En la sala de exposiciones del Colegio Oficial de Arquitectos en Oviedo podemos contemplar las esculturas de Santi Cores, un trabajo que se mueve entre la tradición técnica y la modernidad formal. Su lenguaje plástico se enriquece con infinidad de matices, colores y acabados extraídos de la materia prima elegida: madera y piedra. Cantos rodados de caliza, vigas de castaño o nogal de alguna vieja casa, restos de material con una vida anterior que ahora, en manos del escultor, adquieren nueva dimensión y sentido.

La madera le gustó desde niño, su calidez, color, olor y textura le han acompañado y, desde un ambiente familiar propicio para la creación, aprendió a tallarla y pulirla en busca de un acabado perfecto, así nos habla de las pequeñas piezas de madera que cabían en una mano y que trabajaba en sus momentos de ocio. La madera forma parte de él, lleva toda la vida trabajándola, conoce sus virtudes y caprichos; primero fueron el roble, el cerezo y nogal, luego se sumaron otras que sólo con pronunciarlas, atrapan: boj, ébano, jatoba, bubinga…

Esculturas que impresionan por su formato o por su similitud con animales y organismos de la tierra, algunas son más abstractas, acercándose a algunos creadores referenciales que ya desde su juventud, Amparo Cores, su tía, le había dado a conocer, especialmente la obra de Constantin Brancusi; lo orgánico y la pureza formal están inspirados en él, “su alma” está en muchas de estas piezas; pero también hay una invitación a la no figuración que procede de Jean Arp y Henry Moore. Como en ellos, el material, a veces de hallazgo fortuito, despierta de su letargo volviendo a tomar vida.

 

Hay piezas de madera que parecen no terminar de encajar en el conjunto, y desde su singularidad, reclaman nuestra atención: “Ave Toro I” es la obra que nos recibe en la muestra, una escultura de madera de roble realizada en 2013, sus concavidades y sutil acabado introducen una ambigüedad que se ve reforzada por el título y que nos recuerda aquellos maravillosos híbridos dadaistas/surrealistas. En el otro extremo de la sala se encuentra “Rapaz”, obra de 2014, también de roble, pero con un acabado distinto, su rugosidad y retorcimiento insinúan su origen orgánico sugiriéndonos un torso todavía por hacer.

En la exposición sobresale una serie de esculturas de piedra caliza que se muestran agrupadas, cada una de ellas requiere un análisis individualizado. Contempladas en detalle se advierte la capacidad del creador para ver y seleccionar un material en estado puro, para desvelar unas variaciones tonales, fruto de la sedimentación que da el tiempo y que sólo podrían ser admiradas siguiendo la experta mano del autor que nos guía, descubriendo sutilezas cromáticas que van desde un negro opaco y profundo hasta alguna gama incierta de grises. Son cantos rodados, masas pétreas que fueron “atacadas con la radial” para extraer múltiples posibilidades expresivas, para después, lijar, pulir y aplicar una última película reparadora, complementando un trabajo en el que se acentúan, sobre todo, los valores táctiles. Es en este intenso amor que muestra hacia los materiales y su hallazgo de formas en la materia, en esa pulcritud del acabado, llevada al extremo mediante pulidos y brillos, cuando recuerda -especialmente en sus piezas de piedra-, a alguno de los mejores trabajos –Three forms, por ejemplo- de la escultora inglesa Barbara Hepworth.

En esta muestra podemos disfrutar de la convivencia de materiales diversos, pero también hay conceptos escultóricos distintos, prima lo orgánico, pero tienen su espacio las formas y volúmenes geométricos que parecen inspirados en la arquitectura racionalista. El origen de esta serie de estructuras se encuentra en un primer trozo de ébano tallado, pero también está en su propia experiencia profesional que le llevó a crear edificios, puentes y otras construcciones menos definidas, todas ellas de madera. En alguna ocasión, muestran sutiles toques tallados que insinúan vanos y, en otras, irrumpe en una combinación cromática a base de incrustaciones de otras maderas. Sería interesante plantear una asociación de estas estructuras arquitectónicas (que aquí se muestran individualizadas), contemplarlas como si de un urbanismo racional se tratara o, quizá, más sugerente, como una de aquellas Ciudades Invisibles de Ítalo Calvino en una nueva y renovadora propuesta arquitectónica.

Al contemplar estas piezas de Santi Cores, se desprende un halo de melancolía que acompaña a su creador y es imposible no recordar el misterio que envuelve la arquitectura y las ciudades en miniatura de Miquel Navarro y compartir con él que la obra de arte, como experiencia vital, transciede al tiempo, convirtiéndose en algo más metafísico que físico y “aunque ese toque de de intemporalidad o ausencia de tiempo no exista en un plano racional, existe en el plano mental, emocional y poético”.

Santi Cores. Escultura
COAA, Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias
c/ Marqués de Gastañaga 3. Oviedo
Hasta el 23 de septiembre de 2016
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Santiago Martínez es profesor de Historia del Arte
saguazo@yahoo.es

Fotografías: Mónica de Juan