
“Tomé mi libertad y salí. He dejado los códigos atrás, las zarzas me arañaron por eso”.
La mujer desnuda, Armonía Somers
“Vivas nos queremos”. Así reza en multitud de carteles, paredes, tuits y proclamas a lo largo y ancho del mundo. Tres palabras para decirlo todo. Algo tan simple como desearnos vivas, como mujeres que respiran, que viven, que tienen un futuro. Hace poco escuchaba a alguien decir que nos enseñan a vivir pero no a sobrevivir y, sin embargo, las mujeres gritamos que no queremos seguir sobreviviendo, queremos vivir. “Disculpen las molestias, nos están asesinando” es otra de las llamadas de auxilio del feminismo. Las mujeres gritamos por nuestra existencia porque hasta eso nos quiere arrebatar el patriarcado. En su máxima expresión de opresión (en la punta de esa pirámide de violencia que hemos visto dibujada tantas veces) está el asesinato. El asesinato machista que nos mata antes que escucharnos, que permitirnos ser.
“Yo tenía que aguantarlo, que aguantar que me diera palizas sobre palizas, ¡palizas sobre palizas!, un día sí, otro no y en el del medio”. Hace 24 años una mujer se sentaba en un plató de televisión para alertar sobre la violencia que sufría a manos de su marido. Un grito desesperado ante el silencio cómplice de toda una sociedad. Trece días después era asesinada por él. La memoria feminista y democrática recuerda ahora a Ana Orantes como el paradigma de la voz que hablaba por tantas que también se querían vivas y que no pudieron denunciar, que nunca pudieron alzar su voz.
El feminismo es, sin duda, el movimiento social y político que más avances ha aportado en la lucha contra la violencia machista. Al situar a las mujeres como el sujeto político de su agenda, el feminismo conquistó los derechos para estas en medio de un contexto reaccionario. Desde finales del siglo XVIII hasta hoy, el feminismo ha supuesto que las mujeres tomen conciencia de sí mismas como grupo y colectivo humano y sean conscientes de la opresión, dominación y explotación que han sufrido y sufren por parte del colectivo de varones. Todo esto ocurre en el seno del patriarcado y bajo sus distintas fases históricas de modelo de producción, lo que ha movido a las mujeres, en la época moderna, a la acción para la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que se requirieran (esta definición parte de la publicada en el periódico feminista digital Mujeres En Red).
Si en una primera etapa se vindicaron derechos tan básicos como el sufragio y el acceso a la educación, las siguientes olas del feminismo proclamaron un cuestionamiento de cómo se había construido el sujeto mujer como otredad, en base al sistema androcéntrico que beneficiaba a los hombres frente a las mujeres. En el caso español, además, la tardía salida de una dictadura supuso que el feminismo fuera fuertemente institucionalizado y consiguiera grandes avances gracias a la lucha de muchas mujeres en los órganos de gobierno. No es casualidad que leyes como la Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género (abreviada como LIVG) o la Orgánica 3/2007 para la igualdad efectiva de mujeres y hombres (la conocida como Ley de Igualdad), se aprobasen en tan corto período de tiempo. Además, intentos de reformar la ley del aborto para hacerla más restrictiva, por ejemplo, se encontraron con una fuerte respuesta activista en las calles y las organizaciones. Las mujeres no pensamos dejar que nos roben ni un derecho conseguido.
Desde aquel asesinato terrible de Ana Orantes hasta hoy es significativo el cambio que ha vivido el feminismo. Como señala Nuria Varela en Feminismo 4.0. La cuarta ola, “si hay un aspecto que sobresale por encima de todos los demás en estos últimos años es la rotunda ruptura del silencio de las mujeres en todo el mundo”. Las redes sociales han permitido viralizar mensajes y acciones, desde el grito por el derecho al aborto en Argentina o Chile hasta las masivas manifestaciones del 8M. “El feminismo es polifónico, el sonido de sus múltiples voces se oye, simultáneamente, en todos los rincones del mundo, en distintos tonos y registros”.

DESMONTAR EL DISCURSO DE LA ACADEMIA
A medida que el feminismo radical de finales de los años 60 iba articulando su análisis crítico de la realidad, el arte iba transformando sus formas y sus discursos. En 1970 se publica el imprescindible “Política sexual” de Kate Millett donde, entre otras cosas, señala que “el patriarcado se halla tan firmemente enraizado, que la estructura característica que ha creado en ambos sexos no constituye solamente un sistema político, sino también, y sobre todo, un hábito mental y una forma de vida”. En otra parte del libro: “El rasgo más característico y primordial de nuestra cultura es que se fundamenta en el patriarcado”. Es importante no perder de vista que Millett, que se convierte en portada de la prestigiosa revista TIME en agosto de 1970 precisamente por este ensayo, era artista plástica, en concreto escultora; a menudo se ha leído a Millett obviando que su visión era la de una artista, es decir, alguien que cuestiona la cultura desde lo visual y no en vano “Política sexual” es, sobre todo, un libro de crítica literaria feminista académica, el primero de hecho, y parte en su análisis de la literatura.
En la historia del arte no tardaría en publicarse ese texto fundacional de Linda Nochlin en Art News preguntándose por qué no existían grandes mujeres artistas. Era un año después, en 1971. Desde entonces, escritoras feministas como Griselda Pollock, Rozsika Parker, Laura Mulvey, bell hooks… han reflexionado sobre cómo hemos construido una historia del arte androcéntrica y que convierte a las mujeres en excepción. A la par, artistas como Ana Mendieta, Guerrilla Girls, Judy Chicago, Barbara Kruger, Martha Rosler, Suzzanne Lacy o Carolee Schneemann utilizaban y utilizan sus cuerpos en sus obras como una herramienta de denuncia feminista. En el caso español Fina Miralles, Esther Ferrer, Mari Chordà, Paloma Navares o Concha Jerez estaban, desde sus primeros trabajos, planteando la necesidad de repensar el modelo patriarcal que ha estructurado el canon del arte.
A partir de este rápido recorrido por la historia del feminismo en el siglo XX y un breve acercamiento a cómo se plasmaban los debates sociales en las artes visuales, llegamos a un presente cercano que tampoco puede obviar esto. Las artistas hoy están trabajando en contacto directo con los grandes debates sociales de su contexto. En este caso, profundizando en el trabajo artístico de Sandra Paula Fernández no podemos sino situarnos desde este lugar, ya que la suya es una posición estética y activista, inalienable la una de la otra. Así, los trabajos que ha realizado en los últimos años son una herramienta de profunda transformación, a través del arte, para cuestionarnos sobre temas como la violencia machista en sus distintas formas como la violencia sexual, la prostitución o la trata, pero también otras series que abordan la destrucción del planeta, los derechos LGTBIQ+ o el compromiso con el futuro sostenible. En la obra que podemos ver como portada de eLAnuario encontramos algunos de estos elementos en un paisaje plagado de Blancanieves que se acogen, ayudan y colaboran, como un refugio frente a la violencia del patriarcado.
Si empezaba el texto con ese “vivas nos queremos”, lo cierto es que el trabajo artístico de Fernández es mucho más que una proclama, es la plasmación visual del feminismo. Ahí radica su fuerza, en que no utiliza un tema para su obra, sino que este forma parte de su vida.

HACER UN RELATO PERSONAL DE UNA ABSTRACCIÓN PATRICARCAL
La fuerza que el activismo tiene en el trabajo de Fernández, así como su relación cercana con los debates actuales, se puede observar en la serie “#VivasNosQueremos #Cuéntalo”, donde no sólo conserva la almohadilla y la referencia a la viralidad de las redes sociales como Twitter, sino que reivindica lo que Isabel Balza llama “la dimensión política de la sororidad” (lo podemos leer en el capítulo “Sororidad” en el libro Ser feministas. Pensamiento y acción), es decir, su capacidad de agencia más allá de lo simplemente afectivo. A partir de la llamada que la periodista y escritora feminista Cristina Fallarás lanzase en esta red social, #Cuéntalo se convirtió en una acción global que dio voz a la violencia sufrida por mujeres en todo el mundo. Como ella misma señala, las mujeres crearon, con estos tuits, una memoria colectiva de la violencia que rompía con la abstracción de las cifras y los datos, poniendo nombre y apellidos a las agredidas, a los agresores. #Cuéntalo tomó forma con más de dos millones de intervenciones, más de 700.000 mujeres en España y Latinoamérica, un compendio de denuncia de violencia machista mundial que luego Fallarás trasladaba a una base de datos y a un libro a partir de la acción en las redes.
A partir de este aluvión masivo de mujeres que nombraban sus violencias, Sandra Paula Fernández toma hilo y aguja para convertir esos tuits en unas delicadas obras de punto de cruz. Digo “delicadas” pese a lo controvertido de esta palabra a la hora de analizar el trabajo de una mujer artista; es delicada porque si hay algo que no puede obviarse en esta obra es la dimensión temporal. Frente a una fotografía, por ejemplo, la artista escoge una tarea laboriosa, monótona incluso, que le lleva a trazar cada palabra, cada letra en horas y horas, en un espacio temporal que supone casi un ritual de homenaje a cada autora de cada tuit. En este tiempo de elaboración procesual, el tiempo de producción es un mantra que también es activista, que pide detenimiento para leer cada tuit, para entender la dimensión política de cada uno de esos mensajes.
Estoy plenamente convencida de que esta dimensión temporal que Fernández aplicó a cada tela ha sobrepasado a la obra misma y así pudo vivirse cuando en LABoral Centro de Arte presentamos esta serie, dentro de la exposición “Equivocada no es mi nombre – Arte contra la violencia machista” en 2019. Realizada ex profeso para esta muestra, y situada en una sala central ella sola, la serie sobre el fondo negro de las paredes provocaba reacciones del público casi de manera inmediata. Quien entraba a la sala y se encontraba con las 60 obras aguantaba leyendo apenas unos minutos antes de salir con lágrimas en los ojos. Esa potencia del mensaje, esa profundidad de lo realizado en el tiempo, se palpaba en quien la veía, en quien la leía.
Una obra contemporánea en una exposición de arte nos interpela directamente cuando leemos su contenido; en este caso nos cuestiona a través de los huecos del texto, del interlineado de los tuits, de los vacíos de las palabras. Más allá de lo que leemos, ¿qué papel jugamos nosotros ante estas violencias? ¿Las hemos silenciado? ¿Las hemos vivido también y no sabíamos cómo denunciarlas? Dice Adrienne Rich que “toda la historia de la lucha de las mujeres por su autodeterminación ha quedado sepultada bajo el silencio una y otra vez”. Aquí, precisamente, se trata de romper ese silencio a través del arte, de la posibilidad de la cultura como una herramienta feminista para cuestionar nuestro lugar en el mundo y ante la violencia machista. El potencial de los grupos de conciencia feminista de los 60 radicaba precisamente en su capacidad de sublimar el dolor privado y convertirlo en rabia conjunta, en activismo política, en respuesta organizada, lo que se resumen en la frase “lo personal es político”. De eso sabemos mucho las mujeres: la esfera de lo privado se convirtió en el espacio de las violencias, de la precariedad y la explotación, desde la violencia física hasta el trabajo de cuidados no remunerado. Como señala la profesora Nivedita Menon en su libro Ver como feminista «cuando lo que tenemos es una estructura completa de trabajo no remunerado sosteniendo la economía, la división sexual del trabajo no puede considerarse un asunto doméstico y privado; es lo que mantiene la economía en funcionamiento”.
Si “el feminismo reclama valentía y es muy exigente” (como señala Nuria Varela), no podemos obviarlo en las artes; frente a las radicales valientes que protestaban delante del Guggenheim cuando exponían a Carl André a los pocos días del asesinato de Ana Mendieta, frente a los desnudos de Esther Ferrer reclamando otro canon en la academia, o frente a la doble página en Art Forum de Lynda Benglis dinamitando el macho artista, nos falta aún mucho compromiso por parte de un arte ensimismado que parece vivir ajeno a la realidad social, histórica y cultural de nuestro país. Ahora que el feminismo se ha vuelto global y es, junto al ecologismo, el gran movimiento transformador de la realidad, resulta chocante que haya aún pocas obras tan categóricas como esta de Sandra Paula Fernández. Su labor excede a la de artista, es una activista que, como Millett, parte de lo visual para transformar el pensamiento. Como señala Alicia H. Puleo en el libro homónimo, “ser feministas implica pensamiento y acción”, algo que en este trabajo de Fernández queda patente, más allá solamente del activismo, más allá del arte, como una creadora feminista comprometida con la igualdad.
Semíramis González es comisaria y crítica de arte
@semiramis_glez