Una niña de once años y su madre, apenas poco mayor que ella, emprenden un viaje a una aldea perdida para pasar las vacaciones de verano. Y ahí, con ese trayecto en coche, comienza la aventura. Esta historia que encierra numerosas historias que se van entrelazando, en un tiempo y en otro. Aunque la particular aventura de la niña ya comenzó tiempo atrás y será en ese lugar donde querrá permanecer para iniciar una nueva vida. ¿Qué particular aventura? ¿Por qué una nueva vida? Ese será el secreto que se va perfilando de manera asombrosa a lo largo de la historia. El secreto que va en su interior y, casi en paralelo, mientras decide si desvelarlo o no, irá descubriendo otros mundos, otros paisajes, otras vidas. Otras voces y otros ámbitos, que diría Truman Capote en aquella novela de iniciación. Voces como la de Emma, uno de los grandes personajes en esta novela llena de inolvidables personajes femeninos. Ámbitos como los de los de los pueblos pequeños, donde, como viene a decir uno de los protagonistas masculinos, nunca es posible estar solo. Qué importancia, aparte de la propia historia (o, mejor dicho, complementándose con ella), tienen los paisajes en esta novela. Me he acordado en algún instante del minucioso y exquisito escritor José Ángel González Sainz, dada la importancia del paisaje en sus novelas y en sus cuentos. Aquí, en esta novela, también se puede escuchar ese sonido único y reparador: el sonido del viento entre las hojas. Pero también de Ana María Matute por la poética manera de retratar la crueldad infantil o la crueldad ejercida hacia la infancia en cualquiera de sus aspectos. De Margaret Atwood, por los bosques y sus laberintos y los personajes que intentan avanzar libremente por la vida (volvemos a la fascinante Emma, en una época y otra), aunque una parte de la sociedad los considere excéntricos, estrafalarios, políticamente incorrectos, entonces y ahora. Y, naturalmente, de Alice Munro por el gran retrato de diferentes madres (reales, imperfectas, humanas, nada idealizadas) que ha hecho a lo largo de su extensa carrera literaria. Y también por esa manera de avanzar y retroceder en el tiempo, de guardar silencio cuando corresponde, de insinuar sin mostrar, de avanzar sin estridencias por terrible que sean los temas que se abordan, y que Lindo maneja tan bien en esta narración.
Está la niña, Julieta, y está Emma, y también la madre de Julieta, Guillermina, que gracias a su retrato se puede pasar de lo personal a lo colectivo. Es decir, esa madre sirve, entre otras cosas, para definir esa parte de la generación de los 80 y los 90 que se quedó perdida en el camino. Con qué sutileza y sabiduría maneja Lindo a este personaje. Los silencios que antes mencionaba, lo intuido más que lo expresado. Las músicas que evocan tiempos y actitudes, presencias y ausencias, palabras a media voz y susurros. Sin juzgar.
Avanza Lindo por terrenos complejos, arriesgados, muy frágiles y comprometidos por momentos. Pero no hay vuelta atrás, el camino está bien trazado, y en él algunas de las mejores páginas de su narrativa. Lo sé: es difícil decir esto, ya que hay mucho donde escoger y novelas como ‘Lo que me queda por vivir’ o ‘A corazón abierto’ (por centrarnos sólo en las novelas) son muy importantes en su trayectoria y en la narrativa española contemporánea. Pero aquí ha dado un salto vertiginoso, colosal. Se ha tirado sin red y ha salido victoriosa, fortalecida. Como la gran conocedora del alma humana que es. De la infancia a la vejez. De las gentes del campo a las gentes de la ciudad, de las vidas serenas a las vidas atormentadas.
Qué novela tan delicada, valiente y poderosa.
“En la boca del lobo”, publicada por Seix Barral, llega a las librerías el 29 de marzo
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades