En el absurdo espejismo de libertad que caracteriza a nuestra realidad contemporánea, calificada, por el filósofo esloveno Slavoj Zizek, en su libro Como un ladrón en pleno día, como “Nuevo desorden mundial”, hemos llegado a creer que, liberados de todas las represiones, disponemos, en esta sociedad capitalista, de la posibilidad de reinventar nuestra actividad profesional, nuestros rasgos personales o nuestra identidad sexual.

Al movimiento feminista actual, o “Feminismo de la Cuarta Ola”, profundamente diversificado, no le basta ya con la ansiada y soñada igualdad de hombres y mujeres, provocando hoy enfrentamientos dolorosos entre nosotras. Lo conforman un feminismo radical que defiende instaurar una suerte de matriarcado y el trans-feminismo que creyendo que masculinidad y feminidad son construcciones artificialmente formuladas por la sociedad, deben ser eliminadas, aboliendo así tanto el género como el sexo biológico. Desvarío y ofuscación en este laberinto de Pandoras…

En su profético poema La tierra baldía, T. S. Elliot escribe:

“¿Cuáles son las raíces que agarran, qué ramas crecen
en esta basura pétrea?
Hijo del Hombre,
no puedes saberlo ni imaginarlo, pues conoces solo
un montón de imágenes rotas”.

Estamos conminados a cerrar filas contra el egoísmo que preside hoy el vivir. Obligados a volver el rostro, primero hacia nosotros mismos, reconociéndonos; después, hacia el otro, hombre y mujer, porque así lo dicta la naturaleza, abocándonos al abrazo necesario, y, por último, como el protagonista bailarín de la hermosa película París, de Cédric Klapisch, cuando es conducido a través de las calles de esa ciudad hacia una más que segura muerte, digamos en voz alta: ¡Qué felices somos de saber que estamos vivos!

Esperanza d’Ors es artista