Los que en la tarde-noche del sábado 16 de julio decidieron adelantar el cierre de una espléndida jornada de playa para asistir al teatro Jovellanos no pudieron recibir mayor regalo que el que allí nos hizo la compañía de la Fundación Siglo de Oro. Todos los esfuerzos de una impecable maquinaria teatral (el buen hacer de los once actores del elenco en su dicción e interpretación y el cuidadoso trabajo de iluminación y sonido, vestuario, escenografía, caracterización, música y coreografía) se orquestaron magistralmente, y bajo la invisible dirección, por certera y delicada, de Rodrigo Arribas y Laurence Boswell, para conseguir que la verdadera protagonista de la noche fuera la propia comedia inédita de Lope de Vega, Mujeres y criados.
Este texto, que se creía desaparecido, fue descubierto en 2010 por el investigador Alejandro García Reidy en un manuscrito anónimo de la Biblioteca Nacional. El descubrimiento fue anunciado a principios del 2014, y desde entonces se han aunado esfuerzos para dar a conocer la obra: se publicó una edición crítica en Gredos y una versión digital por el Grupo de Investigación Prolope, y la compañía de la Fundación Siglo de Oro, atendiendo a su compromiso por difundir la riqueza artística del teatro y autores clásicos, decidió llevarla a escena. Tras su estreno en el Teatro Español de Madrid el 29 de abril de 2015, ha estado presente en los más destacados festivales nacionales e internacionales, y de gira por numerosas ciudades de la geografía española. Este sábado le tocó por fin a Gijón disfrutar de una primicia de nuestro teatro clásico, 400 años después de la fecha estimada de composición de la obra. Casi nada.
Con un inicio in media res, a golpe de música y dicción versada, en las butacas se sentían ya, como en los corrales de antaño, distintos tipos de público: uno más habituado al teatro clásico, a sus formas y sus ritmos, y a la dificultad y proporcional belleza del verso, y otro menos dispuesto y más receloso, sobre todo cuando se encuentra con un lenguaje medido que complica la comprensión del inicio de la trama y hace dudar incluso de si los actores y espectadores comparten el mismo código.
Pero la magia del teatro clásico bien hecho, con un cuerpo de buenos actores, conscientes de la importancia de sentir y hacer sentir el verso, y una obra de Lope a la altura de sus piezas más clásicas, pudieron con los más escépticos, que poco a poco abandonaron su «yo no me entero de nada, ¿y tú?» y pasaron de ser jueces de un idioma y una obra a ser público de la misma; público que acepta con paciencia las exigencias de este especial acto de comunicación que supone el teatro clásico en verso, tan complejo al principio como bello luego, para dejarse envolver, al ritmo del enredo, por el pacto de ficción que asegura al menos el juego teatral.

Esta comedia de capa y espada, escrita entre 1613-1614, pertenece al periodo de mayor plenitud creativa del Fénix de los Ingenios, coincidiendo en el tiempo por tanto con piezas tan conocidas como Fuenteovejuna, La dama boba o El perro del hortelano. Después de verla y oírla en escena, bien podríamos gritar nosotros también aquello de ¡Es de Lope!, como se hacía en época para asegurar la calidad de un texto dramático, en un mundo en el que las compañías teatrales comenzaban a disputarse al público falseando o confirmando la autoría de los textos. Y es que esta Comedia es Nueva, es de Lope, es cómica, y tiene de todo, y hasta por duplicado.
Está presente, por ejemplo, la estructura externa característica en tres actos bien diferenciados, si bien se opta con buen criterio por una representación continuada, sin rupturas, para lo que resulta fundamental el genial diseño del espacio escénico, que gira siempre en torno al juego con la misma pieza, en el centro del escenario, compuesta de marcos móviles y cortinones de doble cara, que en combinaciones múltiples consiguen espacializar los interiores de dos casas, las calles o los campos de Madrid. Esta continuidad escénica ayuda sin duda al ritmo de la obra, que se va construyendo progresivamente siguiendo la división interna de la estructura tripartita clásica: una introducción costosa, como decíamos, en la que el público debe acostumbrarse al verso y a los personajes y universo de ficción que recrean; un nudo en el que surge el conflicto, que lleva al enredo, que se enreda sobre sí mismo y se ramifica hasta el agotamiento; y un desenlace rápido, inverosímil desde las leyes de la realidad, pero necesario desde los principios de la verosimilitud interna de la propia ficción, desde la que se reclama la solución a los enredos y el final feliz. Dice el criado Claridad a su amigo Teodoro: «¿qué fin has de poner a los enredos que has hecho?», en el momento justo en que el espectador ya no puede más con el efecto dilatado de la bola de nieve.
Es la obra, también, un desfile de los distintos tipos cómicos de otras comedias de Lope: el burlador burlado (el personaje del Conde), los que escuchan sin ser vistos (casi todos los personajes), los cambios de identidad (como el de Teodoro en Pedro), los escondidos (como Teodoro en casa de su enamorada), los dobles o la doble identidad (con el personaje de Pedro y de Don Pedro), los personajes ridiculizados (como Pedro, enamorado empecinado de Violante, o Florencio, el padre de las damas). Mención aparte merece el gracioso, que en esta obra se duplica en los personajes de Martes, criado del Conde y que asume los rasgos más bajos del tipo clásico (temeroso, desleal, interesado, zafio, bruto, sin luces…), y Lope, criado de Florencio y las damas, que se queda con el ingenio, el dominio del discurso y del lenguaje escénico, y hasta con el amor de la criada, Inés. Este desdoble del tipo del gracioso se observa a la perfección en la rivalidad por el amor de Inés, criada al servicio de las damas, y de manera especial en la escena en que ambos deben batirse en duelo de declaraciones ante ella.

El dominio del verso y la altura del lenguaje en toda la obra es sello también del mejor Lope, algo que se observa en los chistes verbales y en las muestras de ingenio de los personajes, sobre todo de los femeninos, en los numerosos apartes, en el doble sentido y en el uso comunicativo y metafórico, de niveles y desniveles, en el juego con el idioma. Como en otras obras de Lope, existen en Mujeres y criados, muchos parlamentos que por el asunto del que tratan y por la elegancia, ingenio y expresividad con la que se escriben, bien se pudieran degustar como piezas poéticas autónomas. A medida que la obra avanza, el texto de Lope va ganando protagonismo y, con él, el amor, asunto fundamental de la comedia, y los monólogos o diálogos de algunos de sus personajes sobre el mismo. Pensar en Mujeres y criados será pensar también, por tanto, en momentos y textos como: el monólogo de Inés en el que explica cómo las mujeres deben engañar y reírse de hacerlo; el de Teodoro donde repasa los grandes genios de las más relevantes materias y destaca a Lucinda (y por ende a las mujeres) como la mejor en el arte del engaño; las competiciones de Violante y Pedro, donde él intenta que ella le ame y ella que él la aborrezca, o la aún más genial en que Violante, como hiciera Don Juan Tenorio con los seis días para conquistar y olvidar a una mujer, le da a Pedro los tres pasos para dejar de amarla (no pensar en quien se quiere, no verla y buscar a otra); y cómo olvidarnos de los protagonizados por el personaje de Lope, bordado por el actor José Ramón Iglesias, ya sea en el que lista los mejores deseos para la vida de su señora Violante y por extensión para todas las mujeres de la época, o aquel que dirige a Inés para darle celos al hablarle de la belleza y bondad de una improvisada y falsa prometida.
Pero más allá de todo lo dicho, el gran acierto de la obra es convertir, como suele ser habitual en todas las comedias cómicas del Siglo de Oro, a la mujer en la protagonista, si bien en este caso los elementos básicos del enredo se duplican doblando también su efecto cómico. Mujeres y criados es la historia de dos hermanas, Violante y Lucinda, con dos pretendientes cada una: uno querido por ellas, y ambos criados del Conde (Claridad y Teodoro, respectivamente), y otro impuesto, ya sea por Florencio, padre al que deben obediencia (como sucede con Pedro, en el caso de Violante), o auto-impuesto (como ocurre con el propio Conde, que ejerce su poder social para conseguir también lo que quiere en el amor, en el caso de Lucinda). En espejo, y como trama secundaria, y ya sólo de criados, sucede lo mismo con el tercer personaje femenino de la obra, Inés, quien tiene también dos pretendientes, los graciosos: uno querido por ella, Lope, y otro con el que juega para darle celos al primero, Martes.

En el universo masculino de la obra las mujeres son tratadas como seres inferiores y débiles, que deben tomar «pócimas para la hipocondría», objetos que hay que atesorar y guardar porque en ellos se deposita el honor de la familia, razón por la que también es necesario casarlas, y casarlas bien. Pero en realidad son las urdidoras de planes, las inteligentes, las que eligen a quién amar y burlan al padre o al Conde, los dos poderes, familiar y social, si es necesario para poder hacer lo que quieren y no lo que deben. Destaca en ellas siempre su entendimiento; por ejemplo, su atrevimiento por amor, en el caso de Lucinda, quien encuentra rápidas respuestas y tramas para evitar cualquier obstáculo a sus fines; o la capacidad para argumentar y para la dialéctica que tiene Violante, que consigue agotar a su adversario enamorado.
Aunque es precisamente en el protagonismo de las mujeres donde reside la modernidad de este texto clásico, su particularidad más especial se encuentra en la mezcla de este asunto con otro importante en muchas de las Comedias Nuevas, y más en las del Fénix: el protagonismo de los criados respecto a sus señores. Al final de la comedia, el Conde se muestra en esta obra de manera similar a como lo hacía el Rey en las tragicomedias del Siglo de Oro, donde se impartía justicia poética premiando a los buenos y castigando a los malos para hacer propaganda de su figura ante el pueblo. No castiga en este caso el Conde, pero sí perdona y premia, y en definitiva permite las tres bodas y que los deseos de las mujeres y los criados prevalezcan sobre los de los hombres y señores.

El título que a priori aparentaba demasiado generalista para una comedia cómica del Siglo de Oro, Mujeres y criados, se revela ahora como más que acertado. Normalmente lo que en la ficción es objeto cómico, en la realidad es algo más serio. No en vano, como hace Lope de Vega decir a algunos de sus personajes en la obra, «las mujeres y criados pueden revolver a España». La inversión cómica en este texto hasta ahora desconocido de Lope no sólo funciona, sino que además es doble. Los protagonistas son los débiles, como en toda comedia de la época, los que en la realidad no pueden decidir y deben asumir unas reglas de juego impuestas, ya sean en el amor o en lo social; pero en esta obra no son las mujeres o los criados, son ambos, las mujeres y los criados. Y de cada tipo social se nos representan dos, o tres, casos, como vimos.
Mujeres y criados, de Lope de Vega, es sin duda otro gran texto del que Cervantes, con tanta antipatía como admiración, llamó «Monstruo de la Naturaleza». La riqueza de sus elementos y su complejidad hace que también sea compleja su puesta en escena. Si hacer funcionar hoy la maquinaria de una comedia cómica al uso del Siglo de Oro es ya un reto, conseguirlo cuando se duplican muchos de sus elementos hace que el mérito de la compañía de la Fundación Siglo de Oro sea cuanto menos también doble. Mucho amor al buen teatro es necesario cuando se trabaja al servicio exclusivo de una obra.
Rosana Llanos López es profesora, especialista en teatro
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