Seguro que en los próximos días escucharéis un montón de comentarios positivos y leeréis otro montón de artículos que destaquen el concierto que Rufus Wainwright ofreció este domingo en el teatro de la Laboral de Gijón. Dirán que ha sido un conciertazo. Dirán que el tipo es un genio. Dirán que además fue muy simpático y que se metió al público en el bolsillo.

No se crean nada. Es mentira. Dirán todas esas cosas, y más, para convencerse a sí mismos de que ha merecido la pena, de que han presenciado algo realmente especial. Lanzarán alabanzas porque son buena gente y porque sí, claro, Rufus tiene una voz espectacular, cercana a la ciencia ficción (con los efectos de la mesa mediante).

Si. Rufus también resultó muy simpático, al estilo del monologuista que tiene perfectamente preparado qué va a decir, cuando va a decirlo y también por qué. Consciente de que había mucho espacio que rellenar, el músico tiró de anecdotario. ¿Divertido? Puede. Diría que si. Aunque supongo que al auditorio esos trucos de palabrería barata le dan un poco lo mismo. A ver, para cubrir mínimamente las expectativas de un artista de la talla de Wainwright se necesita algo más que una buena voz y unas cuantas historias sobre madres cantantes y camerinos de Dylan. Hubiese preferido que Rufus fuese un borde de manual pero que llevase una banda de acompañamiento (a poder ser una buena, claro… pero una al fin y al cabo, y tal vez también, why not, unas coristas y… en fin, ¡que llevase algo!). Sin embargo, apareció solo, con una guitarra acústica (que tocó tirando a mal) y un piano de cola impresionante (con el que tampoco es que se prodigara mucho).

Hay quien dirá que ha sido algo super íntimo (posiblemente lo dirá así, con el super delante), pero lo cierto es que viendo el precio de la entrada y hablando del jodido Rufus Wainwright, el nivel de exigencia era necesariamente mayor.

Demasiados aplausos y muchas palmaditas en la espalda para uno de esos conciertos que, en el fondo, quitan afición. Verán, la escenografía, que podríamos alquilar cualquiera de nosotros fácilmente mañana mismo por unos pocos euros, podría estar bien para una función escolar, de esas de fin de curso; se redujo a una docena de focos realmente básicos, ya ven. Además, con una excusa bastante tonta de por medio, el artista se dejó en el tintero su canción más popular. La preferida del público. Aclaró, como si nada, que no tocaría más Halellujah hasta que Donald Trump perdiese las elecciones. La gente aplaudió el comentario a rabiar. Como un mago, nos despistaba con una mano mientras con la otra no dejaba de sacar conejos.

Sí. Me hubiera gustado silbarle, decirle “¡que te jodan Rufus!”, gritarle “¿dónde has dejado la banda?”, “¿donde has dejado la escenografía?” (aunque cualquiera pronuncia escenografía en inglés) “¿dónde están tus coristas?”… pero al final aplaudí (muy moderadamente). Supongo que al fin y al cabo, no todos los días escuchas una voz en directo como la de Rufus Wainwright. Habrá que perdonarle todo.

Dani Permuy es colaborador de LaEscena