Tarde noche de jueves muy especial en Gijón. Reabría sus puertas uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, el Teatro Arango. Obra del arquitecto Manuel de Busto, inaugurado en 1951, desde que cerrara como cine en 1999, y a pesar de los esfuerzos de la Plataforma Cultura para el Arango, no había vuelto a albergar ninguna actividad cultural. Por eso, aunque el motivo de la reapertura fuese dar inicio a los actos de la Semana de los Premios Princesa de Asturias, y en concreto al Ciclo de teatro «Ser o no ser Espert», con el que los profesionales asturianos de la escena han querido homenajear a la actriz y directora Núria Espert, Premio de las Artes 2016, el verdadero protagonista de la velada fue sin duda este espacio: un teatro, el Arango, para homenajear al Teatro, y una obra, Hamlet, emblemática no sólo en el canon de las tragedias clásicas sino también en la trayectoria profesional de la actriz, que fue la primera mujer en España en dar vida a este personaje.
Conscientes de todo esto, no es extraño que los doscientos espectadores que consiguieron hacerse con una de las entradas que la Fundación Princesa de Asturias ofertó para este pase (la acogida de la propuesta hizo que se ampliase la programación con otra representación), llegasen a las inmediaciones del Teatro Arango con la sonrisa épica de los elegidos. Un público inter-generacional, que entraba al recinto con la curiosidad del que busca en cada recodo sus recuerdos propios, de una época u otra, unos más teatrales y otros más cinematográficos, o del que pone imagen por primera vez a las historias narradas por familiares, pero todos con igual ilusión, la que nace de la magia del reconocimiento o del conocimiento.
Los asistentes fueron ocupando las sillas y gradas que la Fundación tuvo que amueblar para el evento, en lo que era el hall y parte del patio de butacas del antiguo teatro, y que delimitaban la zona elegida como espacio escénico. Unas telas blancas que colgaban de las paredes para usar en las proyecciones de los audiovisuales de la obra demarcaban cuál iba a ser la orientación del proscenio, pero sólo como telas también recordaban la triste provisionalidad del evento. Poco a poco, lo que era un espacio vacío se fue llenando de gente; el espectro frío de un teatro viejo comenzaba a tener vida, mostrando con claridad que en definitiva es el público el que hace al teatro ser teatro.
Después de los agradecimientos de la directora de la Fundación Princesa de Asturias, Teresa Sanjurjo, al público asistente, a la sociedad gijonesa en particular por vivir de un modo tan especial y próximo la reapertura del teatro y a la asturiana en general por la abrumadora acogida de la actividad, así como a los profesionales del teatro asturiano por su trabajo e implicación con el proyecto, comenzó la representación de Espectros (Hamlet). Aunque por el título parecía que el público iba a asistir a una adaptación de la tragedia shakespeariana, la obra resultó ser una solvente y fiel versión reducida del original, renovada y mejorada a través de la inteligente mezcla de lenguajes audiovisuales con los más puramente teatrales. El diálogo que se establece entre éstos, los rudimentarios conos de madera, de múltiples usos, que sirven de base escénica durante toda la representación, con el manejo de la iluminación y los colores, las impresionantes voces en off grabadas de gran efecto teatral y por supuesto las fantásticas proyecciones sobre las telas dispuestas en distintos puntos y niveles, consiguen una dramaturgia actual, ágil y compensada, que aúna la intensidad dramática de la obra con el lirismo propio de su autor.
Los audiovisuales consiguen momentos impactantes, como la proyección y creación del espectro, que se nos muestra como un personaje más, incluso compartiendo co-protagonismo con su hijo, en la obra y en el título; soluciones inteligentes, como la traducción escénica de un tradicional aparte de tres personajes en el primer piso del entresuelo, que el público consigue ver y escuchar gracias a una proyección; escenas épicas, como el destierro de Hamlet a Inglaterra, con la proyección de un mar vivo en las telas que tienen también forma de vela; o cuadros bellos, como el que resulta de las imágenes del suicidio de Ofelia, de su poético ahogamiento, que de seguro habrían hecho las delicias del propio Shakespeare.
Y junto a esto, una escuela de actores asturianos de distintas generaciones que se han vaciado en esta representación, y que desde luego merecerían que un público más amplio los pudiese disfrutar después de los Premios Princesa de Asturias. Destacan actores clásicos en la escena asturiana, cada uno con su personalidad, en los papeles principales: el Horacio de Pepe Mieres, el Claudio de Alberto Rodríguez, el Polonio de José Antonio Lobato y la Gertrudis de Ángeles Arenas, todos ellos bien elegidos y bien perfilados. A los que se suman los varios interpretados por Jorge Moreno, un habitual también de la escena asturiana. Y todos ellos acompañados por alumnos de la Escuela Superior de Arte Dramático y encabezados en el elenco por el actor Juan Blanco, en el papel protagonista. En conjunto, bajo la dirección de Marga Llano, hacen su propio homenaje al teatro al cuidar especialmente la entrada en escena de los cómicos de la compañía que llega a palacio, con el juego que establecen con los distintos subgéneros dramáticos, y al mantener el texto de Shakespeare que habla sobre la importancia del teatro y de los actores, primero, y sobre cómo se debe decir el verso y actuar, después. Incluso hacen un guiño al propio teatro asturiano al conservar la referencia shakesperiana al título de la obra que la compañía representará bajo las directrices del propio Hamlet, «La ratonera», nombre que en esta comunidad teatral se asocia inevitablemente con una de las revistas teatrales asturianas de referencia.
La versión que Marga Llano nos ofrece es ante todo generosa. Homenajea a Núria Espert en la elección de la pieza. Homenajea a la gente de teatro, a los que concede todo protagonismo. Homenajea al propio Shakespeare, respetando su historia, su lenguaje y el valor poético de su obra, que potencia con el lenguaje de las imágenes. Pero sobre todo, homenajea al espacio donde se representa la obra, ese Teatro Arango resucitado, al que se han supeditado todos los elementos. El proscenio es el antiguo hall y parte del patio de butacas; los parodoi, los laterales de salida hacia la entrada principal, compartidos con la prensa que cubre el evento; las salidas de escena son salidas de emergencia y si el espectador está atento y tiene ángulo puede ver incluso cómo los actores no dejan de representar cuando están fuera de escena porque en este espacio improvisado tampoco existe totalmente el espacio in absentiae. El público ocupa un lugar que ya no es el ámbito enfrentado de los teatros a la italiana como lo era el del propio Teatro Arango, ni el envolvente en forma de U del teatro griego, para acercarse más al mundo de las corralas españolas o el teatro circular propiamente inglés. Actores y directora cambian comodidad por afrontar el reto de escenificar y trabajar adaptándose al espacio, haciendo vivir así al público la verdadera magia del teatro.
El espectro revivido no es tanto el edificio sino los personajes que lo habitaron, los actores y espectadores que lo vivieron, las vidas de cine y de teatro allí congregadas, la historia y los recuerdos. Ojalá políticos, herederos y profesionales de la cultura puedan unir esfuerzos para hacer posible que lo que el jueves se despertó pueda tener otra vida. Como dice Ofelia, «sabemos lo que somos pero no lo que podríamos llegar a ser». Ojalá el Teatro Arango, tan querido por el pueblo como Hamlet, vuelva a ser algún día y para siempre lo que el jueves el esfuerzo y cariño de unos profesionales han querido que sea.
Rosana Llanos López es profesora, especialista en teatro
rllanoslopez@hotmail.com