[Publicado originalmente en el mes de diciembre de 2016]
La noche del sábado 18 de febrero llegó al Teatro Jovellanos de Gijón Una gata sobre un tejado de zinc caliente más madura que la que se pudo ver a finales de noviembre en la noche de su estreno en el auditorio del Niemeyer de Avilés. Rosana Llanos estuvo entonces y estuvo ahora, y ha podido constatar lo que ya suponía. El espacio más reducido y acogedor del coliseo gijonés favoreció el clima íntimo de la obra, así como la fuerza y dramatismo de sus diálogos. Al tiempo que el recorrido de los actores en estos meses y su convivencia con los personajes, y las pequeñas y poéticas modificaciones que ha sufrido el montaje, como la superposición de planos en el final, lograron incluso mejorar la buena impresión global de la propuesta.
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«Nervioso como una gata sobre un tejado de zinc que quema» era la expresión que solía utilizar el padre de uno de los amigos de verano de Tennessee Williams, en el que según cuenta el autor en sus Memorias se inspiró para el personaje de Big Daddy, o el Abuelo en la versión española. Y así es como estaba el público asturiano, nervioso y expectante, en un Niemeyer abarrotado y que ardía en deseos de ver el estreno de la obra.
La noche del viernes llegó a Avilés el montaje Una gata sobre un tejado de zinc caliente, versión de Amelia Ochandiano, que mantiene el título completo del original, Cat on a hot tin roof, de Tennessee Williams, en un intento de vincular de un modo claro su adaptación al texto del autor estadounidense más que a la versión cinematográfica tan conocida de Richard Brooks, en cuya traducción al español se omite el adjetivo «hot», de ambigua y censurable polisemia en aquellos años. Se enfrenta así la directora española al texto original y en concreto a la última versión que escribió Tennessee Williams, en la que había incorporado algunas indicaciones sugeridas por el director teatral Elia Kazan, responsable de su estreno en Broadway.
Nunca es un reto fácil enfrentarse a la adaptación de un clásico, aunque éste sea contemporáneo, y menos cuando existen referentes cinematográficos tan conocidos como en este caso, donde actores como Paul Newman y Elizabeth Taylor, entre otros, parecen haber sellado la imagen de esos personajes como la única posible para la historia. Por eso vaya por delante la felicitación a todo el equipo que ha hecho posible este proyecto, y en especial a los actores, a su directora, al productor José Velasco y a PTC Producciones Teatrales contemporáneas, por atreverse con todo un clásico y por hacerlo con naturalidad. No cabe duda que Amelia Ochandiano conoce a la perfección la fuerza del texto de Tennessee Williams y el «realismo poético» de sus palabras, de ahí que dirija al cuerpo de actores (Juan Diego, Eloy Azorín, Maggie Civantos, José Luis Patiño, Marta Molina y Ana Marzoa) para que puedan enfrentarse a su interpretación sin ideas preconcebidas que desnaturalicen su trabajo y sin complejos. Sabe que si este texto no se dice desde la convicción puede producir un efecto de inverosimilitud que alejaría al espectador de la ficción representada y de su dramatismo, mientras que si se revive «desde la verdad o desde la emoción de lo que está pasando a los personajes se convierte en puro teatro».
En este sentido también es muy inteligente la apuesta del proyecto de Amelia Ochandiano por el personaje del Abuelo (aquí Padre), fundamental en todas las versiones desde el punto de vista argumental, pero que la directora en este caso ha utilizado para personalizar más su propuesta. Es difícil para el espectador olvidar las interpretaciones de Paul Newman y Elizabeth Taylor como Brick y Maggie, respectivamente, como decíamos, y por eso el trabajo en esos personajes debía ser el que fue, asegurar una interpretación más que correcta que permitiese resistir al menos la inevitable e inconsciente comparativa, y dejarle al personaje del Padre un peso mayor. La decisión de que fuese el actor Juan Diego el encargado de lograr ese efecto aumentó la expectación de un público entregado que sin duda le aplaudió esa y otras muchas capacidades. El propio actor declaró el día antes del estreno que siempre había querido representar esta obra, que odiaba a las personas que encarnaba su personaje y que lo había sacado de dentro: «Me busco en las tripas y busco dónde está ese hijo de puta dentro de mí porque seguro que lo tengo». Desde luego, la elección del actor y de la posición central del personaje en la obra ha sido todo un acierto, que de seguro habría hecho las delicias del mismo Tennessee Williams, quien señala en sus Memorias a este personaje como una de las dos razones por las que esta obra era su favorita: «una suerte de cruda elocuencia de la expresión por parte del Abuelo que no he conseguido dar a ningún otro personaje de mi creación».
Por otro lado, Amelia Ochandiano reconoce haber hecho una lectura desde su «visión de mujer contemporánea de teatro», que se manifiesta de un modo especial en el tratamiento del personaje femenino de «la gata», y ha sabido también destacar en la dramaturgia lo que más le interesa de la obra, «el conflicto humano de lo que cuenta», que en definitiva es lo que permanece en el tiempo y lo que convierte al texto en clásico. Es indiscutible que este drama familiar tiene todos los ingredientes para gustar al público, el de 1955 o el de hoy, el estadounidense o el español: las relaciones familiares, los sentimientos, la moralidad, la avaricia, la mendacidad, la decadencia, la superficialidad y las convenciones sociales, el alcoholismo, la erótica y el deseo sexual, la represión, la homosexualidad y la muerte, son algunos de los temas que se congregan en la obra y con los que el ser humano de cualquier tiempo o lugar puede conectar, o al menos con el conflicto dramático que se esconde detrás de todos ellos: la necesidad de verdad para vivir en plenitud aunque ésta sea dolorosa y difícil de encarar, incluso cuando se trata de la gran verdad del ser humano, la muerte. Como dirá el personaje del padre en la obra: «los demás seres vivos mueren sin saber; sin saber que la vieja huesuda está ahí esperando».
Brick bebe para olvidar las mentiras que le rodean pero también las verdades que van apareciendo o que mantiene ocultas porque es demasiado doloroso aceptarlas. Todos los personajes ocultan la verdad al Abuelo sobre su cáncer terminal. Mienten incluso a la Abuela hasta el final del día convencidos de que es mejor para ellos vivir con esperanza. Y sólo dicen la verdad cuando les interesa y es necesario para avanzar en los asuntos de la herencia, por mera avaricia. La relación entre Brick y Maggie se tambalea por haber dado luz a una verdad soterrada, la homosexualidad de Skipper, el amigo inseparable de Brick. Y con esa verdad también se desmorona la vida del propio Brick, quien confiaba en la autenticidad y pureza de aquella amistad. El amor del Padre por su esposa también se descubre en la obra como una gran mentira, al igual que el amor interesado de Gooper y Mae hacia sus mayores, como una impostada representación para obtener beneficios. Tampoco es verdad el amor hacia los niños, sobrinos o nietos, en ambos casos apodados despectivamente como «monstruos sin cuello» o «cuellicortos». Del mismo modo es mentira el amor de las dos nueras, que se gradúa en uno y otro caso en función de la avaricia de los personajes: Maggie no quiere perder los privilegios que le corresponden a Brick y Mae quiere ganarlos todos. El trato favorable hacia el personaje de Maggie comienza ya aquí, cuando entre sus razones aparece el desgarro amoroso: «no soy mala. Sólo soy una gata. ¿Por qué soy tan mala? Porque me corroe la envidia y me consume el deseo».
Hay pocas verdades en la obra, pero tan dolorosas y difíciles de asumir que desgarran a los personajes que les tocan: la sospecha de Maggie de que el amor de Skipper hacia Brick era de naturaleza distinta a la amistad y que se confirma con la relación sexual errada entre ambos y que luego cuentan a Brick: «Skipper y yo hicimos el amor para sentirnos más cerca de ti. Hicimos el amor imaginándonos los dos que lo hacíamos contigo. Esa es la verdad. Fue algo utópico y hermoso. Fue algo noble. Lo entiendo y lo respeto». Pero esta verdad corrompe otra gran verdad de la obra, el sentimiento puro de amistad que Brick tiene por Skipper: «Todo hombre tiene en la vida una experiencia auténtica. Y eso fue mi amistad con Skipper. […] Cualquier relación auténtica entre dos personas no es normal. Fue algo puro». También parece real el amor de la Madre hacia el Padre; o del Padre hacia su hijo Brick. Pero sin duda el que más desarrollo tiene en la obra es el amor de Maggie por Brick, del que podría dudarse si la interpretación fuera otra; es aquí donde la mirada de Amelia Ochandiano adopta al personaje de la gata, mostrando su amor y su garra, sin dulcificar del todo al personaje, que no renuncia a lo material y a lo que tiene, y que se enfrenta a sus cuñados con igual astucia pero más amor, y sin hacerlo caer en el reflejo de una mujer débil y subyugada emocionalmente al hombre. «¿Cuál es la victoria para una gata en un tejado de zinc caliente? Supongo que aguantar sin tirarse. Por eso esta noche voy a volver a decirle te quiero«. Incluso cuando Brick la anima para que salte del tejado y se vaya con otro hombre, ella se niega y resiste, aunque manifestando sus ganas de que acabe esa condena. Ella sigue deseando a Brick y sigue luchando para que deje de beber, acepte la verdad y puedan seguir con sus vidas. Será Maggie el único personaje que verdaderamente afronta la realidad y se enfrenta a sus verdades y las de Brick, de ahí que adquiera esa especial relevancia en el conjunto de la obra: «Por supuesto que no nos vamos. Vamos a afrontar los problemas de frente. Vamos a estropearles el plan. Juntos. […] Por eso esta gata que está aquí se va a subir a ese tejado por mucho que queme».
El resto de los personajes, en cambio, ante la verdad deciden huir: el Padre cuando vive como verdad la mentira de que no va a morir, huye de la que hasta ese momento fue su vida: «Sólo tengo un colon asqueado de toda la hipocresía que durante 40 años he tenido que soportar»; Skipper se refugia ante su verdad en el consumo de alcohol y muere de un coma etílico; y especialmente Brick, que curiosamente reclama las verdades frente al universo de la mendacidad, quiere irse y hacer las maletas cuando su hermano le cuenta el plan de mentir a su Padre o decide «vivir en la bebida en lugar de en la mendacidad»: «No ha habido el clic. Tengo que beber hasta que hace clic en la cabeza un interruptor. Apaga una luz caliente y enciende otra fría».
En este sentido, el personaje más complejo de la obra y todo un reto al que en esta ocasión se enfrenta Eloy Azorín, es el de Brick, pues defiende para su padre la justa verdad («Mi padre se está muriendo. Tiene un cáncer terminal. Y tiene derecho a saberlo. Porque es la verdad»); defiende en su relación con Maggie la cruenta verdad («No tengo que hacer nada que no quiera hacer. Fue la condición de seguir viviendo contigo»); pero es capaz de vivir con una mentira dentro por no querer ni poder asumirla: Maggie dejó sólo a Skipper con su verdad, pero él también al colgarle el teléfono tras su confesión. Así lo dice el Padre: «Hemos descubierto la mentira que te da tanto asco. Tú cavaste la tumba de tu amigo». Y ante esta revelación, la verdad ocultada al Padre sale a la luz, quien deberá encajar dos realidades dolorosas: que su familia le ha mentido y que se muere. Padre e hijo son los dos únicos personajes que no se habían mentido y que deciden seguir compartiendo verdades y hacer frente ambos a la realidad.
Este juego entre verdad y mentira también se traslada a la escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda, ayudada por la iluminación de Felipe Ramos y el vestuario de María Luisa Engel, que divide la escena en dos realidades: la externa, la galería decorada para la fiesta de del 70 cumpleaños del Padre, que se deja ver con la luna al fondo o con la lluvia y la tormenta, y también entrever, todo el tiempo, con los transparentes cortinones; y la interna, una habitación de época, la de Brick y Maggie, que convierte el espacio íntimo en público, al compartirla de manera obligada con el público y con el resto de los personajes. En definitiva, el choque entre la mentira fuera, que se esfuerza por aparentar alegre y festiva, y la verdad, aunque dolorosa, dentro.
No deja de ser irónico, pero también un modo de justicia poética que premia a los dos personajes que más verdades asumen, y sobre todo a «la gata» por enfrentarse a ellas, que el reencuentro entre Maggie y Brick, y la posible salvación de ambos como personas y como pareja, surja también de una mentira (el anuncio de Maggie de su embarazo) que ambos, juntos, como anticipaba ella, debían hacer verdad esa misma noche:
«Yo puedo ser más fuerte que tú. Y puedo quererte más de verdad. Esta noche vamos a convertir la mentira en verdad. Luego te devolveré tu alcohol y nos emborracharemos juntos. […] Oh, vosotros los débiles, ¡vosotros, personas débiles y hermosas!… que os dais por vencidas con tanta belleza. Lo que os hace falta es alguien que os coja entre sus brazos… Suave, suavemente y con amor, te devuelva a la vida que has dejado escapar. Y estoy decidida a hacerlo. Y no hay nada más resuelto que una gata decidida».
Rosana Llanos López es profesora especialista en teatro
rllanoslopez@hotmail.com