Sostiene Sombrero que sólo muy de tarde en tarde nace un tonto que merezca la pena. Un tonto especial, un tonto único, uno de esos tontos estupendos que son capaces de generar divertidas aventuras por fragmentación de filamentos, como las setas. Un tonto como yo, apunta Sombrero, que tiene amigos igual de tontos que tú. Un tonto de los listos, insiste, de esos que leen muchos libros que no fueron publicados ayer y por lo tanto es muy difícil encontrarlos hoy (incluso ayer) en los estantes de nueve de cada diez librerías. Ese tonto, o ese listo, es un lector diferente, añade. Un tonto singular, un tonto valiente y atrevido. Ese lector sólo tiene un defecto, y es que no parece ser un tonto contagioso. Y no podemos hacer nada, sostiene Sombrero, porque todo el mundo sabe que las mesas de novedades demuestran cada semana que el libro es el mejor amigo del perro y el hombre del burro. ¿Lo pillas?, me pregunta. Demasiado bien lo pillo, le respondo.

Roque Fernández es uno de esos tontos y Roque Six (la novela que protagoniza) uno de esos libros que resisten y persisten en la complicada porfía que conduce a la risa por la vía de la imaginación. Una risa traviesa y una imaginación fecunda, sostiene Sombrero. Y un autor, José López Rubio, que se alzó en el Hollywood de los años 30 para ejercer de guionista y codearse con Charles Chaplin o Buster Keaton, gloriosos gobernantes del humorismo silencioso. Y la vanguardia a través del absurdo y el absurdo a través de la vanguardia. Tanto da, sostiene Sombrero, porque Roque Fernández ya había nacido en 1928, dos años antes de que comenzara su hacedor aquel periplo americano. Escucha:

Roque nació y luego murió. Roque murió, como es lógico, algún tiempo después de nacer. O no. Desafiemos a la lógica en favor de la trama. Primero fue Roque y después Roque Two, que apareció sentado en un café parisino empinando el codo al ritmo de una copita de anisete. Luego Roque murió (se tragó una bola de ruleta en un casino de Biarritz) y nació Roque Three, un reverendo que daba sermones sobre los pecados capitales. Murió ahogado, Roque Three, y nació Roque Four. Roque Four no fue un queso, sostiene Sombrero. Más bien un anarquista rumano al que se le iba la zarpa con los impulsos regicidas. Paredón. Muerte. Entonces nació un bebé, lloró un bebé, murió Roque Five. Y nació Roque Six, que son dos siameses. ¿Lo pillas?, me pregunta. No demasiado bien, le respondo.

Sostiene Sombrero que yo soy más tonto que Roque. Un tonto de los tontos. Un tonto de esos que se dejan llevar por lo que luce a diario en la mesa de novedades cuando nueve de cada diez veces lo mejor que hay en la mesa es la propia mesa. No es el caso de esta novela, no, porque no está en la mesa. Pero el lector que la busca la encuentra, sostiene Sombrero. Y me refiero a la novela de López Rubio, por supuesto, pero también a esa cosa que algunos tontos llaman personalidad.

Jorge Salvador Galindo es editor
@pezdeplata