Hoy, veintidós de abril del año dos mil dieciséis, no está siendo desde luego otra habitual y plácida tarde de viernes. Estoy yuyu, abducido, fluye entrecortada la tinta del boli, el escribir desacompasado, el alma trémula. Ayer se ha dado por muerto al artista conocido anteriormente como Prince -así había que nombrarlo cuando la época de la No Identidad-. Uno del 58 que de ninguna de las maneras podrá estar disponible para soplar las cincuenta y ocho velitas este año. En un acto de desaparición divina se ha ido la vida de, bueno, llamémosle por su nombre: el artista más importante de la música popular durante los años 80.

No se puede uno morir, sexymotherfucker, a los 57 años. Debería estar prohibido, coges desprevenidos a los de las necrológicas, alimentas los malos precedentes, nos dejas tirados a solas con los recuerdos….Poco dados a hacer afirmaciones rotundas (y en muy pocas ocasiones coincidentes -una de ellas es que no se trata de su artista favorito-), mis amigos Boni Pérez y Enrique Pereda, de Gijón y alérgicos a los estadios, no dudan en calificar el concierto de Prince en el Vicente Calderón de Madrid el domingo 22 de julio de 1990 como el mejor directo que han visto en su larga vida de bolos. ¡El Divino Prince!

Él solito revolucionó el cotarro musical. Algo tiene el agua cuando la bendicen y en este caso fue una bendición sonora para nuestros atónitos oídos. El deceso me trajo de inmediato la imagen en la radio con Enrique Bueres, en El Expreso…, indicando la posición de Let´s Go Crazy en el plástico morado Purple Rain, estrenando aquí, en pleno verano del 84, mi disco más compartido de la década, número uno en replicados de casetes.

¿Cómo mantener el pulso impasible ante el abismo, sentir como se esfuma una de las mejores e innovadoras fuerzas de una época, esas energías renovables que mueven vidas? ¡ES MI GENERACION! Joder, nacimos el mismo año, lo sientes mucho más, lo sientes al máximo, es como si te pasara a ti, como si tú palmaras también un poco. ¿Qué es esto, una macabra competición en la pista, en el picadero de los del 58? ¿Preparados Weller y Stipe, atentos Madonna y Morrisey, al loro Cave y Barral… ¿Fuera de pista Jackson y Prince? Hay que parar el bajonazo.

Se fue el genio, queda la lámpara. Poseedora del eterno palpitar, la obra discográfica de Prince en los 80 fue prodigiosa, nada era lo mismo después de cada trabajo, su influencia fue y sigue siendo enorme. Los diez discos desde Dirty Mind (1980) hasta Graffiti Bridge (1990) –sin contar el Black Album– marcan un desarrollo creativo y de productor difícil de batir. Un ser único con un talento musical extraordinario, compositor, cantante, multiinstrumentista… Un artista integral que no dejó tópico sin pulverizar ni molde sin triturar, descubridor de mundos hasta entonces desconocidos en (casi) todos los géneros musicales: Funk, R&B, Soul, Jazz, Rock, Psicodelia, Pop…

¡Gracias tío, sexymotherfucker, nunca te olvidaremos. Esta noche desempolvaré Sign O The Times para escucharte de nuevo, unidos, allá donde estés!

Toño Barral es escritor musical