Las horas que están delante de la noche de San Juan, horas antes de que la tradición dicte que tenemos que quemar lo malo del año en la hoguera, unas cien personas nos juntamos en una sala de Oviedo, en La Salvaje, para abrasarnos con la música de Chet Baker, interpretada por una banda asturiana formada para la ocasión, con Aitor Herrero, en la trompeta; Jorge Viejo, en la voz; Jacobo de Miguel, en el piano; Javier San Marcos, en el contrabajo, y Manuel Molina, en la batería.

El concierto, con el nombre “Conozco a Chet Baker”, sirvió para presentar El Tiempo Delicuescente.

Sirvió para unas cuantas cosas más: sirvió para abrasarnos con la música del hombre abrasado y abrasador que fue Chet Baker; sirvió para confirmar por enésima vez la buena salud de la escena musical de esta tierra de nuestros desvelos, donde hemos decidido o la vida nos ha decidido estar; sirvió para que de la Galería Musical Arévalo viniera un piano de cola, porque Jesús Arévalo, a pesar de las dificultades de la entrada, se empeñó, porque Chet y Jacobo se lo merecen, me dijo; sirvió para continuar la genealogía del jazz escuchado en caves, en los sótanos de las ciudades…

Y ahora que hablo de los sótanos de las ciudades vuelvo a París, de donde viene El Tiempo Delicuescente, en el que se movían Horacio y la Maga, conducidos por Julio Cortázar, que tocaba la trompeta y era un erudito sin solemnidades del jazz. Y pienso en “Autumn Leaves”, que sonó el viernes por la noche, y vaya si sonó, y da igual que suene mil veces porque ya es de las adheridas a la piel, y aquí, para hacerla instrumental, la boca de Jorge Viejo enmudeció de palabras para dejar sitio a las palabras del saxo. Y pienso en tantas noches en que en los sótanos de la orilla izquierda, en París, sonó “Les feuilles mortes”, canción madre de las hojas de otoño.

Con la marca El Tiempo Delicuescente, y si el público viene y se hace cómplice, como ocurrió el viernes, mi pretensión no es otra que unir los mimbres para construir la canasta de algún concierto, como ocurrió el viernes, en que se interpretaron algunos temas que hizo Chet Baker, que escribieron otros, que cantaron otros, que tocaron otros, pero que él hizo suyos a esa manera suya, de trompeta y de voz de timbres únicos, tan hermoso de joven, tan acribillado de adulto, y por qué Chet Baker, me preguntan, y yo digo que porque tengo la fortuna y la penitencia de conocerlo y deseo compartir ese amor, de pecado y penitencia, con quienes quisieron y ojalá sigan queriendo acercarse, porque también conozcan o quieran arriesgarse a conocer a Chet Baker.

Belén Suárez Prieto es cronista musical
belensuarezprieto.es