Pasan los días y vemos como la intra, la inter, la extra Net nos devora, y muchos nostálgicos nos hacemos cruces pensando en nuestra infancia, aquella en la que por ejemplo nos regalaban para Reyes cualquier cosa susceptible de necesitar pilas, véase un robot, un coche teledirigido, un cargador de pilas… Una vez descargadas, el regalo pasaba a ser un ser inerte. Nosotros sacábamos provecho a la situación y jugábamos con esas baterías en las que el cadmio y el níquel habían abandonado su ente corpóreo para ir al cielo de los productos químicos. En mi caso y en el de mis primos las poníamos como se colocan los bolos y ensayábamos nuestro mejor strike ayudándonos de una pistola hecha con pinzas de madera para la ropa.
Ojo, os habla un hijo único al cual no sólo le regalaron el tragabolas –que hay que ser cabrón–, sino también un ajedrez para tres personas, blanco, negro y rojo. Cada vez que veo en una película a un villano de estos que juegan solos al ajedrez con un gato sobre su muslo no puedo evitar acordarme y pensar “te quería ver yo con uno de tres, flojo”.
Qué grande era nuestra imaginación entonces y que pobre la de los niños de ahora, probes… Ahora sólo tienen juegos para la consola que corren a una velocidad inimaginable (el Donkey Kong molaba más, mentira, y lo sabes), drones voladores de colores, siguen a youtubers y a viners, en nada disfrutarán de cascos de VR…Cosas que, asumámoslo, nos sacan canas.
El caso es que ayer, volviendo de un viaje de trabajo, compartí asiento en el tren con un niño de unos 9 o 10 años. Realmente no lo compartí. Yo iba en el 2A y él en el 2B, no iba sobre mis piernas o al revés, no sé si me explico.
Una vez llegados a Valladolid (en este punto he de aclarar que el niño viajaba solo, yo también lo he hecho, me dejaban en el tren bajo la premisa “actúa como quieras” pero hay un par de líneas rojas: no saques los brazos por la ventana –cosa ahora imposible y que siempre me gustó–, acordaros de la ficha roja de parchís, y no te bajes en ninguna estación, antes podías para fumar o comprar latas, ahora tampoco… pero vamos, que no me pareció tan raro) el chiquillo, que viajaba con una PS Vita, ya se había aburrido de los 3 juegos que llevaba. Lo sé por lo siguiente:
– niño: “¿qué juegos tienes?”
– Yo: “ninguno”
– niño: “pero tienes un teléfono”
– Yo: ”sin juegos”
Cómo son los niños, no me canso de decirlo. Un adulto hubiese entendido la señal de callejón sin salida, pero no. “Mi padre tiene juegos”, “mi madre tiene juegos”, hasta su puto hermano pequeño tenía juegos en algún dispositivo.
Coincidió que me llegó un whastapp –cosa que ellos, creo, aún no tienen– y me vio escoger entre los iconos. Y me dijo “¿jugamos a eso?”. No entendí nada, pero mi curiosidad hizo que entrase en la conversación: “¿jugar a qué?”.
Había escogido yo un mono con un plátano, se lo enseñé para que viese que no era un juego y él dijo: “Mono come plátano”.
Después de unos segundos de reflexión me dije; quiero más de esta mierda, y nos metimos en una batalla inclasificable: uno de nosotros escogía dos iconos y por medio de nuestros argumentos decidíamos quien ganaba en este combate que aunque no del todo absurdo, quizá sí un poco extravagante, había nacido como un nuevo fruto en el desierto.
Como el teléfono era mío y me había picado empecé yo de nuevo y le puse una calabaza de Halloween y un muslo de pollo.
Al segundo de verlo se revolvía en su asiento descojonado, me apartó el móvil y dijo:
– “muy fácil, gana calabaza, por que tiene boca y el muslo no puede salir corriendo por que es sólo una zanca, no dos”
– Touché”
Una vez le introduje fugazmente en el noble arte de la esgrima pasamos al siguiente duelo de iconos.
Le tocaba a él escoger, muñequito de nieve Vs muñequito de nieve con cosas alrededor de su cuerpo, como bolas, como cosas, no sé…
No supe qué decir, la verdad. Miré el teléfono un rato, alguna sonrisa estúpida, pensamientos de ¿qué coño estoy haciendo? Hasta que tiré la toalla, ok, Felipe – se llamaba Felipe – no lo entiendo.
– Felipe: “Gana el que tiene WIFI, touché”
Le expliqué que estaba muy feo esto de restregar por la cara de tu contrincante su más absoluta derrota y más aún si este es 30 años mayor que tú, además de por pura prudencia, que yo de crío alguna hostia me comí, aunque luego esto forjase mi carácter.
Porque evidentemente un muñeco de nieve con WIFI gana a uno sin él y punto. Esto lo aclaro por si hay alguien en la sala que tenga algún atisbo de duda.
Después de varias partidas en las que me gustaría resaltar esta, Felipe había escogido al icono del chico afroamericano con la cabeza sobre los brazos, como las fotos de comunión de nuestros padres con el mapamundi detrás, y unos triángulos saliéndole de la cabeza y su oponente era una andarica (o cangrejo para los no Astures).
Sudé, argumentos del tipo: “el niño negro no tiene tórax” a la cual él decía “es un plano americano” y yo “ y la andarica podría tener un culo como el de la Kardashian y sobre él a un ejercito de bandoleros contratados por un ministerio uzbeka”… en esta quedamos en tablas.
Después de un cacho me tocaba de nuevo, escogí una piña y un dragón, pasados unos cuantos minutos, tal y como estaba yo enfrascado en mi magnífico plan para hundirle la cara en lo que sería su primera derrota en esta vida de mierda, no advertí que una vez se lo enseñé, él ya se había quedado dormido.
Pensé en meterle un dedo en un vaso de agua caliente pero al final lo tapé con mi abrigo y me fui a la cafetería a pensar sobre todo esto. Cualquier tiempo pasado es mejor, no del todo, la única realidad es que lo único que no nos pueden robar es la infancia, es el único R & R.
Así que os invito a jugar a lo que Felipe y yo hemos decidido llamar “Piña versus dragón”, ahora mismo, lo más molón.
Iker Glez. es colaborador de LaEscena