Alejandro Padrón Alfonso. "Ningún Lugar" / FOTO: ALEX PIÑA

Ningún lugar es la muestra que Alejandro Padrón (La Habana, 1972) presenta en la sala aLfaRa de Oviedo, un proyecto de aparente sencillez formado por siete piezas resueltas, formal y conceptualmente, de manera individualizada pero que, en su conjunto, funcionan como una coherente instalación que transforma el espacio expositivo, creando un ambiente silencioso y propicio para el análisis detallado de las obras y del discurso que desprenden (imagen 1). El título de la muestra nos podría llevar a relacionar su trabajo con el de Los no lugares descrito, entre otros, por el antropólogo francés Marc Augé, y que se refiere a aspectos característicos de un mundo postmoderno que ha perdido, que ha olvidado, sus raíces, sus referentes sociales y culturales, acentuados por el individualismo y desnaturalización del ser. Poco de estos presupuestos hay aquí. En Ningún lugar no hay nada de los espacios asépticos descritos por Augé, quizá sí en el origen del proyecto, en el desencanto y desencuentro con una sociedad deshumanizada como la nuestra que, en su momento, idealizó y reinventó el artista, pero que le ha obligado a retrotraerse a sus recuerdos y a sus orígenes.

Formado en escultura por la Escuela de Bellas Artes de San Alejandro, en La Habana, vino a complementar su formación en el ámbito del grabado y otras técnicas de estampación en la Escuela de Arte de Oviedo. Con este bagaje, el artista cubano se debate entre la soltura que le ofrece el mundo de la tridimensionalidad y de las instalaciones, y las limitaciones del tórculo y la prensa como medios necesarios para dejar la impronta de una imagen. Fruto de ello es el acierto técnico y formal, el uso de materiales diversos que fluctúan desde la delicadeza del papel Abacá y el exquisito papel japonés Shunyo, hasta el encofrado en hormigón armado, indicadores del mestizaje creativo en el que se mueve y que parece beber del mundo del ensamblaje, especialmente del concepto de Joseph Cornell, y de la sobriedad autobiográfica de las instalaciones de Christian Boltanski , artistas a los que siempre ha admirado y a los que recurre en ocasiones. Resulta interesante indagar en los recursos que emplea -originales e híbridos-, en el uso personal de las técnicas de estampación (ámbito que encaja en el enfoque de la Sala aLfaRA, única galería de nuestro entorno que apuesta por la obra gráfica), y en la pluralidad de soportes, marcos, cajuelas que más allá de dar consistencia a las estampas, aportan un potente discurso que subraya las limitaciones que trascienden de lo puramente físico a ámbitos existenciales.

La pieza 7 (imágenes 4 y 5), obra exenta que ocupa un lugar principal en la sala, denota un equilibrio entre técnicas y materiales, mide 30x100x10 cm. y está formada por dos bloques de concreto que comprimen una fina estampa atmosférica de apariencia frágil y efímera. Este choque provoca tensiones visuales que se acentúan con el protagonismo del hormigón que aporta, desde su bastedad, desde una tosquedad buscada, una gran solidez; aspecto que caracteriza también la pieza 2 (imágenes 6 y 7), donde se advierte un fuerte contraste entre la delicadeza y transparencia de las dos cajas de luz y la rotundidad del cemento.

Imagen 1. «Ningún lugar» / FOTO: MÓNICA DE JUAN

 

El uso de este material, como el de otros materiales ligados a las corrientes povera y brutalista, tiene cierto paralelismo con algunos de los trabajos de creadores como Ishmael Randall-Weeks y Yoan Capote. También existen similitudes con las propuestas en fibra de cemento de Cristina Iglesias que la artista utiliza para subrayar las texturas, la piel de los materiales y los contrastes. En Ningún Lugar no es necesario desvelar las técnicas, hay algo de alquimia en el proceso que puede provocar curiosidad, pero que se olvida gracias al aura que desprenden las obras.

Es precisamente en el planteamiento conceptual del trabajo, en la búsqueda de recursos que le permiten plasmar y comunicar sus preocupaciones, lanzar reflexiones a través de la creación plástica, donde se encuentra la clave de sus propuestas. En una época en la que el arte es reflejo de la banalidad, mantener el aura en la creación es necesario. En sus piezas se mezclan ingredientes formales y emocionales; resulta interesante ver cómo se materializan sobre el soporte sensaciones y recuerdos de la naturaleza, potenciando su significado inequívoco, recordando a Eduardo Subirats en Arte en una edad de destrucción, cuando afirma que el artista busca en la obra la expresión de valores espirituales que permitan dar forma a una nueva armonía tanto en el orden de la sensibilidad como de la praxis humana, así como de una nueva relación con la naturaleza.

El apropiacionismo formal de lenguajes plásticos preexistentes, se ve enriquecido con otros de carácter teórico y que provienen de la memoria, los recuerdos y de sus experiencias vitales. El artista vuelve a sus fuentes para beber de ellas; en la muestra se incorpora un fragmento poético muy significativo de José Emilio Pacheco: “En un mundo erizado de prisiones sólo las nubes arden siempre libres”, aunque sus referentes literarios son eminentemente cubanos: Virgilio Piñera, “La maldita circunstancia del agua por todas partes” (La isla en peso) o Nelson Simón “Y ahora que soporto el peso de la isla, que cargo con mi país como quien carga una pesada cruz o el más necesario de los equipajes, no se hacia dónde voy, no sé lo que me aguarda si logro amanecer” (El peso de la isla).

Retrotopía, la obra con nombre
Observé como un visitante cogía de la balda/horizonte que delimita el espacio en Retrotopía (imagen 10), una pequeña barca de madera tallada por el artista -símbolo de búsquedas y libertades-, realizó con ella un gesto inequívoco de querer borrar lo representado, de borrar el pasado, un paisaje bello e idealizado. Pero nada sucedió.

«Ningún Lugar», Alejandro Padrón
Sala aLfaRa, calle Aurora de Albornoz 16, Oviedo
Hasta el 15 de septiembre


Santiago Martínez
 es profesor de Historia del Arte
saguazo@yahoo.es