Cuando a una le sobreviene el nonsense, que acecha por todas partes y cada vez más por todas partes, suele no enterarse y tirar p’alante, que es lo más común entre el ciudadano medio (o mediano). Otros, más sofisticados, adoptan alguna de las siguientes actitudes: 1) callarse y mirar hacia otro lado (razón por la cual Wittgenstein ganaba tanto en los retratos de perfil); 2) callarse y silbar (como recetó Félix de Azúa en su Diccionario de las artes, sub voce Wittgenstein); o 3) callarse y escribir una oviedad, que es lo que me lleva al meollo, médula, seso o fondo de esta nota. Javier García Rodríguez (JGR, en adelante) es el inventor de la oviedad, como James Watts lo fue de la máquina de vapor (o máquina de vapear, que aún no es InDLE), de las greguerías Ramón Gómez de la Serna (que según el DLE fue el inventor de las metáforas breves e ingeniosas; si alguien no los para a tiempo le atribuyen la metáfora y el ingenio) o Halls, así, a secas, de los caramelos mentolados. La oviedad puede definirse como la unidad mínima de la deriva del nonsense, que a su vez es la totalidad de oviedades que JGR acumula en un libro muy voluminoso, en parte aún por escribir, titulado La deriva del nonsense (todo esto será algún día InDLE, al tiempo). Hasta hace poco, JGR exhibía La deriva del nonsense en un anaquel, repisa, balda, entrepaño, vasar o soporte en su garita académica, al lado de no sé qué actas de un congreso internacional de lógica y semiótica prusianas, celebrado en Wrocław. Desde que empezó a reparar en las miradas golosas de muchas de las visitantes de su garita, lo guarda bajo llave (no caeré en el tópico de decir que bajo siete llaves) en una gaveta, cajoncillo, compartimento, cofrecito, naveta o escriño en la misma garita. Solo lo muestra si media petición explícita. Y si responde no, es que no, y si responde sí, es que sí. Pero solo sí es sí y no, a veces, también (todo esto se debatió en Wrocław, me ha dicho).

Según investigaciones etimológicas recientes, enmarcadas en la moderna corriente de los Eruditeness Studies (o Eruditidies), el sentido primordial de oviedad oscilaría entre los de “conjunto de peñascos rocosos blanquecinos” (si del lat. albietum) y “lugar abundante en arroyos” (si del lat. alvietum). Quién sabe. Pero cualquiera de ellos le viene como anillo al pene (no caeré en el tópico de decir que como anillo al dedo) a la invención de JGR, porque cada oviedad es como una piedra preciosa que, arrojada a un arroyo como una perla a un cisne o una margarita a un cerdo, deviene ondas que multiplican la deriva de su sinsentido inicial (“toda piedra preciosa encierra un sinsentido”, escribió en algún lugar la Baronesa de Stäel Holstein), sin que se sepa el quién, el qué, el porqué, el para quién, el desde dónde o el hasta cuándo de ese apenas gesto literario, con el que se desmorona cualquier intento de cierre categorial basado en el cuadrado semiótico autor, lector, texto e intérprete. Acaso la oviedad no sea literatura, pues, pero eso habrá que preguntárselo a doctores y maestros, que para eso los tienen la iglesia y el materialismo filosófico aplicado a la literatura, respectivamente. Así como el nuevo portal de acceso al DLE proclama que “El Diccionario de la lengua española es la obra lexicográfica académica por excelencia” (https://dle.rae.es; consulta: 10.11.19), con no menor contundencia, esta reviewer afirma que Y el quererlo explicar es Babilonia (Oviedades, 2014-2017) es la obra oviedológica por antonomasia.

Por sus páginas desfilan nada menos que (por estricto orden de aparición): (el recordado) Arturo Fernández, Melendi, Albert Hammond, ABBA, el increíble Hulk, José Luis Moreno, Ana Obregrón, Pablo Iglesias, Errejón, Tomás de Aquino, Manolita Chen, Mae West, El Gran Combo de Puerto Rico, Prandelli, Abelardo, Marta Ortega, Shakespeare, Kennedy, Oswald, Marilyn, Lyndon B. Johnson, Góngora, Quevedo, Pepe da Rosa, Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, Marty McFly, Bush padre, George W. Bush, Bill Clinton, Barack Obama, Bajtín, Donald Trump, Arick, Connie, Jimmy Fallon, Mickey Rourke, Kim Basinger, Harry Angel, Epiphany Proudfoot, Louis Cyphre, Dorian Gray, Prometeo, Felipe VI, los Dire Straits, Nellie Oleson, Antonio Damasio, Bart Simpson, el director Skinner, la sita Krabappel, Grady, Luigi y Mario Bros, Umberto Eco, Barry Freeman, Ángel González, Kevin Spacey, Angelita Jolín, David Foster Wallace, Jandro, Niño Ricardo, Sabicas, Los Secretos, Radio Futura, Los Pistones, La Unión, Santana, Clapton, Hendrix, Page, Berry (Chuck, supongo), B.B. King, Mark Knopfler, el Pana, Paco de Lucía, Al di Meola, John McLaughlin, Javi Llorente, Pepe (de Lucía), Camarón, Cameron, Coetzee, el perro Piloto, la muñeca Chochona, Neruda, Negrín, Neville, Nerón, Negroponte, Netanyahu, Nellie Oleson (otra vez), Ned Flandres, Nefertitis, Valente, don Luis de Góngora (otra vez), Pilatos, Herodes, nuestro-señor-Jesucristo, Charlene Wittstock (aka Charlene de Mónaco), Rafael de León, el maestro Solano, el gran Bambino, Bruce Lee, Chuck Norris (¿otra vez?), Casiraghi, Junot, Vilas (¿Manuel? ¿Guillermo?), Grace Kelly, Cástor, Polux… (me detengo aquí, porque voy por la página 50 y el libro tiene 160, no me pagan por palabra). ¿Es o no es una auténtica orgía pop? ¡Vamos! Para montar una portada a lo Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Ninguno de ellos entiende en lo más mínimo que pinta allí. Pero lo más notable del libro es que todos ellos, lo entiendan o no, acaban pintándolo todo allí. A JGR pueden estarle gratos por haberlos transformado en paradigmas del nonsense imperante, que se confirma como la única forma de sentido con futuro (efímero, pero futuro). No future para el sense, pues, como podría (o debería) haber sentenciado (si es que no lo hizo a su manera) el pope del punk nacional Julián Hernández, a quien JGR ha concedido el privilegio de prologar la obra, desbancando opciones más previsibles como las de Rodrigo Fresán o Gustavo Martín Garzo (anoto entre paréntesis: al libro no le hubiese venido mal un epílogo, un Paco Rico, un José María Pozuelo Yvancos, pero en cuestiones de contabilidad editorial yo no debo entrar).

Acabo. Una afronta una reseña con la esperanza de que quien hace reír el último hace reír mejor. Pero nada se encuentra más lejos de lo posible si el reseñado es JGR y la reseñadora ni siquiera crítica, catedrática, ni ambas cosas a la vez. El oficio de reseñista, a menos que una sea crítica y catedrática, es triste, solitario y muy poco agradecido. Algo así como las tareas domésticas. La soledad, la tristeza y la ingratitud hacia el reseñista sería territorio fértil para una novela decente, tal vez, de Lorenzo Silva, Luis Landero o José Carlos Somoza. La oviedad es, en cambio, territorio fértil para lo que le de la gana a JGR. Regresarán las oviedades, sin duda, como regresa El Almendro© a casa por navidad™. Quien las ha probado no puede dejar de escribirlas, ni de leerlas.

Javier García Rodríguez
Y el quererlo explicar es Babilonia (Oviedades, 2014-2017)
León, Eolas Ediciones, Colección Caldera del Dagda 33, 2019

Olga Arellano Velásquez es profesora de la Escuela de Educación Bilingüe Intercultural (EEBI) de Universidad Nacional de la Amazonía Peruana (UNAP) en Iquitos