Clarita nació en 1973. Clarita es zurda y sufre de una pequeña dislexia que se manifiesta cuando se pone nerviosa. En la sobremesa de este pasado domingo nos contaba que a los ocho años un niño en el parque, al enterarse de que Clarita no sabía leer, la cogió de la mano y prometió enseñarle.

“Pasados los años” –dijo–  “comencé a pensar que me enseñó a leer para hacerme zurda, me contaminó de alguna manera”. Lo decía con un ojo entornado y su gesto recordaba el de un curtido marinero que escudriña una gran mancha azul casi negra sobre el océano. Y sí, quizá también un poco siniestramente.

En 1997 se compró su primer ordenador a medias con su antiguo novio. Estuvo una larga temporada paseando el puntero de un lado a otro del monitor cada vez que quería seleccionar cualquiera de los iconos del escritorio, hasta que alguien le confesó que había ratones para zurdos y que podía usar su mano izquierda. Después de esto el tiempo que antes consumía intentando acertar a los ítems de la pantalla, lo invirtió en mirar páginas web dedicadas al cómic manga y los videojuegos, afición ésta que ha perdurado en ella hasta hoy en día.

Clarita ahora vive sola, lleva ya unos años y nos dice que nunca ha sido tan feliz, sujeta únicamente a sus propios horarios y pendiente tan sólo de sus cambios de humor.

Nos contaba mientras miraba distraída el fondo de una copa de vino que una vez asistió a una convención de Cómics. Se fue con un grupo de amigos y en aquella época Los Power Rangers estaban pegando muy fuerte, por lo que decidieron ir vestidos de los personajes de la saga. Dedicaron un par de meses a fabricarse los disfraces, ensayaron una coreografía bastante más complicada que lo que sus aptitudes escénicas demandaban y a ella le encargaron lanzar el grito de guerra para empezar con el baile.

Salieron al escenario y se pusieron en formación de triángulo con Clarita en la cúspide y más cerca de la boca del escenario. Habían pedido un micro de diadema para ella, ya que con la música inicial tenían miedo a no oír la señal de Clarita.

Estaban impresionantes. Los trajes eran casi mejores que los que usaban en el refrito que hicieron en América en el 93 y muchísimo mejores que los de los primeros Super Sentai de los 70. Comenzó el riff de guitarra de corte metalero y los bailarines de atrás descargaron una serie de eléctricos movimientos mientras Clara, al frente, se mantenía inmóvil con su brazo izquierdo apuntando al público.

Con el primer redoble de caja todos los power rangers –Clara incluida– dieron un par de giros sobre sí mismos y simularon ser los guitarristas del punteo durante unos segundos, transcurridos los cuales hubo un parón en la música, en el que debía gritar “¡A metamorfosearse!”

Pero ella dijo “A metaforearse”, debido a los nervios de la gala. Nos confesó que algo se rompió en ella ese día. Primero una risita de un asistente de la primera fila, luego un segundo espectador, un tercero y ya sabéis como son estas cosas. Había entrado la música de nuevo y la mitad del público había estallado en carcajadas. Ella se dio la vuelta buscando el calor de sus compañeros pero dos de ellos ya salían quitándose el casco, uno de ellos incluso lo había lanzado contra el suelo para patearlo después.

El resto del día se cruzaban con gente que se mofaba del lapsus. Los más letrados les picaban con frases como “Bailáis sobre nubes pero vuestra lengua es de trapo” y los menos con “¡Power rangers de mierda!”, creando un amplio catálogo de hirientes metáforas que lanzaban sobre Clara y su séquito como un mono lanza sus heces tras la rejas del zoo.

El ser humano es cruel.

“Ahora”, nos decía, “estoy buscando socios para crear un campamento para bebés adultos”. Pero no pudo seguir mucho más porque recibió una llamada de teléfono y se fue corriendo. 

Espero volver a verla pronto.

Iker Glez. es colaborador de LaEscena