Escenario principal en la Ciudad Deportiva de La Habana durante el concierto de Los Rolling.

Carlos Gómez Iznaola, profesor del colegio Marcos del Torniello de Avilés, recorrió más quince mil kilómetros en cuatro días para hacer realidad uno de sus sueños: ver a los Rolling Stones en La Habana. Este es el relato de su viaje tal y como se lo contó a LaEscena

La primera vez que vi a Los Rolling fue en el ochenta y dos en Madrid. Yo tenía veintidós años, era fan desde los doce y ya había intentado ir a verlos a Barcelona, en 1976. Antes de Los Rolling Stones conocí a Los Beatles gracias a un primo que tengo en Córdoba.  Me siguen gustando Los Beatles y tengo todos sus discos, pero desde que conocí a The Rolling Stones mi primo está enfadado conmigo. Los he visto en directo más de treinta veces. La última ha sido en La Habana y puedo decir que fue uno de los mejores conciertos de mi vida. No supera el mejor, que fue el del 82 en Madrid, con aquella tormenta enorme, un concierto que todo el mundo recuerda cuando se habla de las giras de Los Rolling. Pero el de La Habana ha sido muy especial. Para Cuba, para los Stones y para la historia. Muchas veces se utiliza ese adjetivo de histórico pero pocas veces está tan justificado como en este caso.

Todo el mundo estaba esperándoles. Todos sabían que llegaban The Rolling Stones. Hasta los que no conocían mucho sobre el rock’n’roll. “Sabemos que es gente muy importante”, me dijo el taxista que nos recogió en el aeropuerto para llevarnos a la zona de El Vedado, donde estábamos alojados. También nos enseñó desde el taxi la Ciudad deportiva. “Allí es, ya verá cómo no hay ningún problema”. Los dueños de la casa donde habíamos alquilado sí conocían perfectamente a la banda. A nadie le parecía una locura que viniéramos desde España sólo para verlos. Ni que vinieran todos esos europeos con los que nos cruzábamos. Nadie nos dijo “están ustedes locos”. Al revés. Yo llevaba mis camisetas de otras giras de Los Rolling y la gente me saludaba por la calle, levantaban el pulgar, me decían que “qué bien” y se hacían fotos conmigo.

Fue un concierto multitudinario pero no todos pudieron ir. El camarero que nos sirvió la cena a las doce de la noche el día que llegamos a La Habana, en un local muy bonito instalado en una casa de estilo colonial, lamentaba tener que trabajar al día siguiente. Entre cervezas Bucanero y Ron “Elección de maestros” me contó muchas cosas sobre Cuba y me hizo ver que todo el mundo admiraba en La Habana a The Rolling Stones y lo que el concierto iba a significar.


Es lo mismo que me contaron, después del concierto, un grupo de pintores que habíamos conocido unos días antes. Queríamos ir a comer a un paladar de cierta fama que se llama Doña Eutimia, pero estaba lleno. Nos había ayudado a llegar allí una chica con mucho ojo que finalmente nos llevó al suyo. Al lado había un local no muy grande donde artistas cubanos exhibían y vendían su obra. Yo llevaba una camiseta de la gira del 94, donde salen todas la banderas, y Zampayo, un pintor que conocí allí, me dijo: – Pero si te falta la cubana. – A lo mejor me la puedes poner tú, le sugerí.

Al final le encargué tres. Zampayo me hizo un trabajo excelente, pero lo que quería contar es que cuando volví a ver a los pintores al día siguiente del concierto, todos me dijeron que se les erizaba el vello sólo de volver a pensar lo que habían visto, nunca nada tan grande. Y yo, que disfruto con Los Rolling, que vi, una vez más, cómo Mick iba engrasando sus articulaciones a medida que avanzaba el concierto, que me encantó escuchar de nuevo Angie, que no la prodigan mucho, que aplaudí emocionado cuando Keith hizo Before they may me run de Some Girls y que me impresionó escucharles decir “Gracias Cuba, por toda la música que ha regalado al mundo”, yo, tengo que confesar que donde se me erizó de verdad el vello fue al día siguiente en La zorra y el cuervo escuchando a La Academia, hermoso jazz cubano que no tiene nada que envidiar a los Rolling. No es sólo rock’n’roll.