Nick Drake

venías de otras casas y no decías nada, lo supimos luego, que habías estado aquí y allí, en algún sofá, pasando el tiempo, otras veces cogías el coche de tu madre y te ibas, es todo lo que sabíamos, que te ibas, y que volverías, o tendríamos que ir a buscarte, cuánto te costó echar gasolina y cómo celebramos que finalmente fueras capaz de hacerlo, no nos enfadábamos, al menos no porque desaparecieras de pronto y sin más aparecieses de nuevo, lo que nos traía de cabeza era tu decisión de no seguir estudiando, de dedicarte por entero a la música, lo aceptamos, ¿qué otra cosa podríamos haber hecho?, pobre Molly, no sabía ya cómo decirte que te comprases la ropa de tu talla, que no llevaras puesta a la calle la misma con la que habías dormido, que perdemos el derecho al orgullo el día que renunciamos a nuestra dignidad, lo intentaste, es cierto, tomaste pastillas, incluso una vez llegaste a vaciar un bote entero, abrazaste igual que desechaste la opción de los electrochoques, por algún motivo te parecía que había en esa clase de tratamiento algo bueno que no había en la medicación, no querías ni oír hablar de un psicólogo, me habría gustado que te hubieses puesto en manos de alguno pero en cierto modo te entiendo, un psicólogo es una versión rara de una red de tenis: le devuelve al jugador la pelota para que este, durante el instante en que se le revela su fracaso, en vez de lamentar el error lo celebre porque en ese error está su única oportunidad, no se me olvidará el día que instalamos juntos el reproductor de casete en el coche que acababas de comprarte, un nuevo comienzo parecía posible para ti pero volviste a hundirte, a disolverte en ti mismo, por si eso fuera poco, mi espalda dijo: No puedo más, sí, Nick, el dolor habla siempre en primera persona, lo haga en nombre de quien lo haga, qué te voy a contar, ya casi no dormías y todos quisiéramos dormir ahora: el sueño es un mundo sin umbrales, llegaste a barajar unas cuantas profesiones, otras formas de vida que fuiste descartando al momento de haberte decantado por ellas, contemplaste esas posibilidades desesperado y sin convicción, lo que viene a ser la peor manera que se me ocurre de plantearse uno algo, pero qué podemos decir, muchas más opciones no creías tener, ¿qué por que empecé a llevar un diario en el que registraba tus problemas?, muy sencillo: confío en la relevancia de lo que se repite, primero se identifica algo, a continuación se clasifica, que es como decir que se aísla, y una vez aislado, se actúa sobre ello, esa fue siempre mi manera de pensar, bueno, de proceder, te negabas a recibir atención médica y no me quedó más remedio que, dentro de mis posibilidades, asumir esa responsabilidad, como un jardín te convertiste en algo que debía ser cuidado, algo que nos obligaba al riego y la poda y demás atenciones precedidas de un estado constante de alerta, si íbamos hacia ti nos convertíamos inmediatamente en el enemigo, si eras tú quien venía hacia nosotros pasábamos a ser tus aliados, quizá la música fuese tu manera de ocupar de una sola vez el mundo entero, quizá la elegancia sea la forma a nuestro alcance de encontrar en nosotros un acomodo, qué sé yo, las cosas tienen su momento y hasta entonces te tienen a ti, debió de ser difícil no poder conectar con nadie y que cualquiera pudiese hacerte daño, ¿es la timidez un temblor imperceptible, la distancia reclamada, la manera que tenemos de rompernos voluntariamente y así adelantarnos a cualquier otra fuerza que pueda ejercer su presión sobre nosotros?, y sin embargo nada en tu voz me recuerda al tintineo, no, al contrario: algo en ella se percibe firme, sujeto, pasa lo mismo con tu guitarra, lo que suena tan claro está siempre separado del resto, por eso resulta así de reconocible, cómo puede ser, Nick, que para nosotros seas una imagen a la que siempre podemos volver y nunca tengamos delante, me da miedo la gente que duerme sentada, qué cosas le vienen a uno a la cabeza, el miedo, qué hacer con el miedo, ayer mismo tu madre se asustó, no era nada, mis zapatillas en el pasillo, sólo eso, mis zapatillas, y la oscuridad, y su miedo, de vez en cuando nos retirabas la palabra, es mucho el silencio que guardamos entonces, en Far Leys, pese a ello, no me atrevería a decir que sea algo que hayamos compartido: el silencio de uno, como el miedo, es sólo para él, sé que después de discutir con tu madre o conmigo te sentías como si a una mesa le hubieran arrancado las patas de golpe, lo sé porque así nos sentíamos nosotros también, tuviste mala suerte, o quizá no tuviste aguante, al menos no el suficiente, cómo lloraba tu madre, parecía querer sacarse a sí misma de dentro, se volvieron tan pesadas las sombras de la noche a la mañana, hoy, durante mi paseo diario, vi un fruto caído y solo en el camino, una mora, roja, sin ningún árbol cerca ni ningún otro fruto, creí saber entonces cómo te habías sentido en Cambridge, y aunque sigo pensando lo mismo de tu renuncia, por una vez pude intuir su razón; me pareció, aunque no estoy demasiado seguro, que en el fondo te alegraba el primer frío del año, si es así, sé cómo te sentías, hijo mío, estoy contigo, en los últimos años sólo parecías especialmente contento en determinados momentos a lo largo de tu estancia en Cambridge y durante los días anteriores a tu muerte, saber que estás en el sitio donde las cosas suceden debe de ser sentir que están sucediendo ya, ¿qué hiciste allí para que fueses con tal fuerza reclamado?, ¿qué fue allí tu vida para que la reclamases después con semejante desesperación?, ¿qué hiciste en Cambridge?, lo mismo que los demás, a tu edad y en cualquier sitio, por supuesto, sólo eso, y, como allí la música fue lo único terminó siéndolo todo, más tarde, en casa, nada pudo brillar para ti como brillaba el recuerdo de lo hecho entonces, cuando la vida no sólo parecía capaz de cumplir sus promesas, sino que en verdad parecía capaz de renovarlas, nada lograba igualar ese brillo que te guiaba durante tu estancia en Far Leys porque de nada podrías depender ya como habías dependido de él, ni siquiera tuviste tiempo de sentirte decepcionado, fuiste la persona más desilusionada del mundo, sí, pero la desilusión es un sentimiento juvenil, una fuerza que se vuelve contra uno, mientras que la decepción, el sentimiento adulto por excelencia, conlleva en el mejor de los casos una alegría, discreta, la que se desprende de una derrota razonada, en cierto modo elegida, estar decepcionado y pese a todo decidir continuar, eso es realmente vivir, con los pies en la tierra, te faltó fe, o suerte, da igual, yo sé por qué deseabas el éxito: vivías el fracaso como una traición que hubieras llevado a cabo contra ti mismo, formabas parte del coro, cuesta imaginarse tu voz entre las otras, hablo: no se detiene la sangre, hablo y hablo y hablo: las palabras pretenden llenar el silencio y todo lo que hacen es crear un silencio distinto, se las lleva el viento, es lo que dice la gente, y con razón, un día seremos nosotros quienes vayamos hacia ti, el más pequeño de todos, ¿cómo ha podido girar el mundo al revés?, el ingeniero me llamaban, ahora ya no, ahora soy tu padre, el padre de Nick Drake, como tu madre es tu madre y tu hermana siempre será tu hermana, Nanny sigue limpiando tu habitación como si nada, no tiene por qué, te llevabas tan bien con ella, disfrutabas, supongo, del cuidado separado de la disciplina, el otro día, releyendo los carnets de tu admirado Camus me detuve en un apunte en el que decía que el no hacer es aceptación de lo futuro, pero con desolación ante lo pasado, era feliz hasta la quiebra cada vez que oía de tu propia boca tus planes para el porvenir más inmediato y si lo era, si era tan feliz al escucharte, se debía a que sólo en sus propósitos un hombre es todos los hombres, deambulaste un par de días por París y te pasaste el resto sin bajar del barco, ya no sé si hago esto, hablar contigo, para que vuelvas o para ir a tu encuentro, pero debo seguir haciéndolo: la voz es un dique, y si uno calla, todo en él se desborda, estoy cansado, no me siento, prefiero seguir así, de pie, que el agotamiento sea una realidad total, no una simple advertencia, sabe uno que ya no puede más cuando maldice porque se le ha caído un tenedor, ¿se te cayó a ti algo esa noche?, ¿blasfemaste al ver que tus manos no habían sido capaces de sujetar algo muy pequeño?, pasara lo que pasara, y aunque fuese lo último que hubieras querido, esto es en lo que nos has convertido hijo mío, a nosotros, tus mayores, esto es lo que somos ahora: criaturas aturdidas que sobrevivieron a su reemplazo, condenadas a advertir en la aurora su rival, empeñadas en vivir lo definitivo como algo pasajero, criaturas que hacen lo mismo de siempre sin que lo de siempre haga ya lo mismo por ellas, al final mostraban tus ojos tu necesidad de volver a casa y cómo vuelve a casa quien ya está en casa, más de medio año se pasó tu madre sin salir de la nuestra por si la necesitabas más de lo que solías necesitarla, por si se volvía una urgencia tu necesidad y por si esa urgencia resultaba ser una urgencia crucial, no te aceptaron en el ejército y no duraste ni un día en la empresa informática, qué decir de las paredes blandas de la clínica, te aferraste a la música como otros lo hacen a una forma en el abismo pero aquello a lo que te abrazas en la caída te ocupa, te recorre por dentro, volvieron a ti las canciones, vete a saber cómo, o quizá fuiste tú quien volvió a ellas, en cualquier caso, otra siembra sin cosecha, por qué lo que nos falta, en el momento en que nos falta, creemos que está en otro sitio, parecías feliz como nunca antes durante tu estancia en Cambridge gracias a la trascendencia que le atribuías a la meditación en la que estabas a punto de iniciarte, tal vez esperaras fusionarte a través de ella con algo si no con todo, da igual, tampoco terminó de convencerte aquella historia, me enfadaba, claro que me enfadaba, cómo no iba a enfadarme, quería que estuvieras preparado para lo que te esperaba, sé cómo te afectaba eso, que me enfadara, cómo te sentías ante mí, y lo lamento, no te pido disculpas, no veo por qué habría de hacerlo, pero lo lamento, de verdad que lo lamento, no soy tan fuerte, Nick, me da miedo la gente que lleva guantes en sitios cerrados, necesitabas a tu alrededor la transparencia del cristal y la solidez de la piedra, tu madre y yo hacíamos lo que podíamos, pero el cristal es frágil y la piedra opaca y tú entrabas y salías de casa igual que alguien abre una ventana porque se está ahogando y al momento la cierra porque no soporta el frío que entra por ella, qué largas las cartas que te escribíamos y qué firme tu postura ante mi insistencia en que te centraras en tus estudios, qué recia tu postura, mezcla perfecta de imperativo y demanda: Yo sólo quiero tocar y cantar, es lo que nos decías, que sólo querías tocar y cantar, pero se te acabaron las canciones, sin ancla y sin vela te quedaste de la noche a la mañana, o quizá fueron el viento y las corrientes, su sola idea, lo que te faltó de pronto y te viste así reducido a una extraña clase de ancla y de vela sin razón de ser, o quizá fuiste precisamente eso, un viento raro o una corriente aun más rara que ese viento, sin nada que empujar o arrastrar y sin nada que se le opusiera y acercase tu vida a lo que es la vida de todos: una conciliación entre la voluntad y los límites, quizá, quién sabe, sólo una cosa parece segura: de la noche a la mañana es un trecho que nunca se recorre del todo, una belleza que hiere y consuela por igual, la astilla marrón de un marco blanco y roto, eso fue lo que me vino a la cabeza cuando a tu vuelta de Francia tocaste tres canciones para nosotros, las primeras que oíamos compuestas por ti, luego llegó el turno de Cambridge y qué más te puedo decir, para serte sincero, a día de hoy no hay nada que me atreva a asegurar con rotundidad, soy tu padre, sí, pero sólo soy un hombre, fue insoportable tenerte tan lejos sin que abundaran noticias tuyas, pero si algo bueno tuvo aquella separación de entonces fue la posibilidad de escribirte: uno, cuando habla, y por hablar me refiero a cualquier manera de decir yo, lo que hace es dar por supuesta la existencia del otro, queríamos lo mejor para ti, pues claro que lo queríamos, pero, como cualquier padre sabe, lo mejor para el hijo siempre es lo mejor para todos, al menos en principio, ese enfoque te anulaba, te llevaba a desaparecer ante ti mismo en el cumplimiento de esos deseos nuestros que te imponías, soy consciente del desgaste que tuvo que suponer hacer lo que queríamos que hicieses a costa de lo que necesitabas hacer, pero qué otra cosa podría haberte aconsejado, hijo mío, es lo que pensaba, y mentirte no te iba a mentir, el pasado, ahí lo tienes, obligándonos constantemente a un nuevo enfoque, el equilibrio, esa ilusión de lo sólido, depende siempre de algo muy delicado, me estoy refiriendo a ti al decir esto, evidentemente, pero también a tu madre, qué pequeño se te quedó el mundo, y qué grande la habitación, ¿o fue al revés?, no me aclaro ya, me cuesta a veces tanto entrar ahí, abro la puerta y cae sobre mí algo que no es más que la falta de ese algo,

Chus Fernández es escritor