La influencia poética tiene lugar siempre por una malinterpretación del poeta anterior, un acto de corrección creativa que es, real y necesariamente, un malentendido
Harold Bloom, La ansiedad de la influencia [1]
Todo influye
Herainkleitos ho Ephésios [2]
El genio absoluto es raro. Mucho más a menudo, la creación intelectual o artística necesita nutrirse del juego de la influencia, para mayor gloria de la legión de zahoríes que han hecho afición, e incluso profesión, del descubrimiento de fuentes, pozos y pozuelos de influencia. El de la influencia es un juego perverso. No en vano, Harold Bloom lo explicaba como una suerte de ansia parricida porque, en última instancia, el influido necesita afirmar su posición de pretendida superioridad relativamente al influyente, desplazarlo y dejarlo a la posteridad reducido a la más modesta condición de heraldo del verdadero genio por llegar. La influencia es perversa, especialmente, por su condición asimétrica, por esa especie de indefensión a que condena la posición del influyente, que, frente a la ventaja de quien decide escogerlo como faro y roca firme en que apoyarse, no puede por su parte escoger sobre quién ejercer su influjo. Las apariencias engañan, pues, y en el encaje de la relación discípulo-maestro, es el aparentemente inferior, el seguidor, el discípulo, quien tiene todas las de ganar. Esto no quiere decir, sin embargo, que a veces, aunque sea raras veces, el debilitado maestro al que han brotado acólitos engreídos no desperdicie la ocasión para poner las cosas en su sitio. De esto va esta breve historia, que contaré con algún rodeo.
En el monográfico sobre The Clash de la revista Uncut («the spiritual home of great music», según reza su lema), con motivo de cuadragésimo aniversario del primer LP de la banda [3], «Police and thieves» aparece seleccionada entre las treinta mejores canciones del grupo – de hecho, ocupa la posición número 12 de una lista de treinta seleccionada y comentada por un conjunto de críticos de primera línea –. Todo admirador de la banda sabe que «Police and thieves» es una versión, magistralmente blanqueada, de una pieza reggae homónima, compuesta por Junior Murvin, rematada por Lee «Scrath» Perry en The Ark e interpretada por el primero con notable éxito, tanto en Jamaica como en el Reino Unido, en 1977 [4]. «Police and thieves» es una de las mejores declaraciones del estado de terror de la Jamaica de los años setenta del siglo XX, esa especie de caos, que los rastafaris bautizaron como «Babylon», en que la policía no defendía más que intereses particulares y los ladrones jamás ofrecieron la esperanza de convertir la isla en una versión exótica del bosque de Sherwood [5]. Mutatis mutandis, Strummer, Jones, Simonon y Headon debieron de encontrar todas las razones para no sentir muy diferente la realidad londrina de esos mismos años. Pocos niegan hoy que, en este caso, los dos polos de influencia, es decir, ambas canciones, son igualmente magistrales. Ahora bien, tanto Junior Murvin como Lee Perry renegaron en su momento de la versión: «They have destroyed Jah work!» – más o menos, «Han destrozado un trabajo divino», llegó a exclamar Murvin –. Es de justicia señalar que Strummer siempre concedió superioridad a la versión original desde cualquier punto de vista [6].
Tan conocida como la devoción de Strummer por Junior Murvin es la de todo el grupo por el genial Bo Diddley. De hecho, en 1979 la banda solicitó, como quien solicita a Kylian Mbappé Lottin para el Rayo Vallecano en el mercado de fichajes de invierno [7], que los promotores propusieran a Diddley ejercer como telonero a lo largo de la primera gira americana de The Clash, es decir, los míticos diez conciertos en Estados Unidos y Canadá, durante los meses de enero y febrero de aquel año, bajo la denominación de Pearl Harbour Tour. Para sorpresa de todos, Diddley, que se encontraba haciendo bolos por Australia, aceptó, dio la espantada en sus compromisos australes e hizo conciertos de apertura para el grupo en cuatro de esos espectáculos.
Diddley estaba en plena forma en la época y los Clash encantados compartiendo autobús, camerinos y escenarios con la vieja gloria local. Sin duda, la admiración por Bo Diddley no necesita mayores explicaciones. Cualquiera puede adorar a Bo Diddley sin ningún motivo en particular. Sus discos son electrizantes. Si uno escucha el fundamental Beach Party, de 1963, puede hacerse una idea de cómo debían de ser sus conciertos. Extraterrestres. Tengo la convicción, no obstante, de que uno de los motivos de la afinidad entre los Clash y Diddley debió de ser el imaginario de canciones del último como «Cops and robbers» (de nuevo, policías y ladrones), del soberbio álbum Have Guitar, will Travel de 1959. No es, ni mucho menos, una obra divina, como diría Junior Murvin, pero a su manera chistosa y chismosa refleja el mismo estado de cosas que en Jamaica llamaron «Babylon», aunque en una ciudad norteamericana no identificada que pasaría por una Babylon superlativa para cualquier jamaicano. La canción es original de Kent Harris, que llegó a grabarla el mismo año como cara B de un 7” con los Boogaloo and His Gallant Crew. «Police and thieves» no es, desde luego, una versión de «Cops and robbers», pero es inevitable que hoy escuchemos la segunda como una especie de precuela de la primera, especialmente a través del efecto intermediario de The Clash.
Hasta aquí, los rodeos. Volvamos al asunto inicial de esta nota. Recuerden: el influido escoge al influyente, pero al influyente le toca aguantarse y cargar con los influidos que le caigan en suerte. Es algo parecido a lo que se dice de los amigos y la familia: a los primeros los eliges, con la segunda cargas. En 2002, todavía activo [8], Bo Diddley concedió una entrevista en que se le preguntó por la experiencia de haber teloneado a The Clash en 1979. Su respuesta fue, más o menos, esta:
¡Por dios, eso fue ridículo! Todavía se me resienten los oídos. Si tienes música que ofrecer, todo lo que necesitas es un amplificador, tu «hacha» [“guitarra”] y tú. No necesitas todo ese equipo y toda esa potencia, no los necesitas. Toda esa mierda… ¡era estúpido! Cuando fui a los ensayos, en el Commodore Ballroom de Vancouver, fue como si el edificio explotase. Todos los que estábamos cerca de aquellos amplificadores y aquellas montañas de altavoces tuvimos que largarnos. Me retumbaron los oídos toda la noche. Es algo que no tiene sentido. Pero, en fin, cada generación tiene sus trucos… [9]
Y así fue como, por una vez, el influyente puso las cosas en su sitio.
Sobran más palabras. Que entre la música.
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[1] Harold Bloom. 2009. La ansiedad de la influencia. Una teoría de la poesía, Trotta, p.78 [traducción de Javier Alcoriza y Antonio Lastra, a partir de la segunda edición del original en inglés de 1977].
[2] Probablemente apócrifo.
[3] Publicado en octubre de 2017.
[4] Aparece en el álbum, también homónimo, publicado ese mismo año por Junior Murvin.
[5] Marlon James ofrece una extraordinaria recreación de esta nada idílica Jamaica en su novela Breve historia de seis asesinatos, publicada en español en 2016 por Malpaso Ediciones. La traducción, todo un reto, es de Javier Calvo.
[6] Joe Strummer: «Cuando escucho hoy el original de Junior Murvin, me hace pensar: ¡Qué jeta tuvimos al probar esa canción!, porque Murvin canta como los ángeles. […]». En Joe Strummer, Mick Jones, Paul Simonon y Topper Headon. 2020. The Clash. Autobiografía grupal, Libros del Kutrum, p.114 [traducción de Efrén del Valle a partir del original en inglés de 2008].
[7] Paul Simonon: «Joe y yo dijimos que nos gustaría mucho que Bo Diddley saliera de gira con nosotros, pensando que era lo más exorbitante que podíamos pedir y, no sé cómo, Caroline lo consiguió». En Joe Strummer, Mick Jones, Paul Simonon y Topper Headon, op. cit., p.147.
[8] Bo Diddley falleció en el año 2008, a los ochenta años. Sobrevivió a Strummer, que lo hizo en 2002 a los cincuenta.
[9] Puede escucharse en YouTube™: https://www.youtube.com/watch?v=OPc5_A9NZhk
Guillermo Lorenzo
Dpto. Filología Española, Área de Lingüística General. Universidad de Oviedo