Nadie podrá explicarnos por qué te fuiste, por qué volviste con nosotros, tus padres, a tu casa de siempre, escucho tus discos cuando tu madre no está, cuando me quedo aún más solo, he aprendido a diferenciar por mí mismo la pérdida de la ausencia, ningún padre debería verse obligado a comprender algo así, nadie, si lo piensas, tendría que pasar por ello, habíamos vivido bien, más o menos, os teníamos, luego, aunque no estabais ya a nuestro lado, os seguíamos teniendo y, bueno, ya sabes, siempre vi en la lluvia un reproche y ahora ni eso, qué hiciste con las cosas, hijo mío, en qué las convertiste, lo bien que se te daban los deportes y lo poco que parecía importarte ganar, el día que nos dijiste que volvías para quedarte fijaste tu mirada en nosotros y también más allá, en busca tal vez de algo que pudiera contenerla, qué silencio el silencio durante el viaje que hicimos para ir a ver a tu hermana, liada con un estreno y sin saber lo que había pasado, es poner uno de tus discos y ya sólo pensar en la luz, ¿y qué debe uno pensar de la luz si para manifestarse necesita estar rodeada de la oscuridad, su contrario?, no sé ya ni lo que digo, grabaste el tercer disco en cierta manera contra el anterior, esperaste un cambio que tampoco en esa ocasión se produjo y volviste a casa, ¿cómo no vimos que tu vuelta respondía a tu necesidad de estar aquí, donde siempre, pero aún más a la de no estar allí, y que allí era el mundo entero?, ¿cómo no fuimos capaces de intuir siquiera que a la pureza se intenta llegar siempre desde el despojamiento?, te referiste a nuestra casa, la tuya, como una red de seguridad, ¿quería eso decir que estabas cayendo, o lo que es peor, que dabas por segura tu caída?, en las pruebas de velocidad te imponías sin dificultad ninguna, sin oposición, aparentemente sin esfuerzo: allí podías ser directo, camino de la meta tus capacidades se encontraban a tu servicio y no al revés, pero era tu correr un hacer desapasionado, el de cualquiera que en el mercado le corta las agallas a un pez mientras habla con un cliente, aquello no te llenaba, la música, sí, pero la música, como si se viese obligada a llevar a cabo una especie de contrapartida universal, lo que hizo contigo fue volverte consciente de tu carencia, que para asombro tuyo iba en aumento y te despedazaba, quién sabe, tal vez hayas ido a parar al laberinto íntimo en el que, lo quieran o no, acaban quienes sienten devoción hacia las virtudes de los demás en igual medida que desprecian las propias, o lo que es lo mismo: quienes le atribuyen a la dificultad un valor que le niegan a su reverso, la música para ti lo era todo y todo fue demasiado, el dolor de unos padres, ¿quién podría describirlo?, antes de haber entrado del todo en la sala de música tu madre procura rozarse contra el borde de la puerta, lo he visto, a menudo, ¿para disfrutar del hecho innegable de tocar aquello por lo que está siendo tocada?, yo creo que no, me parece a mí que si se roza contra el borde de la puerta es para asegurarse un obstáculo en su camino hacia tu ausencia, cuando escuchamos tus canciones, ¿te estamos oyendo como nunca llegamos a oírte cuando nos hablabas?, ¿vamos hacia ti o eres tú quien vuelve?, ¿somos nosotros quienes te traemos o eres tú quien nos lleva?, un músico es una llave, unas veces abre y otras veces cierra, pero siempre gira, a no ser que se rompa y se quede atascado y ya nadie pueda entrar ni salir, cuando tu madre no está pongo uno de tus discos y me voy, muy quieto en el pasillo y con el rostro pegado a la puerta de la sala, escucho, es agradable el frío de la madera, la sensación de estar cerca de algo, en tu intento de mantener separado el día de la noche terminaste por unir ambas cosas como ninguna lo estuvo jamás a otra, no te oímos bajar, puede ser tan fiera la vida porque sí, nos quedan para siempre el cielo de esa mañana, el plato, el frasco, la carta, lo otro, y yo necesito nombrar cada una de esas cosas para que por separado sean lo que ya eran antes y todavía hoy siguen siendo para los demás, sin formar parte de un mismo plano, sin estar asociadas entre ellas como lo están en mi memoria desde entonces, en las fotos de promoción del primer álbum estás solo, casi siempre, la mayoría de las veces al aire libre, en ocasiones de espaldas, el perro pasaba por allí en ese momento y me alegra que lo hiciera pero todavía me alegra más que en la imagen te mire, que espere algo de ti, parece que vas recto por fin, camino del agua y decidido, a ver quién se atreve a asegurar que realmente acabarás dando la curva, en otras de las fotos la naturaleza se extiende en torno a ti y tú pareces a punto de pedir disculpas por verte obligado a alterar con tu presencia una perfección como esa, también tu madre y yo tenemos a menudo la necesidad de justificarnos, te comprendemos, compréndenos tú: confundimos tu entusiasmo con la felicidad incipiente porque tanto para ella como para mí tu felicidad, por pequeña y breve que fuese, era siempre una tregua, un hombre pasa corriendo ante ti, estás apoyado en una pared de ladrillo y parece que ni siquiera te hayas dado cuenta, quisiera saber si ese hombre corre porque está a punto de perder el autobús y si tú eras uno de esos que se quedan mirando los autobuses y no dejan de mirarlos hasta que han desaparecido de su vista, pese a ser muchos los que, en esas fotos en las que estás apoyado mientras la gente pasa, han creído ver en tu expresión indiferencia, yo sólo veo desconexión, o quizá una conexión por tu parte a algo inalcanzable para los demás y a lo que intentas mantenerte bien sujeto, en otras, hechas en diferentes exteriores, la oscuridad te rodea, no hay oscuridad ninguna en la foto donde apareces con tu madre, el color en esa imagen es una temperatura, la innegable propiedad de un sentimiento recíproco, tenemos una vida anterior a ti, ¿importa ahora?, decías que tus dos primeros discos estaban demasiado llenos, sobre todo el segundo, uno busca en su obra su reflejo pero la música es siempre un espejo, toda creación lo es, como si te hubiera cogido fuerte el domingo, no sé decirlo de otra forma, me sigo asustando al oír una sirena, ¿tienes idea de lo que es eso?, cuando escucho tu guitarra siento que alguien muy cerca de mí se está balanceando, ¿lo peor de tu ausencia?, que no tiene molde, y nos obliga a decidir el tamaño del vacío, siempre excesivo y siempre insuficiente, pese a todo hay todavía algún respiro de tanto en tanto, quién no siente que ha dejado ya de llover cuando pasa por debajo de un árbol, recuerdo aquel Día de Juegos del que me hablaste en una de tus cartas durante el cual, según tus propias palabras, estuvisteis metidos en una niebla espesa buscando en vano un punto que después supisteis que no existía, llega la memoria donde no pueden llegar las manos, escribimos porque nos sentimos solos, leemos para sentir que ya no lo estamos, lo esencial en una carta no es la cercanía que recrea sino la distancia que nos empujó a escribirla, tu hermana se sintió decepcionada cuando naciste pero nada dura menos que la decepción en esta vida, a no ser que sea lo único que dure para siempre, tu música pasó de ser una reacción ante lo que te rodeaba a ser una extensión de tu pensamiento (y no me estoy refiriendo sólo a tus letras pues no deberían trocearse las canciones: todo lo que se puede separar termina perjudicando al conjunto), guardamos tus cartas y tus cuadernos, lo conservado entraña el fracaso de lo que está por llegar, ya sabes, toda casa ha de tener un ritmo para ser una casa, y el de la nuestra fue un ritmo interrumpido, no la recorrió hasta llenarla un grito, desnudo, ni un nombre dicho en alto, como si quien lo pronunciara se estuviese dirigiendo a alguien que se encontraba demasiado lejos, y digo demasiado porque es lo que debo decir, a veces arrastro tu silla y entonces gana aún más cuerpo el silencio, cuando eso pasa abro la ventana y rezo para que el viento mueva las cortinas, a menudo no estabas ante nosotros aunque estuviéramos hablando contigo y sin embargo ni a tu madre ni a mí nos parecía que te encontraras en algún otro lado, algunas de las cartas que te envié las escribí aquí mismo, cuando no tenía ya más que contarte miraba a mi alrededor y a veces, luego, con la vista de nuevo en el papel, mi letra me parecía distinta, vuelvo hacia arriba mi mano abierta, nada, cuatro gotas, ni siquiera abriré mi paraguas, es duro, Nick, conservar limpia la piedra, retirar lo que fue puesto ahí para honrarte y no pudo mantener su promesa, se te acabó quedando pequeña tu habitación, debió de ser difícil eso: verte obligado a encogerte para sentirte seguro, me extrañaba la frecuencia con que cambiabas las flores de tu mesita, y de repente, mientras pongo un poco de orden en los alrededores de tu lápida, lo comprendo, ahora sí, por primera vez sé por qué lo hacías, por qué las cambiabas tan a menudo, nos dolió tanto que no quisieras seguir con tus estudios, no era enfado, era preocupación, ojalá te hayas dado cuenta, rezo porque así haya sido, Joe se fue, tus discos no recibieron la atención que esperabas, buscabas en ti y no había canciones, el mundo entonces debió de parecerte lo contrario a tu habitación, imposible ser en él aire que corre, tu madre y tú transformasteis vuestra fragilidad en una fuerza inmensa que apenas pudo hacer algo por vosotros, la oigo cuando te escucho pero no te oigo cuando la escucho a ella, un arreglo suele ser un adorno, retórica, una muleta, pero a veces logra trascender y entonces se convierte en lo que vuelve la canción otra cosa, única, personal, los dos lo sabíais, que aquello a lo que le damos el nombre de problema es en realidad la canción, que la solución, a la larga, acaba siendo un problema peor, por eso te gustaba tan poco tu anterior disco, porque sus canciones iluminaban la nada en vez de ser ellas mismas la nada de la que hubieras extraído una luz, dejaste de tomar las pastillas porque afectaban a tu proceso: peleabas con una mano a la espalda y las cosas en ti nunca acababan de juntarse, es una forma de decirlo, quizá por eso ansiabas al margen de tus días señales, posibilidades de hallar en el porvenir más inmediato una estrategia, a veces mostrabas una firmeza que evidenciaba tu quiebra: la voz debe temblar ante determinadas palabras y la tuya no temblaba cuando te mostrabas tan decidido a encarar tu futuro, eso quería decir que algo en tu interior se esforzaba en sujetar todas aquellas partes que ahora estaban sueltas, sin canciones hablaste con tu madre, la música para ti no era algo que pudiera llenar un vacío sino algo que siempre había estado en tu interior y cuya falta se convertía en un agujero creciente por el que no dejabas de caer, al final lo que más difícil te resultaba era encontrar para tu voz algo en lo que pudiera encarnarse, ¿qué esperabas?, ¿no fue siempre esa la dificultad definitiva del espíritu?, antes de irte te dabas siempre un baño y no una ducha, si comprendiera, Nick, no hablaría, tocaste para los Rolling pero ni siquiera estaban todos y no pasó nada, y no pasó nada, con qué frecuencia habrán resonado esas palabras en tu cabeza, qué significado habrá tenido para ti la palabra logro, quizá supusieras que el éxito habría de conllevar un cambio y por eso el verdadero éxito, el de la canción en sí misma y en relación contigo, no te parecía suficiente, lo apostaste todo a un único número, y perdiste, claro, uno siempre pierde cuando lo apuesta todo a un único numero, aunque gane, el más poderoso de los vínculos os unía a tu madre y a ti y ese vínculo era un lenguaje, siempre sonó la música en nuestra casa, antes de vosotros y donde quiera que estuviéramos viviendo, pero luego, ya sabes, tu madre y tú en la cocina, tantas noches, en un silencio como aquel, aquella nada viva, ¿dónde estabas cuando no estabas?, ¿qué fue para ti la naturaleza?, ¿un marco del que rodearte o algo inabarcable que te convertía en un marco?, ¿otro coro al que unirte?, ¿una melodía en préstamo?, tu viaje de vuelta, ¿a dónde esperabas que te llevase realmente?, encontrarte así un domingo por la mañana, un domingo, ¿podrá alguien explicárnoslo?, ¿de verdad tenía que seguir girando el disco?, ahora mis camisas son sólo mías y por eso al ponérmelas siento que han dejado de pertenecerme, tu madre te dio las buenas noches, qué absurdos los plurales, que todo lo presuponen, se la veía siempre tan inquieta a la pobre, tan preocupada, es la sangre, que estira la carne, también sigue vibrando la rama tras haber sido despojada del fruto,
Chus Fernández es escritor