Me gustan las presentaciones de libros donde, al final, después de que el autor diga lo que tiene que decir (quiera o no, siempre tiene que decir algo sobre lo que ha escrito, así funcionan las cosas, es lo que el público convocado espera y tampoco está mal que así sea), una gran actriz lee unas líneas de ese libro. Salvo excepciones, no me gusta que el autor lea párrafos de su propia obra. Me gusta el enfoque de esas mujeres, las grandes actrices. En lo más crudo del invierno de 2015 me ofrecieron presentar mi segunda novela en Madrid. Acepté de inmediato, claro. Y de repente, lo pensé: ¿Y si una gran actriz pudiese leer un párrafo de mi novela? Qué atrevimiento. Terele Pávez, me dije. Terele Pávez, a la que admiro desde que tengo uso de razón. Los años me han enseñado una cosa: las personas que han hecho algo realmente importante suelen ser las más cercanas y generosas. No es un tópico: es una realidad palpable. Me puse en contacto con su hijo, Carolo. Me dijo que Terele estaba rodando por esas fechas pero que harían todo lo posible, que ya me iría informando. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde y los años también me han enseñado eso, a no perderla a las primeras de cambio. Al cabo de unos días, Carolo me confirmó que, efectivamente, ese día Terele estaría rodando, pero que harían una grabación de audio para que pudiese ponerla el día de la presentación. Que escogiese el texto. Y así fue.

Cuento esto para dejar constancia de la generosidad de una gran actriz y la imprescindible complicidad de su hijo. Y ahora, después de estas palabras, voy a decir lo que diría aunque Terele no hubiese tenido conmigo la generosidad que tuvo aquella tarde, finales de enero del 2015.

Si uno se fija bien, incluso por encima de esa prodigiosa voz tantas veces alabada y de esos ojos transparentes que irradian toda clase de emociones, la humanidad destaca poderosamente en la personalidad de Terele Pávez. Esa humanidad que, cuando corresponde, le otorga a cada uno de sus personajes. Personajes que casi siempre están al borde de todos los filos: de la pobreza, de la locura, del desamparo, del desarraigo… Sólo así, captando esa humanidad, es posible entender el alcance de una interpretación como la que hizo en ‘El caso de las envenenadas de Valencia’, el capítulo dirigido por Pedro Olea en aquella inolvidable serie de televisión, ‘La huella del crimen’, con la que muchos de los que rondamos ahora los cuarenta y tantos la descubrimos y empezamos a seguirla con fidelidad y devoción. Sin la humanidad que Terele brindó a aquella pobre mujer, víctima y verdugo al mismo tiempo de una sociedad espantosamente fría y gris, la interpretación no sería la misma. No sería, por tanto, lo que es: uno de los mejores trabajos de su extensa carrera y una pieza de estudio indiscutible para cualquiera que quiera dedicarse al oficio. No hay estatuillas suficientes para premiar un trabajo así, un trabajo que sigue provocando escalofríos cada vez que se revisa.

Hay grandes momentos en su carrera, aparte del ya mencionado. Voy a citar dos. ‘La Celestina’ y ‘La comunidad’. He visto a grandes actrices dar vida de muy diferente manera a la vieja alcahueta de Rojas, pero, a pesar de haberlo hecho maravillosamente bien en algunos casos, esa mujer tendrá ya para siempre los rasgos y los gestos de Terele. Así de prodigiosa es su interpretación: cada movimiento de ojos y de manos, cada modulación de su voz, siempre lejos de la caricatura o del exceso. Y cito ‘La comunidad’ porque creo que puede resumir muy bien lo que Álex de la Iglesia ha hecho con ella en todas sus colaboraciones. Dentro de lo tremendo, incluso esperpéntico, de esos personajes, hay lugar para que la actriz muestre su lado más cómico, que lo tiene y en abundancia. Ver a Terele perseguir a Carmen Maura por todos los tejados de Madrid es algo impagable, único, que sólo a alguien con mucho talento se le puede ocurrir. Porque no sólo demuestra ese talento, sino todo lo aprendido de los grandes directores del cine español y de la propia sociedad en la que vivimos, que tantas veces roza el surrealismo. Oro puro.

Y no, no olvido su presencia y su ternura en ‘El cojo de Inishmaan’, sobre las tablas del Teatro Español, hace dos o tres temporadas. ¡Qué deliciosa pareja formaba con Marisa Paredes! Cuánta complicidad. Qué buen hacer.

El Festival de Sitges acaba de otorgarle a Terele su premio Nosferatu. Y ya se ha estrenado por aquí ‘La puerta abierta’, un memorable mano a mano con Carmen Machi, una joya del último cine español. ¡Impresiona cómo las dos actrices unen sus talentos para sacar adelante una historia terrible y preciosa, dura y conmovedora, cómo se apoyan en miradas, palabras y silencios! Memorable.

Terele, desarraigada, pobre, lunática, bruja, desalmada, misteriosa, dura, tierna, siempre poderosa.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades