Como un mar se presentó ante ti (en parte agua y en parte sal).
El Nacho Vegas tímido, que tocaba de espaldas con la melena sobre la cara en los tiempos de Manta Ray, decidió dar un primer giro a su carrera, presentándose en solitario con Actos Inexplicables.
Desde entonces he sido fiel seguidor de esa atmósfera norteña que nadie transmite como él, Northern Sky, Nick Drake y todas esas cosas. Canciones de desamor, violenta tristeza para domingos invernales frente al cantábrico.
Reconozco que sentía cierto escepticismo con este nuevo giro brusco a la izquierda, con el que Nacho Vegas había contaminado sus letras, contagiándose inevitablemente del clima de implicación política que envuelve al país e inunda nuestras conversaciones diarias.
El pasado sábado 23 de enero, apareció por primera vez, frente a las palmeras de la mítica sala madrileña La Riviera, para poner al público patas arriba. Gente bailando y sonrisa en las caras, lo nunca visto. El Nacho Vegas más desenvuelto y maduro sobre las tablas, con ese humor irónico que siempre se ha entendido mejor al otro lado de la cordillera, justo y preciso en los discursos reivindicativos, acercando el cantábrico a un Madrid, donde la luna llena contemplaba sorprendida tal metamorfosis. Mientras Nacho, micrófono en mano, se arrancaba con cierta pose de “crooner” norteamericano, esbozando bailes impensables años atrás.
Estado de gracia secundado por una gran banda. LeonesBenaventes y un setlist donde ya empieza a ser muy complicado elegir. Canciones maravillosas en directo, para cerrar con “La gran broma final”. Dos bises y “El Hombre que casi conoció a Michi Panero”. La trama asturiana se completó con el coro de la PAH y un dueto con Free Rega (ex Pablo Und Destruktion), cantando una divertida “Mi novio es bobo”.
Incluso se permitió una versión del famoso tema de Vainica Doble, “Déjame vivir con alegría” (versioneado meses atrás con Lorena Álvarez) , que encaja perfectamente con los nuevos temas corales que le acompañan desde algunos discos, quitándole peso y dramatismo a sus letras. Exquisito sonido para una sala muy complicada técnicamente.
Atrás quedó aquel concierto en Joy Eslava, donde en uno de sus largos silencios entre canción y canción, alguien del público gritó
– “Nacho, dónde está Christina”
– “En su puta casa, supongo”
Pues eso. Dejémosle vivir con alegría. Con la esperanza de que algún día se vuelva a desenamorar.
Sergio Baragaño es arquitecto
b@barchitects.eu