“Una cama sin sábanas es una cama sin vestir. Una cama con sábanas, por el contrario, permite sentirla como una embarcación lista para la travesía”.
Vicente Verdú, Enseres domésticos
La cama, el mueble más simbólico dentro del hogar. Metáfora del microcosmos personal directamente relacionada con el hábitat, lo doméstico, lo privado, la intimidad. Punto focal entre la casa y el cuerpo. Barca de sueños.
En los lienzos y papeles de Benjamín Tous las camas son la escenografía. No importa el resto de la habitación. Su mirada apenas abre el objetivo para captar el entorno. A lo sumo, las mesitas de noche. El enfoque no es el de El dormitorio en Arlés de Van Gogh, es más próximo aún, más voyeur. Es la fuerza de Le lit défait de Delacroix. Es el estudio de los pliegues de las sábanas, de sus colores, de sus luces y sombras. “Sabiendo pintar, hay que pintar sábanas en alguna ocasión” sentenció Vicente Verdú y Tous, a través de una pincelada fresca y suelta, empuja a un maremágnum de texturas y de juegos de almohadas. Porque sus camas deshechas tienen mucho de lúdico. Así, la obligación de hacer la cama cada mañana pasa a ser un divertimento con música de Bach o Beethoven como telón de fondo.
Remo Bodei en su ensayo La vida de las cosas afirmó que “salvar a los objetos de su insignificancia o de su empleo puramente instrumental quiere decir comprendernos mejor a nosotros mismos y a las vivencias en las que estamos insertos”. La cama, elemento esencial e imprescindible de toda habitación, no es sólo un mueble más. En ella pasamos la mitad de nuestra vida. En ella dejamos nuestra huella. Es espacio de descanso, de placer, pero también de dolor y enfermedad. Puede ser refugio y puede ser prisión. En ella despertamos cada mañana y a ella volvemos cada noche. Marca nuestro ritmo diario. Es comienzo y es fin.
En las obras de Tous la cama desnuda es la protagonista, una sinfonía de formas y colores sin presencia humana, sólo con el rastro de la ausencia. Tampoco Andy Warhol necesitaba más: “Creo en la vida en una sola habitación. Una habitación vacía con tan solo una cama, una bandeja y una maleta. Puedes hacer cualquier cosa en la cama o desde ella: dormir, comer, pensar, hacer ejercicio, fumar. Y tener un baño y un teléfono al lado de la cama”.
Del fuerte simbolismo de la cama y de la pluralidad de lecturas que ha suscitado en artistas de todas las épocas, estilos y disciplinas ha sido testigo la Historia del Arte. Sólo en el arte contemporáneo la lista de nombres se eterniza: Robert Rauschenberg, Antoni Tàpies, Michelangelo Pistoletto, Darío Villalba, Guillermo Kuitca, Mateo Maté, Louise Bourgeois, Tracey Emin Todd Hido, Mona Hatoum…
Benjamín Tous, el hombre que pintó su propia cama (y alguna otra colindante), comenzó con esta temática de fuerte contenido autobiográfico a mediados de los años 80 animado por Joan Hernández Pijoan y la retomó con fuerza a partir del 2015 después de realizar un cuadro con 365 flamencas e interesarse especialmente por los ropajes, sus texturas y su movimiento.
A modo de diario de un espacio personal, íntimo y cotidiano, cada cama marca un día concreto, una hora determinada, un mes del año, una circunstancia personal, una etapa de su vida, una casa (propia o de alquiler), una ciudad (Barcelona o Gijón). Cada cama marca también un momento efímero, el paso del tiempo, una relación con el pasado y con el presente como en el relato de Vicente Molina Foix en el que se inspira el título de este texto.
Hacer la cama, pasar página, comenzar un nuevo día y dejar atrás los paisajes del sueño.
«Paisajes del sueño, las camas desechas de Benjamín Tous»
Museo Barjola (C/ Trinidad 17, Gijón)
Hasta el 25 de agosto
Natalia Alonso Arduengo es gestora cultural