Portada del "Days in the wake" de Palace Music

Qué está pasando, yo, a quien ni el viento le daba una forma, yo que a nada ni a nadie le podría proporcionar jamás algo parecido a un contraste, siento que me separo, que yo, esto que soy de pronto, se desplaza en todas direcciones al mismo tiempo, como si me estuviese repartiendo me deshago, convertido en miles de porciones mías muy pequeñas, minúsculas, menos todavía, y esas partes que ahora soy se estuvieran alejando unas de otras, igual que una pantalla defectuosa no ofrezco el mundo, lo integro en mí y, durante el inmediato retroceso de todo, hablo porque todavía puedo hablar, porque el desesperado al rememorar no reconstruye, construye siempre por vez primera: no hay casa más inhóspita que la memoria y la memoria es ahora mi casa, lo que nos contamos fue una cerradura a la espera de una puerta en torno a ella y yo os cuento esto a vosotros, que ya lo sabéis porque lo habéis vivido, si ya lo sabéis, ¿por qué os lo cuento?, si no me podéis oír, ¿a quién se lo cuento en realidad?, ¿os quedaréis o seré yo quien me vaya?, extraños quienes no seáis vosotros y entre estos muros no puede haber más extraño que yo, aquí estoy hasta cuándo debo continuar diciendo aquí estoy, qué significa cuándo, qué significa aquí, qué significa estoy y qué significa bajo estos techos mi nombre, tengo la pared y los pasillos, es bueno tener un pasillo cuando no es suficiente una pared, pero qué tenemos cuando son los pasillos lo que no basta, cuando no hay relación alguna entre una ventana y el porvenir, cuando el jardín es inaccesible, puedo hacer que se enciendan a la vez todas las luces del castillo pero me ha sido negada la posibilidad de ver el palacio iluminado, puedo hacer que las cosas tengan un comportamiento, la apariencia de un pulso, pero no puedo hacer que hagan por mí lo que harían por cualquiera de vosotros, el tiempo es una camisa en busca de otros cuerpos y yo no llegué a verme caído, no me sobrevolé ni me tuve delante, fue como si alguien me hubiera cerrado los ojos y después, en otro sitio, yo los hubiese abierto convertido en una textura que se contradice a sí misma, como si desde entonces la vida fuese algo más y a la vez algo menos que eso, cambian el cuerpo y los sentimientos sólo para recordarnos que somos nosotros quienes les pertenecemos y, si el cuerpo y los sentimientos cambian sin tenernos en cuenta, ¿por qué los demás no lo iban a hacer?, yo os perdono a todos como vosotros me perdonaréis a mí, puedo vivir en paz, pero quién llamaría a esto paz, quién llamaría a esto vivir, la palabra oposición tiene ahora un sentido nuevo aún por descifrar, me es permitido ir de una cosa a otra, buscar el abrigo de cualquier rincón en cada una de las plantas del palacio, pero hay una distancia personal que mis movimientos no reducen, movimientos que yo supongo acciones y por desgracia para mí terminan revelándose gestos, ¿qué hago con la palabra luego?, ¿qué hago con la palabra yo?, ¿es la vida un presentimiento?, ¿es precisamente lo que sabemos acerca de ella y no lo que ignoramos la razón de su misterio?, no hay luz para mí necesaria, diferencia alguna entre los distintos ciclos del fruto, cambia la altura de las ramas y tengo a mi alrededor el horizonte, la pared permanece, el techo se desprende de un tanto en tanto que no puedo precisar, el agua no refleja las cosas, las devuelve: incapaz de acogerlas y guardarlas en el fondo, se conforma con apropiarse de su apariencia, así nosotros, aquí estoy, mírame, contempla esto que no sé qué es y que soy ahora, algo arrastrado por un mar que ya no existe y abandonado en una orilla que se ensancha más allá de la agonía, nunca tuvimos una canción a la que llamar nuestra canción: amábamos demasiado la música, lo que viene a decir que nos amábamos demasiado a nosotros mismos, ¿de qué vale el cálculo reemplazado una y otra vez por un balance interminable, un cómputo enemigo?, ¿qué tiene que suceder para que ante mí yo al fin desaparezca?, ¿hay alguna razón que justifique esto en lo que me he convertido: una conciencia degradada a sentimiento, una contracción perfecta, una inteligencia inútil desbordada por su propio juicio, una transparencia cerrada?, es lo que soy: desconfianza natural hacia cualquier cosa que simplemente exista y, en la posibilidad de ser percibida por mí, involuntariamente me niegue, no ya alguien sino algo, incongruente, inverosímil y despojado del mínimo amparo imaginable, percibimos porque ansiamos el retorno pero la percepción implica siempre una distancia y tal vez yo sea ya sólo eso: percepción nada más, la distancia a la que me siento de todo, ¿para cuándo la felicidad del momento exacto en que dejas de tener frío?, la carretera de siempre flanqueada por los árboles de siempre, pesa menos el naranjo, la luz va y viene, el polvo aparece no sé de dónde, solo, e igual que yo, se agrupa en los rincones en busca del abrazo de algo sólido que lo contenga, la obstrucción piadosa sin la que nadie puede vivir, sí, ya lo sé, el polvo crece y yo no, pero todo el mundo necesita algo, o alguien con quien establecer un vínculo, tal vez mi permanencia, mi estancia aquí, en el palacio, lejos de cuanto pueda hacer de mi vida una historia, un alma desplegada, sea en realidad una última gracia a la que nada suceda, ¿puede alguien soportar el silencio que trae la noche a una casa vacía?, ¿soy yo alguien?, ¿es esto una casa?, ¿está realmente vacía?, lo único seguro ahora es la noche, puedo oír puedo ver, pero no hay diferencia para mí entre un mazapán y una mandarina, entre lo que toco y yo que no siento nada al tocarlo, emana su propia vida cuanto se pudre, lo sé, pero sólo porque soy capaz de recordarlo, atravieso un campo de trigo, fuerzo la acogida, en el roce indistinguible desaparezco, ¿me veo a mí mismo haciendo eso mientras miro al techo lejano de esta habitación?, ¿es ocupado mi pensamiento por esa imagen o realmente estoy haciéndolo?, no lo sé, no tengo ni idea, de saberlo, ¿estaría ahora cruzando nuevamente ese campo?, ¿acaso no seguiría necesitando cruzarlo?, ya sólo imágenes, visiones, un tapiz que se deshace, quiere Dios que siga todavía aquí y no sé para qué, puedo oíros a todos, puedo ser testigo de cualquier acción o suceso, pero más lejos no puedo ir, no importa, incluso del último confín hay que regresar y no porque lo debamos hacer, sino porque podemos hacerlo, qué invención más extraña el horizonte: saber que allí no hay nada y sentir lo contrario al contemplarlo, hojas de pronto a los pies de los árboles, monedas en el fondo de una fuente ya sin agua, el camino tras la verja desaparece cada noche y como si se ofrecieran crecen las flores, la hierba, lo que puede crecer, roto el lazo entre el tiempo y su medida, quedo yo y el palacio y el jardín inalcanzable, puedo hacer que funcione el aspersor o el microondas, puedo darle a las cosas una iniciativa, convertirlas en algo vivo para los otros, pero no puedo hacer eso mismo conmigo, negadas aquí las sensaciones, ya sólo tengo el don de la emoción eternamente prendida, la habilidad de acoger la silenciosa expansión de todo, dan de sí las fronteras, pero necesitamos una ventana para ver el mundo sin nosotros, las paredes del palacio son tan sólidas que trascienden su esencia y adquieren como rasgo fundamental algo propio del color: la opacidad, lo que deja de ser una característica para ser en sí mismo otra clase de materia, eran preguntas los ruidos que oía nada más, lo que separa a la imagen del pensamiento, pájaros enmarcados durante un segundo en cuya ausencia siento por fin que estaban vivos, la primera ración de unos cereales que acaba uno de abrir, las cortinas a las que el aire, al contrario que a mí, les presta de vez en cuando una forma regalándome al menos la ilusión de una compañía, las telas de araña a las que tomar por el ojo irritado de alguien o ver en ellas una enredadera, nunca fue otra cosa el ruido más que preguntas subrayadas por las respuestas que les damos, es tan poco nuestro nombre leído en una lápida, ¿reparasteis alguna vez en cuanto se parece esa piedra a la portada de un disco, de un libro, de cualquier obra nuestra?, quitad la imagen, quitadla y veréis lo que queda, no pasa nada, hay cosas todavía: las hélices inseparables de las ondas en el lago que sobrevuela una avioneta, las tazas de metal en las que mi abuela me daba el café con leche, tengo esto, es verdad, pero lo tengo para siempre, y lo que tenemos para siempre es lo que más daño puede hacernos, mordimos el instante igual que se muerde una cereza, intentando separar del hueso la dulzura, como si me hubieran pasado de un vaso a una taza y después la taza se hubiese caído y roto, pero siguiera el agua en el aire, así me siento, me confundiréis un día en la calle y con eso bastará, el misterio es una flor que se abre hacia dentro.

Chus Fernández es escritor