Radio Fox, banda tributo a Los Locos, durante el concierto del XXX Anviersario de El Cohete internacional, en el Jardín Botánico Atlántico de Gijón / FOTO: JOSÉ GONZÁLEZ ROCES

Treinta años lleva El Cohete Internacional, productora de conciertos y festivales, agencia de representación, contratación, promoción y agitación cultural y ciudadana, discográfica, desde un rincón de este norte peninsular, desde la ciudad de Oviedo, haciendo de las suyas, que no son otras que aquellas que tocan a los oficios de la música, que tan imprescindibles nos son, que nos acompañan, ayudan, interpelan, zarandean y alivian.

En 1988, Antonio Barral funda El Cohete y unos pocos años después se suma otro Barral, su hermano Carlos, y la productora pasa a ser El Cohete Internacional. Cumple ahora, pues, treinta años y nació con la publicación del segundo álbum de una banda gijonesa, Los Locos, El segundo de Los Locos. Con esta banda, un puñado de personas de al menos dos generaciones fuimos enseñadas, con ese corpus que conforman las canciones escritas por Boni Pérez, profesor en las aulas formales de los institutos y profesor que nos lleva enseñando más de treinta años en las letras de las canciones de Los Locos. En esas otras aulas que son la habitación de casa, cuando escuchábamos El Expreso de Medianoche, conducido por Enrique Bueres desde Los 40 Principales de Radio Asturias. Las aulas que son los bares, cuando se pincha a Los Locos, las plazas y los escenarios de los conciertos. Cuando aún hoy escuchamos esas canciones, recreadas por la banda Radio Fox, en el dormitorio o en la sala, mientras escribimos u ordenamos. Mientras ordenamos la casa y seguimos con la vida tantas veces desordenada, escuchamos las canciones de Los Locos, que nos ordenan en el desorden, tantos años después.

Y nos juntamos la noche del pasado domingo, en la terraza del Jardín Botánico Atlántico de Gijón, en una noche cálida y bonita de verano, para cantar “cumpleaños feliz” a los Barral y para recordar a Los Locos con Radio Fox, esto es, Iván Vallina, voz y guitarra; Javier Vallina, guitarra y coros; Marcos Díaz, bajo y coros, y Alfredo Trelles, batería.

Y la noche la condujo la periodista Toni Rodero, de modo inteligente y rutilante, porque la ocasión lo pedía, porque era una noche de celebración, de vestirnos de domingo, en ese acto de perfumarnos y lavarnos la cara como ofrenda y respeto. Y Toni, al igual que esas mujeres que ella tan bien conoce, brilló de rojo, y nos introdujo a lo que iba sucediendo sobre el escenario: un concierto con dos pases y, en el descanso, como reconocimiento a los discos vendidos por Los Locos, se entregaron otros discos, estos, de oro.

La alcaldesa de Gijón, que acabó por anunciar que un parque de la ciudad llevará el nombre de Los Locos, entregó el disco a Guillermo y Eva Redondo Canteli, hijo e hija de Carlos Redondo, tan llorado, bajista y cantante de la banda, con esa voz de cristal y de abrigo. Y Liliana García, delegada de la SGAE, le dio el disco a Boni Pérez, el maestro, el grandísimo escritor de canciones, el que nos cuenta. Y Toño Barral y Boni llamaron al guitarrista, a Paco Loco, a su estudio de El Puerto de Santa María, y, con el teléfono ajustado al micro, le entregaron el disco en la distancia.

Y aplaudimos. Y Boni reivindicó, otra vez más, la obviedad de la música en directo en los bares, la necesidad de crear cantera, entre quienes tocan, entre el público. La obviedad repetida de que música y descanso son compatibles, solo hacen falta buena voluntad y acuerdos.

Y las canciones fueron interpretadas por una banda entregada. Y en la noche espléndida, estaba también Ángel Heredia, autor de esa portada fastuoso de El segundo de Los Locos. Y se recordó a los baterías, a Jaime Belaústegui y a Félix Morales.

Y el concierto empezó con esa preciosidad llamada “Me gusta cuando llueve” y se cerró con “Estás en New York” y, entre una y otra, “Un largo adiós” y “Cebo para otros brazos” y “Nubes de tormenta” y “Lección de baile” y…

Y “Detrás de la verdad”, en el lugar donde aguarda la traición. Un día hablé con Jaime Belaústegui y le dije que me gustaban muchísimo Los Locos. Y él me contestó que no lo dijera demasiado alto, porque todo el mundo sabría la edad que teníamos. Y el domingo quien quiso enterarse supo la edad que teníamos, cuando cantamos, cuando aullamos esta canción, este himno al genio destructor. Esta piedra preciosa de cinco minutos. Esta canción bellísima. Esta historia sublime y triste.

¿Por qué amamos las canciones de Los Locos? ¿Por qué nos son tan fundamentales? ¿Por qué las entendemos igual de bien, con más ojeras ahora, pero igual de bien, con 20 que con 50 años?

¿Quién no ha querido alguna vez o muchas tener un cuerpo perfecto y liso donde tiene que estar liso y firme y terso y con la piel oscuramente perfecta? ¿Quién no ha deseado, en el deseo, hacer proezas sexuales, en los escenarios paradójicamente limpios de alguna pornografía, en lugares abiertos y llenos de sol? Pero la vida se empeña en que no tengamos un cuerpo perfecto y en dejar las proezas a la imaginación.

¿Por qué amamos las canciones de Los Locos? Porque son un relato fundamental del deseo doméstico, de camas que rechinan, del sofá del cuarto de estar, del amor que se hace después de salir de copas por bares de ciudades vulgares y antes de salir al trabajo, sin tiempo apenas para tomar un café lleno de legañas. Porque son un relato del sexo cotidiano, del deseo sin proezas, del amor de cuerpos llenos de imperfecciones y de cuarto de estar, como imperfectas son nuestras vidas, de cuarto de estar, de bares de ciudades vulgares, de sábanas gastadas, algo sucias y con bolitas.

Nuestras vidas, mejoradas por compartidas con El Cohete Internacional. Nuestras vidas, narradas en las canciones de Los Locos.


Belén Suárez Prieto
 es cronista musical
belensuarezprieto.es