Suzanne nos conduce a su lugar cerca del río. Suzanne nos conduce allí desde hace cincuenta años, pues tal día como hoy, pero del año 1967, se publicaba el primer álbum de Leonard Cohen, Songs of Leonard Cohen. Un capítulo más en la historia de la música popular, un capítulo, otro más, en un año plagado de discos deslumbrantes. Un capítulo, otro más… Un acontecimiento en la vida de algunas personas, entre las que me encuentro.

En mi caso, ese acontecimiento se vio retrasado en el tiempo, ya que el disco es un año mayor que yo, y llegó mucho después de su nacimiento, llegó a casa, de mi hermana, más joven que yo, y son esos hechos que pueden ser anécdotas o pueden volver la vida del revés, y así fue cuando entró en casa Songs of Leonard Cohen, el vinilo comprado probablemente en la tienda de discos de la ciudad de aquellos años, mediados los ochenta del siglo anterior. Un vinilo modesto, sin alardes, sin extras, sin nada, el retrato de su autor, serio y sobrio, en el frontispicio de la funda del disco; el dibujo de una mujer en una hoguera, encadenada y con las manos mirando al cielo, extendidas, en la parte de atrás. John Simon, productor y director musical. Y ya, no más información en la funda sobre quienes ejecutan esas canciones. En la edición española del álbum que ahora tengo delante.

El dibujo de una mujer comprado en el año 1965 en una tienda de plantas mágicas mexicana, cerca del hotel Chelsea, en Nueva York.

Ese vinilo no sé si cambió mi vida, no sé si había algo que cambiar, yo era joven y patosa, ahora soy mayor y patosa, pero sí condujo mi vida por un camino concreto y por eso hoy quiero celebrar estos cincuenta años, este medio siglo, y quiero compartirlo con ustedes. Si ese vinilo condujo su vida por un camino concreto también, para reunirnos en estas líneas; si no lo conocen y después de leer esto se animan, les guste o no, este texto habrá cumplido su función. En cualquier caso, qué más da, sirvan estas líneas de celebración, de conmemoración y de agradecimiento, porque este disco más acústico hizo que conociera a Cohen, que condujo mi vida por un camino concreto, de la mano de Suzanne, hasta su lugar, cerca del río, y nunca hubo retroceso, después de esas diez canciones. Fueron lloviendo los otros álbumes, las decenas y decenas de canciones después de esas diez, hasta la muerte del canadiense, depresivo, seductor, judío, espiritual, carnal, poeta, genio Cohen, genio Cohen que hizo su primer disco con 33 años, después de publicar poesía y prosa, para lo que se hacen los discos, para lo que se hace casi todo, para ganar más dinero, para conseguir más amor, desde el hotel Chelsea, “we were running for the money and the flesh”, lo hizo y abrió con “Suzanne”, el disco y la cara A, por tanto; que no es mi favorita de entre las canciones de mujeres del autor de canciones, pero cada vez la entiendo mejor, serán los años y la necesidad de bálsamos, de parar y cerrar los ojos un rato y reposar, del jarabe de fresa cuando el dolor de cabeza, del calor en el vientre cuando el dolor de ovarios, del vaso de agua en la tormenta que Horacio era para la Maga en París.

Y la cara B del vinilo es de Marianne y de una mujer que te conduce cerca del río a otra mujer que es invitada a acercarse a la ventana y del bálsamo a la electricidad, a la tensión de los músculos, a la canción única para quien les habla desde estas líneas, que no soportaría no sentir cuando escucha la despedida de Marianne, terminada de escribir en el hotel Chelsea, donde quienes hacían o tocaban o cantaban canciones, clase obrera, trabajo salido de las manos, corrían tras el dinero y la carne, y está esa joya de la despedida, de la soñolienta tormenta dorada, sobre la almohada, por la mañana, no, esta no es manera de decir adiós, y la canción, que cierra el disco, dedicada a Nico, que no quería a Cohen y Cohen sí quería a Nico y Cohen levantó su obra a los ojos de Nico y quienes no entiendan que se puede levantar una catedral a los ojos de alguien quizá estas líneas les parezcan poca cosa, puede que sean poca cosa, puede que sea una pérdida de tiempo levantar una catedral a los ojos de alguien, puede que los cincuenta años del primer disco de Leonard Cohen sean una celebración innecesaria, seguro que los acontecimientos cotidianos en nuestras biografías patosas no tienen importancia alguna, el disco que empieza cerca del río, que continúa cerca de la ventana, que termina suplicando entrar en la tormenta, seguro que esto no tiene importancia alguna, solo la necesidad de agradecer, de reconocer, de compartir, de levantar catedrales cotidianas a los ojos de alguien.

Belén Suárez Prieto es cronista musical
belensuarezprieto.es