los que se desvanecen, caen, fluyen, se mecen, mueven y remueven con melodías y armonías que intuye con clarividencia (y esto lo pude vivir en todo el proceso de creación del disco y en concreto en la fase de ensayo y grabación de voces). Pero ante todo, es un ser precioso y sensible, al que parece costarle vivir en este mundo mal hecho, precisamente porque sabe que éste debiera ser de otra forma, y de ahí que le nazca crear todos estos otros mundos posibles que en definitiva son sus canciones y con las que otros nos derrumbamos y re-armamos para continuar el camino. Este ha sido mi derrumbe.

Con «Belart», íntimo vals de lamento a voces con el que se abre el disco, he sentido la fugacidad y fragilidad de la rosa, que es la vida, y con ella la de todos nosotros, insignificantes, débiles e indefensos ante cualquier aplastamiento: los más certeros pero relegados voluntariamente por dolorosos, o los que llegan inesperadamente, sin preverlos, que nos pillan sin aliento.

He sentido ganas de ir a pañar manzana con mis padres, y también con mis abuelos, aunque con éstos ya no sea posible en la misma realidad, mientras sonara de fondo “La flor de la manzana”, ese momento latino que a veces aparece en sus discos, y que en este caso une Asturias con las percusiones puertorriqueñas. Qué importante ver en las pequeñas cosas, muchas veces en las que por eso son tradicionales y de siempre, su mágica esencia, su capacidad poética y su lección intensa de vida.

He pensado también en el papel de la ternura en este nuestro mundo. David Trueba en Tiranía sin tiranos habla precisamente de la falsa ternura como constructo de este mundo deforme, que nos educa en la anestesia afectiva… Pero la ternura a la que canta Nacho en «El don de la ternura» es la de toda la vida, esa que tendría que prevalecer, como prevalece esa maravillosa cuerda del cello en el tema, por la simple y compleja condición de ser humanos, la que podría salvar al mundo, a cada uno y al otro, la que exige apuestas, compromiso, valentía y dolor, y la que por supuesto y por eso es nuestro don y nuestra sangre.


Con “El mundo en torno a ti”, canción hipnótica de ritmo pausado y sólido, como lo es también el pulso cardíaco, me desgarré por dentro en el Meidinerz Jazz Club cuando en agosto la pude escuchar por primera vez mientras leía su letra para ensayar las voces con el coro «Al altu la lleva». Dibuja tan bien al Nacho que yo dibujo… Nos dibuja tan bien a todos… ¿Se pueden cerrar etapas, experiencias, sentimientos, amores? Y cómo cerrarlos. En este tema Nacho se eleva (o al menos yo lo elevo) a la categoría de crooner; todo un gentleman, un grande, al hacer una canción tan de verdad, tan elegante y generosa con el otro, y a la vez con uno mismo al no tener que renunciar a los valores propios y a la capacidad crítica. Una de las mejores canciones de amor (sí, de amor, y no de odio ni de desamor, que sería más fácil) que he oído jamás por su dolor sin ambages, pero sobre todo por el desgarro que traslada y su luz después, costosa y por construir. Es la canción de amor a unos valores, a unas personas, a una forma de vida que es la propia, la elegida, por encima del amor, y consigue comunicar lo duro e imposible que resulta decidir cuando uno se halla en esa encrucijada. Porque, ¿Por qué hay que decidir?

Con Nacho he cogido «La séptima ola» (que salvando las distancias de la producción y la riqueza de los arreglos, en su melodía resulta familiar y evoca aquella «En la sed mortal» de su segundo disco); y he cogido sobre todo las otras seis olas también; las del covid, las de la búsqueda de nuestra paz personal, las del amor, y las de la vida, en definitiva, que no son maravillosas aunque sean también siete las maravillas. Y del mismo modo me pregunto con él si sería posible vivir sin este oleaje. Si sería posible al menos sintiéndonos vivos.

He recordado el costumbrismo de una vida, que inevitablemente son varias, con distintos planos y colores. He llorado con Nacho a «Ramón In», mientras su voz y la guitarra española protagonizan el tema, y hasta he sido plañidera con el coro en su final, en el que toda la banda (Joseba Irazoki, Manu Molina, Hans Laguna, Ferrán Resines y Juliane Heinemann) con sus instrumentos elevan esta bella elegía a canto épico. Pero sobre todo he lamentado lo no hecho, lo no vivido, y me he odiado también por ello. He visto a otros amigos y sus muertes en la de Ramón, y he sentido la repulsa y la impotencia de ver todo reducido a una colecta de 20 euros de gastos comunes, tan asquerosos como necesarios; de sentir que la muerte tiene precio y que nuestras vidas, incluso las de los seres alados y especiales, también son cuantificables y reducibles a una cifra. Porque nadie quiere morir solo ni mucho menos desgraciado; aunque me temo que en el fondo todos los conscientes del derrumbe lo haremos.

Luego he despedido este verano grabando voces para el disco y he tenido también otoños donde habitaba la esperanza. Porque en efecto «Muerre’l branu» pero no la esperanza de que llegue otro: el mismo pero ya distinto, u otro, necesariamente distinto y mejor. Sé que este tema es una versión confesa de una canción de John Prine y que ha contado con la colaboración de otro grande, Pablo Texón, para la adaptación al asturiano del texto, pero para mí es también tan Ángel González… ¿Puede ser exclusivamente de alguien algo tan universal y tan bello? ¡Qué belleza de tantos bellos!

Con «Esta noche no acaba», de ritmo ternario y afán minimalista, donde tres sin duda son multitud, he amado y he recordado despedidas también en falso en esas noches que nunca acaban porque no queremos que acaben. Es la única manera de querer hasta el final… Como decía Doña Rosita en Lorca: “Todo está acabado y sin embargo, con toda la ilusión perdida, me acuesto y me levanto con el más terrible de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta”. Y por eso reclama el derecho a respirar con libertad, pero la esperanza la persigue, la ronda, la muerde, “como un lobo moribundo apretara sus dientes por última vez”. Porque cuando se ama en la cordura y en lo demencial, en la violencia o en la paz, cuando se es polvo o humedad, en todos los mundos posibles soñados ese otro necesariamente está.

Y entonces llega el «Big Crunch», necesario tema de contraste musical y con estribillo, que hace explosionar lo que en el resto de las canciones del álbum se implosiona. Con este rotundo y enorme crujido, me he convertido en parte de ese coro de un mundo que hoy se vuelve a reimaginar (con el coro “Al altu la lleva, sí, pero también como Rosana). Y es que todos deberíamos ser ese coro. Canción denuncia que une y anima a luchar; rap nachil de una categoría intelectual y poética sorprendente, donde la crítica llega de la mano de la ironía, el ingenio y el humor. ¿Quedó algo por decir? Desde luego, he encontrado mi himno si alguna vez decido tener uno.

Porque es necesario unirse, y no tener miedo, y porque es necesario luchar… Sobre todo cuando dentro de cada uno existe ese «Principiu de crueldá» que de golpe se eleva de la nada y lo transforma todo; esa maldad terrorífica, absolutamente ya naturalizada como posible entre los humanos, que trunca la esperanza de una nueva vida, de una nueva luz, de una nueva esperanza. Pablo Texón, que ayuda de nuevo con el texto en asturiano, y Nacho Vegas y su nueva banda nos arrullan y mecen con esta dulce y escalofriante nana, que nos recuerda el terror que también entraña la vida.

Buen cierre desde luego para este disco que es Eros y es Tánatos; que es mundo que implosiona y renace; que es amor que acaba y dura hasta el final; que es vida para morir y es morir para apreciar la vida; que es nana que mece y al proteger también advierte del Jasón y de su mal; que es ternura y crueldad, que es sangre y es don, que es fácil y es dura; que es enorme crujido o solo un pétalo; que es mundo que gira y es mundo inmóvil; que es mundo que son mundos… en el que es condición la compañía y es soledad la condición.

Que es flor y es magaya, que vuelve luego a ser licor con el que brindar por la vida y por la muerte, por los que están y por los que no están, por los amores que acabaron y por los que nunca acabarán, por lo hecho y lo que nos queda aún por hacer, por las etapas pasadas y por las que están por llegar. Y brindar por el nuevo trabajo de Nacho Vegas, por todos sus discos y por los que vendrán, por una trayectoria musical de más de veinte años, de toda una vida, fiel a un modo de hacer y sentir la música y a un modo de ser y de estar en estos «Mundos inmóviles derrumbándose” que hoy, y cada vez que alguien escuche este disco, estallarán.

Rosana Llanos López es colaboradora de LaEscena
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